«Herodes había mandado apresar a Juan el Bautista y lo había metido y encadenado en la cárcel. Herodes se había casado con Herodías, esposa de su hermano Filipo, y Juan le decía: “No te está permitido tener por mujer a la esposa de tu hermano”. Por eso Herodes lo mandó encarcelar» (cfr. Mc 6, 17-29).
San Juan Bautista de Leonardo da Vinci. Datado hacia 1513-1516 |
San
Juan Bautista es la “voz del que clama en
el desierto”. Desde que está en el seno materno da testimonio de la Palabra.
No es una “caña movida por el viento”,
sino un hombre valiente que vive en la
verdad de su misión profética. No tiene acepción de personas. Vive
enteramente el consejo del Señor: “que
vuestro sí sea sí, que vuestro no sea no”. Busca “preparar los caminos del Señor” en las almas. En todo tipo de
personas. También en las que no van por buen camino. Y, cuando habla, no es para criticar a los demás, sino
para, personalmente, advertirles la necesidad de la conversión. Es lo que había
hecho con Herodes Antipas (4 a.C -
39 d.C), uno de los hijos de Herodes I el Grande que, a la sazón, era tetrarca los territorios de Perea y Galilea.
«Por anunciar la palabra del Señor, me he convertido en objeto de oprobio y de burla todo el día» (cfr. Jer 20, 7-9). Estas palabras del profeta Jeremías, que leemos en la primera lectura del domingo XXII del tiempo ordinario, se pueden aplicar muy bien a Juan el Bautista que, sin miedo, proclamaba la palabra de Dios y decía la verdad.
Ante el ejemplo que nos da, podríamos preguntarnos si debemos actuar como él en el mundo en que vivimos. ¿Hasta qué punto, en conciencia, estamos obligados a ser veraces siempre? Indudablemente, la sinceridad debe ir acompañada de la prudencia. Pero no de una “prudencia de la carne”: «¡tu modo de pensar no es el de Dios, sino el de los hombres!», dice Jesús a Pedro en Cesarea (cfr. Mt 16, 21-27: evangelio del XXII domingo).
San Pablo amonesta a su discípulo Timoteo a ser “imprudente”, es decir, a no tener miedo a las consecuencias de la
verdad: «Te conjuro en la presencia
de Dios y de Cristo Jesús que ha de venir a juzgar a vivos y muertos, por su
Manifestación y por su Reino: Proclama
la palabra, insiste a tiempo y a destiempo [opportune, importune], reprende,
amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina (…) pórtate en todo con
prudencia, soporta los sufrimientos, realiza la función de evangelizador,
desempeña a la perfección tu ministerio» (cfr. 2 Tim, 1-2. 5).
El Espíritu Santo nos hará saber discernir las palabras con las que hemos de hablar en cada ocasión, siendo muy sinceros y valientes para decir a verdad y, al mismo tiempo, muy prudentes para acertar siempre y buscar en todo el bien de las almas: «veritatem facientes in caritate» (Ef 4, 15), “practicando la verdad con caridad”.
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