En la lectura diaria, durante la Misa, comenzamos a leer el Evangelio de San Lucas, a partir del capítulo 4°. Es una nueva ocasión para repasar de nuevo la vida del Señor y su predicación, desde que habló en la sinagoga de Nazaret al comienzo de su vida pública. «Jesús fue a Nazaret, donde se había criado. Entró en la sinagoga, como era su costumbre hacerlo los sábados, y se levantó para hacer la lectura. Se le dio el volumen del profeta Isaías (…). Los ojos de todos los asistentes a la sinagoga estaban fijos en él (…).Todos le daban su aprobación y admiraban la sabiduría de las palabras que salían de sus labios, y se preguntaban: “¿No es éste el hijo de José?”» (cfr. Lc 4, 16 30).
Jesucristo. El Greco (1541-1614) |
Les habla ungido por el Espíritu y con la fuerza de Dios. En cuanto hombre, no
tiene miedo a decir lo que el Espíritu le inspira. De hecho, la reacción de sus conciudadanos no es
favorable y lo quieren despeñar por un precipicio de la montaña. Pero Jesús
no confía en la sabiduría humana, aunque la tiene y mucha, sino en la acción del Espíritu Santo en el alma de cada uno de los
que le escuchaban.
Lo mismo sucederá a San Pablo: «Hermanos:
Cuando llegué a la ciudad de ustedes para anunciarles el Evangelio, no busqué
hacerlo mediante la elocuencia del lenguaje o la sabiduría humana, sino que
resolví no hablarles sino de Jesucristo, más aún, de Jesucristo crucificado. Me
presenté ante ustedes débil y temblando de miedo. Cuando les hablé y les
prediqué el Evangelio, no quise convencerlos con palabras de hombre sabio; al
contrario, los convencí por medio del Espíritu y del poder de Dios, a fin de
que la fe de ustedes dependiera del poder de Dios y no de la sabiduría de los
hombres» (1 Cor 2, 1-5).
Seguramente nos preguntaremos: ¿Es que no cuenta la elocuencia humana,
la preparación para poder anunciar mejor
el Evangelio? ¿Es que no debemos poner todos los medios para que nuestro
modo de hablar sea atractivo y que
se adapte a la mentalidad de nuestros contemporáneos, para atraerlos hacia la fe? La respuesta es: sí. Lo que Dios nos
pide es poner todos los medios humanos, como si no hubiera ninguno divino y, al
mismo tiempo, poner todos los medios sobrenaturales, como si no hubiera ninguno
humano. Pero, teniendo en cuenta que lo
principal es la acción de Dios: «sin
mí no pueden hacer nada» (Jn 15, 5).
Sólo somos instrumentos de Dios. Vale la pena subrayar lo instrumental (la oración y unión con Dios, la humildad y docilidad a su voz…) para poder dar fruto abundante.
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