viernes, 30 de octubre de 2020

Avanzar por el Camino

Hay un refrán conocido que dice: “el que no avanza, retrocede”. Mientras vivimos en la tierra, va pasando el tiempo, pero cada segundo es una ocasión de ir hacia delante. “Tempus breve est” (1 Cor 7, 29) dice san Pablo. Es corto el tiempo para amar. Hay que aprovecharlo para seguir avanzando, mientras tenemos tiempo.

Una de las comunidades más queridas de san Pablo es la de Filipos. “Gaudium et corona mea” (Fil 4, 1). Son su gozo y su corona. Desde el principio de la carta que les escribe, manifiesta el gran amor que les tiene: “Dios es testigo de cuánto los amo a todos ustedes con el amor entrañable con que los ama Cristo Jesús. Y ésta es mi oración por ustedes: Que su amor siga creciendo más y más y se traduzca en un mayor conocimiento y sensibilidad espiritual” (cfr. Fil 1, 1-11).

Pero, aunque los alaba por su fidelidad y colaboración en el anuncio del Evangelio, les insiste también en que no pueden conformarse con lo ya alcanzado, sino que tienen que seguir creciendo: “Estoy convencido de que aquel que comenzó en ustedes esta obra, la irá perfeccionando siempre hasta el día de la venida de Cristo Jesús” (Ibidem).

Estas últimas palabras están en la liturgia de la ordenación sacerdotal. La Iglesia pide para que sus sacerdotes se asemejen cada vez más a Cristo. El Espíritu Santo, que es el Santificador, irá llevándonos hacia la configuración plena con Jesucristo, de modo que seamos otro Cristo, el mismo Cristo.

Ya no soy el que vivo, sino que Cristo vive en mí” (Gal 2, 20). Para parecernos más a Cristo tenemos tres caminos, que son los que la Iglesia nos ha recomendado siempre: 1°) el conocimiento de Jesucristo a través de la lectura y meditación diaria de la Sagrada Escritura, especialmente de los Evangelios, de modo que seamos como uno de aquellos personajes que aparecen y sigamos al Señor muy de cerca, en la vida ordinaria; 2°) la frecuencia de sacramentos (particularmente de la Penitencia y la Eucaristía), que son como las huellas que de Cristo ha dejado en la tierra, para que sigamos sus pisadas; y 3°) la práctica del mandamiento del amor hacia nuestros hermanos, pues en cada uno está a Cristo.   

Así podrán escoger siempre lo mejor ―nos dice san Pablo―y llegarán limpios e irreprochables al día de la venida de Cristo, llenos de los frutos de la justicia, que nos viene de Cristo Jesús, para gloria y alabanza de Dios” (cfr. Fil 1, 1-11).  

María, que escogió lo mejor, nos ayudará a avanzar por el Camino. 

miércoles, 28 de octubre de 2020

Santos Simón el Cananeo y Judas Tadeo

En esta ocasión, fiesta de los santos Simón el Cananeo y Judas Tadeo, apóstoles, transcribiré algunos párrafos de la catequesis de Benedicto XVI, del 11 de octubre de 2006. Buena lectura.

«Es muy posible que este Simón, si no pertenecía propiamente al movimiento nacionalista de los zelotas, al menos se distinguiera por un celo ardiente por la identidad judía y, consiguientemente, por Dios, por su pueblo y por la Ley divina. Si es así, Simón está en los antípodas de Mateo que, por el contrario, como publicano procedía de una actividad considerada totalmente impura. Es un signo evidente de que Jesús llama a sus discípulos y colaboradores de los más diversos estratos sociales y religiosos, sin exclusiones. A él le interesan las personas, no las categorías sociales o las etiquetas.

Y es hermoso que en el grupo de sus seguidores, todos, a pesar de ser diferentes, convivían juntos, superando las imaginables dificultades: de hecho, Jesús mismo es el motivo de cohesión, en el que todos se encuentran unidos. Esto constituye claramente una lección para nosotros, que con frecuencia tendemos a poner de relieve las diferencias y quizá las contraposiciones, olvidando que en Jesucristo se nos da la fuerza para superar nuestros conflictos.

Conviene también  recordar  que  el grupo de los Doce es la prefiguración de la Iglesia, en la que deben encontrar espacio todos los  carismas,  pueblos  y razas, así como  todas  las  cualidades  humanas, que  encuentran  su armonía y su unidad en la comunión con Jesús (…).

Tadeo le dice al Señor: "Señor, ¿qué pasa para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?". Es una cuestión de gran actualidad; también nosotros preguntamos al Señor: ¿por qué el Resucitado no se ha manifestado en toda su gloria a sus adversarios para mostrar que el vencedor es Dios? ¿Por qué sólo se manifestó a sus discípulos? La respuesta de Jesús es misteriosa y profunda. El Señor dice: "Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y pondremos nuestra morada en él" (Jn 14, 22-23). Esto quiere decir que al Resucitado hay que verlo y percibirlo también con el corazón, de manera que Dios pueda poner su morada en nosotros. El Señor no se presenta como una cosa. Él quiere entrar en nuestra vida y por eso su manifestación implica y presupone un corazón abierto. Sólo así vemos al Resucitado».

¿Cómo lo miraría Nuestra Señora? Así queremos nosotros ver a Cristo. 

lunes, 26 de octubre de 2020

El sentido común

Hay un viejo dicho que dice: “el sentido común es el menos común de los sentidos”. Y es verdad. No es fácil encontrar el sentido común en nuestra época. Y, sin embargo, es tan necesario…

El sentido común es la capacidad para juzgar razonablemente las situaciones de la vida cotidiana y decidir con acierto. Se basa en la capacidad que tiene el hombre para conocer la verdad. El pecado, las ideologías, las elucubraciones humanas equivocadas, nos han llevado a que cada vez sea más raro encontrar personas con sentido común. Indudablemente, una persona que vive bien, tiene más facilidad para pensar bien. También se suele decir que “el que no vive como piensa acaba pensando como vive”. Los malos hábitos llevan a pensar mal, a tener poco sentido común, a engañarse a sí mismo.

Por otra parte, la fe, la capacidad de aceptar el misterio en nuestra vida, refuerza el sentido común natural. Un persona de fe, aunque no tenga mucha cultura, sabe razonar mejor que un “sabio” según el mundo, que no tenga el sentido del misterio en el que estamos envueltos, que no se abra a la trascendencia.

Todo este preámbulo surgió en mi mente después de leer el texto de Lc 13, 10-17. Te aconsejo meditarlo, bajo la perspectiva del sentido común, y sacar tus propias consecuencias: «Un sábado, estaba Jesús enseñando en una sinagoga. Había ahí una mujer que llevaba dieciocho años enferma por causa de un espíritu malo. Estaba encorvada y no podía enderezarse. Al verla, Jesús la llamó y le dijo: “Mujer, quedas libre de tu enfermedad”. Le impuso las manos y, al instante, la mujer se enderezó y empezó a alabar a Dios.

Pero el jefe de la sinagoga, indignado de que Jesús hubiera hecho una curación en sábado, le dijo a la gente: “Hay seis días de la semana en que se puede trabajar; vengan, pues, durante esos días a que los curen y no el sábado”.

Entonces el Señor dijo: “¡Hipócritas! ¿Acaso no desata cada uno de ustedes su buey o su burro del pesebre para llevarlo a abrevar, aunque sea sábado? Y a esta hija de Abraham, a la que Satanás tuvo atada durante dieciocho años, ¿no era bueno desatarla de esa atadura, aun en día de sábado?».

Cuando Jesús dijo esto, sus enemigos quedaron en vergüenza; en cambio, la gente [con sentido común y fe] se alegraba de todas las maravillas que él hacía”. 

sábado, 24 de octubre de 2020

Lección de amor

     El evangelio de la Misa del Domingo XXX del tiempo ordinario (Ciclo A), nos presenta la enseñanza de Jesús sobre el Mandamiento del Amor (cfr. Mt 22, 34-40). El Evangelio, la Buena Nueva, que anuncia la Iglesia es que Dios envió a su Hijo, para manifestarnos su Amor y darnos la gracia para que nosotros vivamos en ese Amor. Sin embargo, aunque todos los hombres llevamos grabado en el corazón ese mandamiento y, con el Bautismo, el Espíritu Santo purifica y regenera nuestra conciencia de esa verdad, es necesario recomenzar a aprender a amar, una y otra vez. Hay que reconocer que todavía nos falta mucho para amar, de verdad, a Dios y a nuestros hermanos, en las circunstancias ordinarias de la vida corriente.
Pablo Picasso, Ciencia y caridad (1897)

     En este sentido, me parece oportuno hacer referencia a un escrito en el que el P. Carlos Cardona, analizaba “Camino”, el conocido libro de San Josemaría Escrivá, como un libro que enseña a amar. Lleva por título: “Camino, una lección de amor, Ed. Rialp, 1988”. Copio algunos párrafos que ilustran la necesidad de aprender a amar y de enseñar a los demás a amar.

     “El motivo conductor [de Camino] era siempre el mismo: el amor a Dios, el Amor, porque «¡no hay más amor que el Amor!» (Camino, n. 417)”. “«Ilumina, con la luminaria de tu fe y de tu amor», es la primera exhortación de Camino. «Enamórate, y no "le" dejarás», es su último consejo. Y a lo largo de 999 puntos, este libro todo entero está dedicado a enseñar a amar. A amar siempre, en todo momento y en cualquier circunstancia: a amar intensa y totalmente”.

     “Es el amor el que cualifica la vida del hombre, le hace radicalmente bueno o malo según la dirección de su amor, y es el amor el que proporciona a la persona su valor real y decisivo. Aquí y sólo aquí es donde realmente somos todos iguales: en nuestra capacidad de amar”. “Aquí ya no es cuestión de estar dotados —como para -la ciencia o el arte o cualquier otra ocupación sectorial humana—: en la capacidad de amar somos todos realmente iguales. Y es ahí donde al final podemos ser todos diferentes, según lo que cada uno haya hecho libremente con su amor, según lo que haya amado sobre todas las cosas (,,,).  Camino enseña a hacer de todo un acto de amor. «Hacedlo todo por Amor. —Así no hay cosas pequeñas: todo es grande. —La perseverancia en las cosas pequeñas, por Amor, es heroísmo» (n. 813). Y el heroísmo en la caridad, en el Amor, es justamente la esencia de la santidad a la que todos estamos llamados, sin excepción”. Nuestra Madre, con su vida, nos muestra el camino del Amor.

jueves, 22 de octubre de 2020

Totus tuus

Hace 42 años, todos vivimos en la Iglesia una experiencia única, que quedó grabada profundamente en nuestros corazones. Al fallecimiento de San Pablo VI (6 de agosto) siguió la elección de Juan Pablo I (26 de agosto), su muerte (28 de septiembre), la elección de San Juan Pablo II (16 de octubre) y el inicio de su pontificado (22 de octubre).

Estábamos en pleno período postconciliar. Por una parte había un gran entusiasmo por la renovación que se suscitaba en la Iglesia, pero también se podían observar signos preocupantes que le llevaron a Pablo VI a decir que el humo de Satanás se había metido dentro de la Iglesia. La confusión reinante llevaba a unos a desviarse de la Tradición de la Iglesia y a otros a rechazar las enseñanzas del Concilio Vaticano II.

El Venerable Juan Pablo I (9 de noviembre de 2017), con su simpatía y buen humor, desde el principio de su pontificado nos había cautivado. Era el “Papa de la sonrisa”. Sus catequesis, por ejemplo, sobre las tres virtudes teologales, llenas de imágenes vivas, eran una muestra del nuevo camino que debía tomar la Iglesia, para llevar el Evangelio a un  mundo que se alejaba de Dios.

El desconcierto que causó su muerte fue como un jarro de agua fría. Pero la Providencia nos tenía reservada una sorpresa: un Papa que venía de lejos, no italiano, muy joven (58 años de edad), y que había participado muy de cerca en la redacción de la Gaudium et spes. ¡Qué marca más profunda dejó San Juan Pablo II en su pontificado, el segundo más prolongado de la historia!    

Hoy podemos meditar la Colecta de su Misa y, cada uno, sacar mucho provecho de ella: “Dios nuestro, rico en misericordia, que has querido que san Juan Pablo II, Papa guiara a toda tu Iglesia, te pedimos que, instruidos por sus enseñanzas, nos concedas abrir confiadamente nuestros corazones a la gracia salvadora de Cristo, único redentor del hombre. Él que vive y reina contigo”.

San Juan Pablo II es el Papa que anuncia la Misericordia de Dios (Dives in misericordia); que repetía continuamente la oración de Santa Faustina Kowalska  “Jesús, en ti confío”; que guio firmemente a la Iglesia con sus sólidas enseñanzas ancladas en la Palabra de Dios y la Tradición de la Iglesia (trece Encíclicas riquísimas) y que, desde el día de su elección ("¡No teman! ¡Abran, más todavía, abran de par en par las puertas a Cristo!"), proclamó la centralidad de Jesucristo como único redentor del hombre (Declaracion Dominus Iesus). 

martes, 20 de octubre de 2020

¿Cómo estar vigilantes?

San Pablo, en la Carta a los de Éfeso, les habla de esperanza. Benedicto XVI, en su Encíclica Spe salvi (2007, n° 6) recuerda la situación de los paganos que no tenían a Cristo vivían “sin Dios y sin esperanza, en el mundo” (Ef 2, 12). Nosotros, en cambio, ya no somos “extranjeros ni advenedizos; son conciudadanos de los santos y pertenecen a la familia de Dios, porque han sido edificados sobre el cimiento de los apóstoles y de los profetas, siendo Cristo Jesús la piedra angular” (Ef 12, 22).

Este es el fundamento de nuestra dignidad de hijos de Dios. Sobre él hemos de construir toda nuestra vida. Aquí se basa nuestra esperanza. Nos encontraremos con Cristo, cuando vuelva. Y no hay que esperar al final de los tiempos. Nos podemos encontrar con Él cada día, en cada momento, fundados en la esperanza: En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos Estén listos, con la túnica puesta y las lámparas encendidas. Sean semejantes a los criados que están esperando a que su señor regrese de la boda, para abrirle en cuanto llegue y toque. Dichosos aquellos a quienes su señor, al llegar, encuentre en vela. Yo les aseguro que se recogerá la túnica, los hará sentar a la mesa y él mismo les servirá. Y si llega a medianoche o a la madrugada y los encuentra en vela, dichosos ellos” (Lc 12, 35-38).

Fundados en el terreno firme de nuestra dignidad cristiana, ¿cómo podemos estar vigilantes? Hace poco leía un libro titulado “Viaje al Centro del hombre” y que tiene tres capítulos, que son como tres “expediciones” que hay que emprender, para llegar al centro del hombre y conseguir una buena vida (digna, sencilla y feliz): 1°) En el terreno firme de la dignidad, 2) por la selva de lo superfluo y 3) Escalada hacia las propias cumbres (Cfr. Carlos Llano Cifuentes, Viaje al Centro del Hombre, Rialp, 1999).

Me parecen muy sugestivos los títulos de los capítulos. Después de tratar sobre la dignidad del hombre (vida digna o verdadera), dice que, para llegar a la meta (el Amor de Dios), es necesario no quedarse atrapado en la selva de los superfluo (lo temporal, pasajero y caduco); es decir, llevar una vida sencilla o bella; y, además, elevarse hacia las propias cumbres, que son las del Amor (a Dios y a nuestros hermanos), mediante la donación sincera de nosotros mismos. Sólo asá alcanzaremos una vida feliz o buena.

Jesús va por delante y nos anima a “estar vigilantes”. ¿Cómo? Teniendo en cuenta estos tres elementos de nuestro seguimiento de Cristo, que aparecen claramente en el ejemplo que nos da Nuestra Señora

domingo, 18 de octubre de 2020

¿Qué es la Misión, en la Iglesia?

El Domingo Mundial de las Misiones (DOMUND) nos invita a reflexionar sobre qué es la misión y porqué es importante que todos participemos en ella.

Jesús escoge a sus apóstoles después de haber pasado la noche en oración. Esto es significativo: la oración precede a la misión. Los llama para que estén con él y para enviarlos. Esto también nos dice mucho. Lo primero es la búsqueda de la santidad (estar con Jesús) y apostolado (servir). En la Plegaria Eucarística II le damos gracias al Padre porque nos hace dignos “de servirte en tu presencia” (“astare coram te et tibi ministrare”).   

El apostolado es misión. Ambas palabras tienen una misma etimología. El término saliah, en hebrero quiere decir enviado, pero con un matiz particular: el que es enviado y hace las veces del que lo envía, es el embajador. Eliezer, enviado por Abraham e Isaac, escoge a Rebeca para esposa de Isaac, esta da su consentimiento y el matrimonio se considera definitivo. «El que os recibe, me recibe; el que me recibe, recibe al que me envió» (Mt 10,40).

Jesús envía, pero él, a su vez, es enviado por el Padre junto con el Espíritu Santo. «Como me envía el Padre, así os envío yo» (Jn 20, 21). El origen del envío apostólico hay que buscarlo en las misiones trinitarias: primero la misión creadora y luego la misión re-creadora, por las que el Padre —que es invisible y nunca se manifiesta directamente— actúa. Por medio de su «dos manos» (el Hijo y el Espíritu Santo) santas y venerables, como dice San Ireneo, que nos tocan, nos toman y nos consagran a Él, el Padre nos crea y nos re-crea.

Nuestra misión apostólica consiste en ser imágenes vivas del Padre, que deben imprimir en los otros el sello filial y llenar esta efigie con el Espíritu, que la animará en ellos.

En la Iglesia todos somos misioneros y profetas. «El profeta es aquel que dice la verdad en virtud de su contacto con Dios; la verdad para el presente que naturalmente también ilumina el futuro (…); hacer presente en este momento la verdad de Dios e indicar el camino que hay que tomar; (…) el profeta (…) ayuda a comprender y a vivir la fe como esperanza (…). Veo el núcleo o la raíz del elemento profético en este «cara a cara» con Dios, en «conversar con Él como un amigo». Sólo en virtud de este encuentro directo con Dios, el profeta puede hablar en el tiempo (…). Cristo es el profeta definitivo, porque es el Hijo (…). (Entrevista al Cardenal Ratzinger, de Niels Christian Hvidt, El problema de la profecía cristiana, 16 de marzo de 1998). María es la primera “profeta” de su Hijo. 

viernes, 16 de octubre de 2020

Marcados por el Espíritu Santo

San Pablo explica a la comunidad de Éfeso que ellos, los que han recibido el Bautismo, han sido marcados con el sello del Espíritu Santo, que es la garantía de que alcanzarán la herencia prometida. Y les anima, mientras llega el momento de la liberación, al final de los tiempos, a alabar a Dios con toda el alma; para eso han sido destinados: para la alabanza continua de su gloria (cfr. Ef 1, 11-14).

La Iglesia es como una Ciudad amurallada

El Salmo 32 nos invita a repetir: “Alabemos al Señor con alegría”. “Que los justos aclamen al Señor; es propio de los justos alabarlo”. “Feliz la nación cuyo Dios es el Señor, dichoso el pueblo que escogió por suyo”.

¿Es bueno sentirse “escogidos”? ¿No es una forma de elitismo? No, por supuesto que no. La palabra "iglesia" viene del latín ecclesia, y este del griego, ekklesia (κκλησία). San Pablo usó esta palabra para referirse a la congregación de creyentes cristianos.  Es una palabra compuesta por la preposición griega ek (κ), que denota un origen y que puede traducirse independientemente como desde; y kaleo (καλέω), que significa llamar, escoger. La definición más genérica es la de "una reunión de ciudadanos llamados desde sus hogares a un lugar público"; es decir, escogidos para reunirse en una asamblea. Los ekkletoi (los llamados, los escogidos) constituyen la Ekklesia.

Si no “sentimos” profundamente el gozo de haber sido “escogidos”, “llamados” por Cristo a su Iglesia, no comprenderemos la urgencia de salir a las plazas y a los cruces de caminos para invitar a nuestros hermanos a pertenecer a la Ekklesia, y a seguir a Cristo reunidos en este Misterio de Comunión de los hombres entre sí, por Cristo, en el Espíritu Santo.

Ahora, la belleza de la Iglesia está como oculta por las consecuencias del pecado original y nuestros pecados personales. Pero llegará el momento de la liberación y, entonces, no habrá nada oculto que no llegue a descubrirse, ni nada secreto que no llegue a conocerse. La verdad “se proclamará desde las azoteas” (cfr. Lc 12, 1-7).

¿Cuál es la conclusión que podemos sacar de estos textos de la Escritura? Lo que nos dice el Señor continuamente: no temer, ser valientes para vivir como cristianos. Saber que, cada uno de nosotros, valemos toda la Sangre de Cristo. Sentir vivamente el gozo de ser suyos y de haber sido elegidos por Él. Anunciarlo en todas nuestras palabras y obras. María no se avergonzaba de ser la Madre de Jesús. Al contrario, lo manifestaba siempre, agradecida por el don recibido. 

miércoles, 14 de octubre de 2020

El fruto del Espíritu

Como sabemos, san Pablo escribe a los Gálatas para prevenirles, ante algunos “judaizantes” que habían llegado a la comunidad y les querían hacer volver a la práctica del judaísmo, es decir, a ponerse bajo la Ley de Moisés.

Miniatura de la Bible historiale de Guiard des Moulins(siglo XV)

En esa Carta, el Apóstol no pierde ocasión de hacerles ver que Jesucristo, el Hijo de Dios, ha transformado totalmente el modo de entender la Ley hasta entonces. La Ley era buena, como un “pedagogo”, pero insuficiente. Cristo enseña una Nueva Ley de libertad y amor. Es la Ley del Espíritu no de la carne. Por eso les recuerda cuales son las obras, desordenadas, de la carne (“la lujuria, la impureza, el libertinaje, la idolatría, la brujería, las enemistades, los pleitos, las rivalidades, la ira, las rencillas, las divisiones, las discordias, las envidias, las borracheras, las orgías) y cuál es el fruto del Espíritu (“el amor, la alegría, la paz, la generosidad, la benignidad, la bondad, la fidelidad, la mansedumbre y el dominio de sí mismo).

“Es sumamente significativo que Pablo ―comenta Benedicto XVI―, cuando enumera los diferentes elementos de los frutos del Espíritu, menciona en primer lugar el amor: «El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, etc.» (Gálatas 5, 22). Y, dado que por definición el amor une, el Espíritu es ante todo creador de comunión dentro de la comunidad cristiana, como decimos al inicio de la misa con una expresión de san Pablo: «… la comunión del Espíritu Santo [es decir, la que por Él actúa] sea con todos vosotros» (2 Corintios 13,13). Ahora bien, por otra parte, también es verdad que el Espíritu nos estimula a entablar relaciones de caridad con todos los hombres. De este modo, cuando amamos dejamos espacio al Espíritu, le permitimos expresarse en plenitud. Se comprende de este modo el motivo por el que Pablo une en la misma página de la carta a los Romanos estas dos exhortaciones: «Sed fervorosos en el Espíritu» y «No devolváis a nadie mal por mal» (Romanos 12, 11.17) (Benedicto XVI, 15-XI-2006)”.

Los fariseos estaban pendientes de mil detalles que prescribían la Ley de Moisés y sus tradiciones, pero se olvidaban de la justicia y del amor de Dios (cfr. Lc 11, 42-46). Jesús les indica que, sin descuidar la Ley (que para ellos había sido una guía excepcional, sobre todo los preceptos morales), no se olviden de lo más importante: vivir el espíritu de la Ley (de libertad y amor), que Él viene a recordar ahora a todos; también a nosotros, que anteponemos la preocupación por las cosas materiales a la vida en el Espíritu. Nuestra Madre nos enseñará a ocuparnos en aquello que nos pide nuestro deber, pero dando la prioridad a la Voz del Espíritu en todo. 

lunes, 12 de octubre de 2020

La libertad, la Cruz y María

Hay tres temas sobres los cuales podemos reflexionar hoy: la libertad, la Cruz y María.

Nuestra Señora del Pilar, patrona de la hispanidad

La primera lectura de la Misa, tomada de la Carta de San Pablo a los Gálatas, nos invita a agradecer la libertad con la que Cristo nos ha liberado (cfr. Gal 5, 1). No somos hijos de la esclava, sino de la libre. El don de la libertad caracteriza a la creatura espiritual: los ángeles y los hombres. Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, que ha querido ―como decía san Josemaría Escrivá― “correr el riesgo de nuestra libertad”. No hay nada que nos pueda quitar la verdadera libertad. Sólo el pecado esclaviza, pero podemos arrepentirnos y volver a ser libres. La libertad nos ha sido dada para amar. Ese es su fin: el amor. Amar a Dios y a nuestros hermanos. Eso es lo que nos hace verdaderamente crecer en la libertad y dignidad de los hijos de Dios. Todos los días podemos utilizar bien o mal nuestra libertad. Cuanto más estamos orientados hacia Dios, somos más libres. La fe y el amor nos hacen más libres. En el mundo en que vivimos hay muchas personas que están como encadenadas, por su desconocimiento del amor de Dios.

El evangelio que leemos hoy nos da pie para abordar el segundo tema: la Cruz. El profeta Jonás llega a Nínive marcado por el signo de la muerte en su cuerpo. Ha sido arrojado de la nave que lo llevaba a Tarsis (España) y ha tenido que permanecer tres días en el vientre de aquel gran pez (una ballena). Jesucristo aprovecha esta historia, bien conocida por sus oyentes, para hablarles del “signo” que piden los judíos: “no se les dará otro signo que el de Jonás” (cfr. Lc 11, 29-32). Es la señal de la muerte de Cristo y de su resurrección. El mismo Jesús es la Señal que se les da a aquella generación. Los habitantes de Nínive se convirtieron, pero no muchos de los que escuchaban la palabra del Hijo de Dios. La Cruz es siempre una señal que produce escándalo. Muchos se alejan de la fe en Cristo porque se encuentran con la Cruz. Nosotros hemos de abrazarnos a ella y llevarla en nuestro cuerpo, aceptando las contrariedades diarias y todo lo que dispone la Providencia en nuestra vida para nuestra purificación y crecimiento espiritual.

Por último, no podemos dejar a un lado una breve consideración sobre la fiesta que hoy se celebra, especialmente en España, pero también en todos los países de América: Nuestra Señora del Pilar. Según la tradición, María se apareció a Santiago apóstol, a las orillas del Río Ebro, hacia el año 40, cuando Ella vivía aún. Se le apareció, se dice, “en carne mortal”. María nunca nos deja solos. 

sábado, 10 de octubre de 2020

"Compelle intrare" (Lc 14, 23)

En el evangelio del Domingo XXVIII del tiempo ordinario, el rey que prepara un banquete de bodas para su hijo, manda a sus criados a convidar al banquete a todos los que encuentren en los cruces de los caminos (cfr. Mt 22, 1-14), incluso “empujándolos” (“compelle intrare”), como dice San Lucas en el pasaje paralelo (Lc 14, 23). Es el deseo que tiene el Señor de que todos los hombres acojan el festín que su Padre ha preparado (cfr. Is 25, 6-10, en la primera lectura). Sin quitarnos la libertad, busca por todos los medios posibles que aceptemos su invitación. San Josemaría Escrivá, en su homilía “La libertad, don de Dios” (cfr. Amigos de Dios, 37) comenta esta parábola. Transcribo íntegra la cita. 

«En la parábola de los invitados a la cena, el padre de familia, después de enterarse de que algunos de los que debían acudir a la fiesta se han excusado con razonadas sinrazones, ordena al criado: sal a los caminos y cercados e impele —compelle intrare— a los que halles a que vengan. ¿No es esto coacción? ¿No es usar violencia contra la legítima libertad de cada conciencia?

Si meditamos el Evangelio y ponderamos las enseñanzas de Jesús, no confundiremos esas órdenes con la coacción. Ved de qué modo Cristo insinúa siempre: si quieres ser perfecto..., si alguno quiere venir en pos de mí... Ese compelle intrare no entraña violencia física ni moral: refleja el ímpetu del ejemplo cristiano, que muestra en su proceder la fuerza de Dios: mirad cómo atrae el Padre: deleita enseñando, no imponiendo la necesidad. Así atrae hacia Él.

Cuando se respira ese ambiente de libertad, se entiende claramente que el obrar mal no es una liberación, sino una esclavitud. El que peca contra Dios conserva el libre albedrío en cuanto a la libertad de coacción, pero lo ha perdido en cuanto a la libertad de culpa. Manifestará quizá que se ha comportado conforme a sus preferencias, pero no logrará pronunciar la voz de la verdadera libertad: porque se ha hecho esclavo de aquello por lo que se ha decidido, y se ha decidido por lo peor, por la ausencia de Dios, y allí no hay libertad».

En una carta de 1942, San Josemaría explica más detalles del “compelle intrare”: «No es como un empujón material, sino la abundancia de luz, de doctrina; el estímulo espiritual de vuestra oración y de vuestro trabajo, que es testimonio auténtico de la doctrina; el cúmulo de sacrificios, que sabéis ofrecer la sonrisa, que os viene a la boca, porque sois hijos de Dios (...). Añadid, a todo esto, vuestro garbo y vuestra simpatía human, y tendremos el contenido del compelle intrare» (Carta 24-X-1942, n. 9). 

jueves, 8 de octubre de 2020

"Hágase tu voluntad" (cfr. Mt 26, 39)

«Así también les digo a ustedes: Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, toquen y se les abrirá. Porque quien pide, recibe; quien busca, encuentra, y al que toca, se le abre» (cfr. Lc 11, 5-13). Estas palabras de Jesús a sus discípulos son un estímulo para que acudamos continuamente al Señor. Él lo desea. A continuación transcribo algunos párrafos en los que Romano Guardini nos explica en qué consiste la oración de petición. Espero que sean de provecho para todos (cfr. R. Guardini, Introducción a la vida de oración, pp. 92 y ss.).

Catacumbas de Priscila

«Lo que nosotros en nuestra oración pedimos no es propiamente una ayuda, esto es, algo añadido y supletorio. Nuestra vida toda descansa en Dios. Todo lo que hacemos depende de Dios y está encaminado a Dios (…). El sentido de la oración de petición en su significado más profundo, no es propiamente obtención de ayuda para solucionar alguna situación difícil, sino la consecución de la gracia en el sentido amplio y estricto de esta palabra. Constantemente debe brotar de nuestro corazón la petición, porque constantemente vivimos y actuamos sostenidos por el concurso divino. La oración de petición es por tanto tan necesaria como la respiración».

«Nuestra oración de petición no debe tampoco prescindir de los demás hombres (…). Debemos también presentar a Dios los grandes problemas de la comunidad humana, las decisiones de la historia, los problemas de nuestro pueblo, las dificultades de nuestro tiempo. Cada uno de nosotros es en cierto modo responsable de la totalidad de la comunidad humana».

«Constantemente debemos dirigirnos a Dios con nuestras peticiones. Nuestra oración de petición no debe brotar solamente en la necesidad. Debe ser la constante llamada de la creatura a su Creador en busca de fuerza creadora y gracia santificadora. De ahí que toda petición debe contener implícita la condición, pero no se haga como yo quiero, sino según tu voluntad (Mt 26, 39). Nosotros no sabemos si aquello que pedimos nos conviene. No sabemos si la solución, que buscamos para una situación, es la acertada (…). Nosotros solamente vemos y comprendemos una parte de nuestra vida; la otra parte —la mayor— queda en el misterio de Dios. Precisamente a esta parte se refieren fundamentalmente nuestras peticiones; debemos, por lo tanto, estar dispuestos a recibir lo que desde esta perspectiva —para nosotros desconocida— puede sernos conveniente (…). La petición fundamental, la petición de las peticiones debe ser: Hágase tu voluntad. No solamente porque esta voluntad es irresistible e ineludible, sino porque es verdaderamente santa y contiene todo lo que es digno de ser». 

martes, 6 de octubre de 2020

"Fratelli tutti"

Pablo, fiel a sus tradiciones y a su fe en el Dios de Israel, persigue a los cristianos. No los ve como hermanos, aunque la gran mayoría de ellos eran judíos, sino como enemigos.

"Fratelli tutti"

Pero Dios lo escogió desde el seno materno (cfr. Gal 1, 13-24) para darle a conocer el designio de su voluntad: que Él es Padre de todos los hombres, no sólo de los judíos celosos. Y lo envió a anunciar a los gentiles la Buena Nueva de que todos somos hermanos, revelada por su Hijo, Jesucristo.

Jesús, no sólo enseñó el mandamiento del amor en su predicación oral, sino que “coepit facere et docere” (Hech 1, 1), comenzó a hacer antes de enseñar; es decir, proclamo con su ejemplo que nadie queda excluido del amor de Dios y que Él quiere “que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2, 4). Nos enseñó, con su vida entera, la “imaginación de la caridad”.

El Señor se preocupa por todos, sanos y enfermos, ricos y pobres, justos y pecadores, judíos y gentiles. Se hospeda en casa de Marta (cfr. Lc 10, 38-42) y convive estrechamente con los miembros de esa familia de Betania, pero también come con publicanos y pecadores; y atiende las necesidades de la cananea y del centurión de Cafarnaúm. Su corazón está abierto a todos los hombres. Nos enseña, en la práctica, que todos somos hermanos e hijos de Dios.

Este es el mensaje que el Papa Francisco ha querido recordarnos para ponerlo muy en alto, a través de su Encíclica “Fratelli tutti”. “Las siguientes páginas no pretenden resumir la doctrina sobre el amor fraterno, sino detenerse en su dimensión universal, en su apertura a todos” (n. 6). Este deseo de “fraternidad universal” y de “caridad social” no se contrapone a nuestra identidad cristiana. El Papa no pretende diluirla o modificar la verdad de que Cristo es el Único Mediador. No podemos renunciar a esta convicción, pero sí podemos vivirla respetando la “libertad de las conciencias” de todos los hombres, “veritatem facientes in caritate” (Ef 4, 15). La “libertad de conciencia”, es decir, el relativismo, el negar que Dios ha revelado en Cristo la verdad plena por la cual nos salvamos, es un error. El Papa, en su Encíclica no busca eso. Lo que quiere es mostrar su apertura a todas las religiones y culturas; a todos los hombres de buena fe. Y lo hace con palabras acordes a ese fin: “Si bien la escribí desde mis convicciones cristianas, que me alientan y me nutren, he procurado hacerlo de tal manera que la reflexión se abra al diálogo con todas las personas de buena voluntad” (n.6). 

domingo, 4 de octubre de 2020

No se inquieten por nada

En la primera lectura (cfr. Is 5, 1-7) y en el evangelio (cfr. Mt 21, 33-43) de la Misa del domingo XXVII del tiempo ordinario, el Espíritu Santo nos recuerda que la Iglesia es la “Viña del Señor”. Nosotros somos trabajadores de su viña (cfr. Francisco, Encíclica Fratelli tutti, 4-X-2020). 

Pero el Dueño de la Viña no es sólo un propietario que planta, riega y cultiva la viña. Nosotros somos, más bien, los que nos ocupamos de esas tareas. Él es el Dios Eterno y Omnipotente que ha creado la Viña, que envía la lluvia a su tiempo, que la hace crecer y fructificar y que pone siempre el incremento. Él es quien quita las piedras, planta buenas cepas, construye una torre y cava un lagar. Los hombres no somos más que trabajadores inútiles; escogidos por el Dueño, colaboradores suyos, pero Él es el que obra en todo. Sin Él no podemos hacer nada.

Esta conciencia de la primacía de Dios en nuestra vida es fundamental para todos nuestros trabajos. Dios se encargará de que de que la Viña produzca fruto a su tiempo. Cuando vienen las persecuciones, como las que leemos en el evangelio, Él sabe por qué las permite. Incluso si algunos viñadores se atreven a matar a su Hijo, Él sacará mucho bien de ese Sacrificio. Nuestra misión es ser humildes y fieles trabajadores en la Viña del Señor.

La Viña es un lugar de paz, porque El Señor es su Dueño. No quiere que nos preocupemos de nada. Sí espera que pongamos todo nuestro esfuerzo para mirarle a Él, estar pendientes de su Voz y seguir todas sus instrucciones. También quiere que nos amemos entre nosotros, que nos tratemos bien, que vivamos como hermanos. Y, además, desea que trabajemos con empeño y tratemos de ofrecerle ese trabajo, bien hecho y con amor.

En la segunda lectura de la Misa san Pablo se dirige a los Filipenses y también a nosotros. Nos dice: “no se inquieten por nada; más bien presenten en toda ocasión sus peticiones a Dios en la oración y la súplica, llenos de gratitud. Y que la paz de Dios, que sobrepasa toda inteligencia, custodie sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús”. Estas palabras: “no se inquieten por nada”, “nada les preocupe”, nos recuerdan las de Nuestra Señora de Guadalupe a Juan Diego, que nos las vuelve a decir a cada uno: “Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige; no se turbe tu corazón; no temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre? ¿no estás bajo mi sombra? ¿no soy yo tu salud? ¿no estás por ventura en mi regazo? ¿qué más has menester? No te apene ni te inquiete otra cosa”. 

viernes, 2 de octubre de 2020

Los ángeles custodios

 La existencia de ángeles es una verdad de fe, un misterio fascinante. Sabemos por la revelación que hay un orden de  criaturas superiores al hombre, puramente espirituales que han sido creadas para servir y alabar a Dios, y que prestan servicios a los hombres. 

El ángel custodio

Dios les envía como mensajeros para que ayuden a los hombres a llegar a su fin. Con su intervención los ángeles aclaran en nuestras mentes cuál es la voluntad de Dios para nosotros y nos hace ver los medios que en cada momento hemos de poner en práctica. El ángel puede llegar a nuestra imaginación directamente —sin el vehículo de las palabras—, suscitando imágenes, recuerdos, impresiones que den luz para seguir nuestro camino.

Meditemos algunos textos que nos ayuden a tener más devoción a nuestros ángeles custodios.

«Grande es la dignidad de las almas cuando cada una de ellas, desde el momento de nacer, tiene un ángel destinado para su custodia» (S. Jerónimo, Coment. a S. Mateo 18, 20).

«Cristo es el centro del mundo de los ángeles. Los ángeles le pertenecen: (…) los ha hecho mensajeros de su designio de salvación: "¿Es que no son todos ellos espíritus servidores con las misión de asistir a los que han de heredar la salvación?" (Hb 1,14)» (Catecismo de la Iglesia Católica, 331).

«El hombre se encuentra en la vida presente como en un camino por el que ha de marchar hacia su patria. En este camino le amenazarán muchos peligros, tanto interiores como exteriores... Y por eso, como a los que  van por caminos inseguros se les da guardia; así también a cada uno de los hombres, mientras camina por este mundo, se le da un ángel que le guarde» (Santo Tomás de Aquino, S.Th., I, q. 113, a.4, in c).

«Para obrar bien (…) guarda Dios al hombre a modo de maestro universal cuya instrucción llega al hombre por mediación de los ángeles, como queda dicho» (S.Th., I, q. 113, a.1, ad 2).

«Si el ángel custodio se aleja a veces del hombre (...) los demonios están siempre asediándonos, según aquello de San Pedro: “Vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda rondando y busca a quien devorar” (1 Pe 5, 8). Luego mucho más los ángeles buenos estarán siempre a nuestro lado» (S.Th., I, q.113, a.6, sc).