viernes, 29 de enero de 2021

Cristo, Profeta

El domingo pasado fue la segunda ocasión en la que celebramos el Domingo de la Palabra, que instituyó el Papa Francisco en 2019. La proclamación de la Palabra está estrechamente relacionada con la profecía, de la que trata la Primera Lectura del próximo domingo (4º del tiempo ordinario).

Paris Bordone (1500-1570), Cristo, Luz del mundo  

«En aquellos días, habló Moisés al pueblo, diciendo: “El Señor Dios hará surgir en medio de ustedes, entre sus hermanos, un profeta como yo. A él lo escucharán”» (cfr. Deut 18, 15-20).

Moisés, al final de su vida, recuerda su encuentro con Yahvé en el Monte Sinaí. Los israelitas no querían entonces volver a oír la voz de Dios, ni ver su gran fuego, porque no querían morir. Yahvé dijo a Moisés: 

«Está bien lo que han dicho. Yo haré surgir en medio de sus hermanos un profeta como tú. Pondré mis palabras en su boca y él dirá lo que le mande yo» (Ibidem).

Ese profeta sería Cristo. 

Este texto nos dan pie para reflexionar sobre la verdadera profecía, que no tiene que ver directamente con la predicción del futuro, sino con el don recibido para proferir palabras de verdad, que vienen de Dios; es decir, para —con sabiduría— hablar todo lo que Dios quiere que conozcamos y necesitamos para nuestra salvación. Sin embargo, la profecía sí tiene, en sí misma, una dimensión escatológica que se relaciona con la esperanza. 

En una entrevista que le hicieron al Cardenal Ratzinger en 1988, decía lo siguiente: 

«Pienso que el aspecto escatológico —sin exaltación apocalíptica [nota del entrevisador: “parece que el Cardenal quiere desligarse de la 'exaltación apocalíptica', entendida como una actitud de espera inminente que genera ansiedad ante el futuro, y se fundamenta sólo en conjeturas e hipótesis personales”]— pertenece esencialmente a la naturaleza profética. Los profetas son aquéllos que exaltan la dimensión de la esperanza contenida en el cristianismo. Ellos son los instrumentos que hacen soportable el presente invitando a salir del tiempo, al cual le concierne lo esencial y lo definitivo. Este carácter escatológico, este impulso para superar el tiempo presente, forma parte por cierto de la espiritualidad profética».

Jesucristo es el Profeta esperado, porque anuncia el Evangelio, la Buena Nueva, con autoridad. Todas sus palabras están llenas de esperanza, especialmente al final, cuando habla con sus discípulos en el Cenáculo, y está cerca su Pasión.

En el Evangelio de la Misa del domingo, leemos un texto del Evangelio de San Marcos (1, 21-28). 

«En aquel tiempo, llegó Jesús a Cafarnaúm y el sábado siguiente fue a la sinagoga y se puso a enseñar. Los oyentes quedaron asombrados de sus palabras, pues enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas».

Nosotros, que queremos ser discípulos de Cristo, también participamos del munus propheticum, del oficio profético. No sólo lo tienen los pastores en la Iglesia. También los fieles laicos lo ejercen cuando enseñan y dan a conocer la Palabra de Dios. El Espíritu Santo actúa y nos orienta para que no nos desviemos de la verdad. 

Una madre de familia, cuando enseña a sus hijos a rezar; una catequista, que prepara a los niños para la Primera Comunión; un hombre maduro que se reúne con sus amigos para repasar los elementos centrales de nuestra fe… Todos ellos ejercen el ministerio profético (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 785).

La «autoridad» de Jesús le viene de ser el Hijo de Dios. Nuestra «autoridad», nos llega también por ser hijos de Dios: por participar de la filiación divina que hemos recibido, en Cristo, por nuestro Bautismo. Cuanto mejores recipientes seamos de las abundantes gracias que nos da el Señor, más autoridad tendremos. La autoridad es directamente proporcional a la santidad de la persona, a su amor a Dios.

En la entrevista, a la que hemos aludido antes, el Cardenal Ratzinger advierte sobre tres formas erróneas de entender la profecía, en la actual crisis de fe que pasa la Iglesia, y que podríamos resumir de la siguiente manera: 1ª) el peligro de buscar aquí en la tierra, con los puros medios humanos, la solución a todos los problemas (mesianismo secularista); 2ª) el peligro de huir del mundo y caer en un espiritualismo que se desentiende de las realidades temporales; 3ª) el peligro de refugiarse en exaltaciones apocalípticas, en el sentido en que se explica más arriba; es decir, dejándose llevar por la ansiedad ante los acontecimientos futuros, que imaginamos quizá de modo equivocado, sin confiar plenamente en la gracia de Dios.

La presencia serena de María, en nuestra vida, es garantía de permanecer con Cristo y colaborar con Én en su misión profética, en los tiempos en que nos ha tocado vivir.  


viernes, 22 de enero de 2021

"Está cerca el Reino de Dios"

«Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio» (cfr. Mc 1, 14-20). Así comienza el Evangelio del Tercer Domingo del Tiempo ordinario, Domingo de la Palabra (ver nota reciente de la Sagrada Congregación para el Culto Divino), y Domingo en la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos.

Bartolomé Esteban Murillo (1618-1682),
"Ecce Homo"

Con esas palabras comienza Jesús su predicación, que es precisamente sobre la proximidad del Reino de Dios, o Reino de los Cielos. Pero, ¿qué quería el Señor decirnos con esta expresión? A lo largo de la historia de la Iglesia se han dado numerosas interpretaciones, especialmente en el último siglo. Los teólogos se han detenido en ella, porque es muy importante conocer el alcance de su significado.

Por ejemplo, desde muy joven, Joseph Ratzinger mostró un gran interés por la escatología. Como profesor de teología dogmática impartió ese curso en varias ocasiones y escribió un libro, “Escatología: la muerte y la vida eterna”. En el tomo X de sus obras completas, trata sobre la Resurrección y la Vida Eterna. Todo el pensamiento escatológico de Benedicto XVI está dentro de la teología tradicional. Por lo tanto, no se aventura a hablar de un periodo de la historia intermedio entre la Segunda Venida de Cristo (Fin de los Tiempos) y el Fin del mundo. Sin embargo, Conchita González, en una ocasión aclaró a su madre que sí parece que llegará esa etapa de un "milenio" bien entendido, según unas palabras de la Virgen: “no ha dicho fin del mundo, sino fin de los tiempos”. Entre el fin de los tiempos y el fin del mundo podría haber una nueva manifestación del Reino de Dios en la tierra.

En esta semana en que estamos rezando por la unidad en la Iglesia y considerando la importancia de la Palabra de Dios, es importante mantener la unidad sobre los conceptos centrales de la escatología cristiana -sabiendo que hay aspectos que forman parte de la revelación, que están en la Sagrada Escritura y en la Tradición, y han sido explicados por el Magisterio de modo constante a través de los siglos-, y hay también interpretaciones o añadidos por revelaciones privadas, que hay que tomar con precaución, y que no forman parte de la revelación pública y de lo que está en el depósito de la fe. 

La expresión “Reino de Dios” tiene que ver con todo esto, porque precisamente, a partir de ella se puede conocer qué es lo central y cómo hay que entender la Nueva Realidad inaugurada por Cristo. En el Nuevo Testamento y en los escritos paulinos y jónicos se trata numerosas veces sobre este tema. El Reino de Dios es el asunto central de la predicación y de la actividad del Señor. Jesús no sólo anuncia la llegada del Reino, sino que lo trae en su persona, sus obras y sus palabras (cfr. A. García-Moreno, voz Reino de Dios, en Diccionario de Teología, Eunsa, pp. 842-848). Es un mensaje de Jesús y sobre Jesús. 

“Es temporal, porque se materializa en una comunidad que lo acepta, lo vive y lo realiza en el mundo de los hombres.; es escatológico porque debe planificarse en el futuro; y es cristológico porque tiene que ver esencialmente con Jesús y sus discípulos” (Ibidem).

La venida del misterioso Reino de Dios se extiende desde los profetas del Antiguo Testamento hasta el final de los tiempos. Solamente en el futuro alcanzará su plenitud. Sin embargo, ya está presente en las palabras y acciones de Jesús. También en sus discípulos. 

El tiempo se ha cumplido [engiken]”. Esta palabra griega está en un tiempo pasado con implicaciones presentes y que, sin embargo, alude al futuro. Misteriosamente, se unen pasado, presente y futuro escatológico. 

“Esta tensión en torno al tiempo corresponde a la presencia del Reino como algo misteriosamente escondido, incomprensible a "los de fuera", pero revelado a "los de dentro". «A vosotros se os ha dado a conocer el misterio del Reino» (Mc 4, 11). Debe afirmarse, sin embargo, que la frontera entre "los de fuera" y "los de dentro" permanece fluida e in cierta hasta el fin de los tiempos” (Ibidem).

El Reino de Dios está en el mundo desde que Jesús comienza su actividad pública. Pero no es un reino temporal: «Mi reino no es de ese mundo» (Jn 18, 36). Existe ya en la tierra como realidad espiritual incoada, que es semilla y primicia de la plenitud futura.
El Reino, iniciado por la predicación y acciones de Jesús, toma forma en el mundo a través de las obras de sus discípulos. El Reino contiene una dimensión eterna. Sobre todo, es interior: está en los corazones. «El Reino de Dios no llega con signos visibles, ni dirán helo aquí o allí; porque el Reino está dentro de vosotros» (Lc 17, 20). 

El "venga a nos tu Reino", del Padrenuestro, no es una petición puramente escatológica que contemple sólo un tiempo futuro. El creyente pide también que Dios se abra paso y reine en los corazones de los hombres.

“Conviene advertir que todas las interpretaciones existentes del Reino, desde los mismos evangelistas hasta nuestros días, nunca conseguirán reflejar plenamente el alcance y las implicaciones de la predicación y la mente de Jesús acerca de ese misterio” (cfr. Ibidem).

Ya desde ahora podemos contribuir con la implantación del Reino, seguros de que, al final, nos quedaremos asombrados de los planes de Dios.
 

viernes, 15 de enero de 2021

Jesús llama a los primeros discípulos

 En la entrada anterior reflexionábamos sobre el valor de las revelaciones privadas. Es tan pernicioso aceptarlas como si fuera “obligatorio” creerlas como si fueran parte de la revelación sobrenatural, con fe divina; como rechazarlas sistemáticamente y no interesarse por ninguna de ellas, como si fueran algo “superfluo” que se puede dejar a un lado con toda tranquilidad. Dios ha querido que las revelaciones privadas ayuden a muchas personas a lo largo de los siglos. Son voces divinas que no podemos despreciar.

María Valtorta (1897-1961)

Hace una semana, un grupo de unas 30 personas, tuvimos una reunión por zoom con Marga, de la cual hemos hablado en este blog, y trasmitido los mensajes que ha recibido del Señor y de María escritos en sus cuatro libros (ver la página vdcj). Hacia el final, ella nos recomendó que leyéramos los libros de María Valtorta (1897-1961), mística italiana, autora de “El Evangelio como me ha sido revelado”, en el que se detiene en el relato de toda la vida de Jesús. Esta obra fue dictada por el mismo Jesús, el Espíritu Santo, María y su Ángel a la Guarda (llamado “Azarías”). En febrero de 2002, el Obispo canadiense Mons. Roman Danylak (+2012) aprobó y recomendó esta obra concediéndole el Nihil Obstat y el Imprimatur.

Debo confesar que nunca había leído nada de María Valtorta, pero el consejo de Marga me animó a escribir este post, precisamente sobre el pasaje que leeremos en Evangelio de este próximo domingo, el Segundo del Tiempo Ordinario, que se centra en la llamada de Jesús a sus primeros discípulos. La escena tiene lugar en el vado del Jordán. Jesús ha vuelto de sus 40 días de ayuno y penitencia en el desierto. Los primeros en encontrarle son los hijos del Zebedeo, Juan y Santiago (no Juan y Andrés, como aparece en el Evangelio de Juan: ver más adelante la explicación que le da el mismo Señor a María Valtorta). Se recoge parte del relato. Las negritas son nuestras.    

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Veo a Jesús que camina a lo largo de la faja verde que sigue el curso del Jordán. Ha vuelto, aproximadamente, al lugar que vio su bautismo, cerca del vado que parece ser muy conocido y frecuentado, por ser el paso a la otra margen, en dirección a Perea. El lugar que antes estaba lleno de gente, se ve ahora desierto. Solo algún viandante, a pie o montado en asnos o caballos, lo recorre. Jesús parece no darse cuenta de ello. Continúa por su camino subiendo hacia el norte, como absorto en sus pensamientos. Cuando llega a la altura del vado, se cruza con un grupo de hombres de distintas edades que discuten acaloradamente entre ellos y luego se separan, dirigiéndose unos hacia el sur y otros al norte. Entre los que se dirigen hacia el norte veo a Juan y a Santiago.

Juan es el primero en ver a Jesús y lo señala a su hermano y acompañantes. Hablan entre sí un poco, y luego Juan se echa a andar de prisa para alcanzar a Jesús. Santiago le sigue más despacio. Los demás no hacen mayor caso; continúan caminando lentamente y discutiendo. Juan, cuando llega a no más de unos dos o tres metros detrás de Jesús, grita: “¡Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo!”. Jesús se vuelve y le mira. Ambos se encuentran a pocos pasos el uno del otro. Se miran. Jesús con su mirada seria e indagadora; Juan con sus ojos puros y sonrientes en esa cara juvenil como de niña. Puede tener más o menos unos veinte años, y en sus mejillas sonrosadas no hay más signos que el de una pelusa rubia que parece un velo de oro. Jesús pregunta: “¿A quién buscas?”Juan: “A Ti, Maestro”. Jesús: “¿Cómo sabes que soy Maestro?”. Juan: “Me lo ha dicho el Bautista”. Jesús: “Y entonces ¿por qué me llamas Cordero?”. Juan: “Porque así te llamó cuando Tú pasabas, hace poco más de un mes”. Jesús: “¿Para qué me quieres?”Juan: “Para que nos digas palabras de vida eterna y nos consueles”. Jesús: “Pero… ¿quién eres?”. Juan: “Soy Juan de Zebedeo y éste es mi hermano Santiago. Somos de Galilea, pescadores y discípulos de Juan. Él nos decía palabras de vida y nosotros le escuchábamos, porque queremos encontrar a Dios y, con la penitencia, merecer su perdón, preparando así los caminos del corazón para cuando llegue el Mesías. Tú lo eres, Juan lo dijo porque vio el signo de la Paloma posarse sobre Ti y fue cuando dijo: «He aquí el Cordero de Dios». Y yo te digo: Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, danos la paz porque no tenemos quien nos guíe y nuestra alma está turbada”.

“Jesús les pregunta: “¿Dónde está Juan?”. Juan: “Herodes le ha apresado. Está en la prisión de Maqueronte. Los más fieles de entre los suyos han tratado de liberarle, pero no han podido. De allí venimos.

“Permítenos quedarnos contigo, Maestro. Muéstranos dónde vives”Jesús: “Venid. Pero ¿sabéis qué cosa pedís? Quien me sigue tendrá que dejar todo: casa, padresmodo de pensar y también de vida. Yo os haré mis discípulos y amigos, si queréis. Pero no tengo riquezas ni modo de protegeros. Soy y seré pobre hasta no tener dónde reclinar la cabeza y lo seré aún más; más perseguido que una oveja perdida, por los lobos. Mi doctrina es todavía más severa que la de Juan, porque prohíbe incluso el resentimiento. No se dirige tanto hacia lo externo cuanto hacia el espíritu. Tendréis que renacer si queréis ser míos. ¿Lo queréis hacer?”. Juan: “Sí, Maestro, Tú solo tienes palabras que nos dan luz y, para nosotros que vamos sin guía, entre tinieblas y desolación, nos dan una claridad como de sol”. Jesús: “Venid, pues, y vayamos. Os adoctrinaré por el camino” (Escrito el 25 de Febrero de 1944).

“Con motivo de esta visión [meses después de la anterior], Jesús me dijo: “Quiero que tú y todos vosotros reparéis en la conducta de Juan, en algo que no siempre se pone atención. Le admiráis por puro, amoroso, fiel, pero no caéis en la cuenta de cuán grande fue en la humildad. Él, primer artífice de que Pedro viniera a Mí, modestamente, calla este detalle. El apóstol de Pedro y, por lo tanto, el primero de mis apóstoles fue Juan; primero en reconocerme, el primero en hablarme, el primero en seguirme y el primero en predicarme. Con todo ved que dice: «Andrés, el hermano de Simón, era uno de los que habían oído las palabras de Juan (el Bautista) y que habían seguido a Jesús. El primero a quien encontró fue a su hermano Simón, a quien dijo‘Hemos encontrado al Mesías’ y le llevó a Jesús» (Jn 1, 40-42).

Justo, además de bueno, sabe que Andrés se angustia por tener un carácter tímido y cerrado, sabe que querría hacer muchas cosas pero que no logra hacerlas, y desea para él, en la posteridad, el reconocimiento de su buena voluntad. Quiere que aparezca Andrés como el primer discípulo de Cristo respecto a Simón no obstante su timidez y su dependencia respecto a su hermano, que no fueron obstáculo en nada para ser el apóstol de su hermano” (Escrito el 13 de Octubre de 1944).

El relato completo se puede ver en: María Valtorta. Difusión de la obra.

  

viernes, 8 de enero de 2021

El valor de las revelaciones privadas

Como recordábamos en la última entrada, el mensaje de Garabandal tiene un contenido escatológico, que va unido al resto de lo que Nuestra Señora quería comunicar a las niñas.

Seguramente muchos de nosotros hemos conocido bien los detalles de las apariciones que tuvieron lugar en Garabandal hace casi 60 años, y estamos convencidos de que son verdaderas, de la verdad de su contenido, y también de su verdad profética y escatológica (el Aviso, el Milagro, el Castigo).

Las cuatro niñas de Garabandal

Además, nos damos cuenta del gran bien que ese mensaje ha hecho a muchísimas personas y de cómo nos impulsa a buscar la santidad con más decisión. Sin embargo, notamos, en muchos de nuestros conocidos, una resistencia a “creer” en ellas, o de al menos interesarse por conocerlas.

Por otra parte, en los últimos años, gracias a la facilidad para conocer lo que pasa en todo el mundo, hemos sabido de la existencia de muchas revelaciones privadas, del Señor o de la Virgen. Si quisiéramos hacer una lista de ellas, seríamos incapaces de abarcarlas todas.

Es frecuente que nos encontremos amigos que nos hagan las siguientes preguntas: ¿un buen cristiano, debe interesarse por las apariciones y revelaciones privadas pasadas y actuales?; ¿se puede tener una fe madura sin tener en cuenta esas revelaciones?; ¿hasta qué punto es obligatorio aceptar que el Señor desea que nos interesemos por ellas y que escuchemos lo que nos quiere decir a través de ellas?

Me parece que, para responder a estas preguntas, además tener en cuenta las Normas sobre el modo de proceder en el discernimiento de presuntas apariciones y revelaciones (1978), y el Prefacio a las mismas de la Congregación para la Doctrina de la fe (2011), de  es necesario recordar lo que escribió Benedicto XVI en 2010) [las negritas son nuestras]:

«De este modo, la Iglesia expresa su conciencia de que Jesucristo es la Palabra definitiva de Dios; él es “el primero y el último” (Ap 1,17). Él ha dado su sentido definitivo a la creación y a la historia; por eso, estamos llamados a vivir el tiempo, a habitar la creación de Dios dentro de este ritmo escatológico de la Palabra; “la economía cristiana, por ser la alianza nueva y definitiva, nunca pasará; ni hay que esperar otra revelación pública antes de la gloriosa manifestación de Jesucristo nuestro Señor (cf. 1 Tm 6,14; Tt 2,13)” (Dei Verbum, n. 4). En efecto, como han recordado los Padres durante el Sínodo, la “especificidad del cristianismo se manifiesta en el acontecimiento Jesucristo, culmen de la Revelación, cumplimiento de las promesas de Dios y mediador del encuentro entre el hombre y Dios. Él, 'que nos ha revelado a Dios' (cf. Jn 1,18), es la Palabra única y definitiva entregada a la humanidad”. (Propositio 4). San Juan de la Cruz ha expresado admirablemente esta verdad: “Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra... Porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado a Él todo, dándonos el todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra cosa o novedad” (Subida al Monte Carmelo, II, 22)» (Exhortación Apostólica Postsinodal Verbum Domini, n. 14).   

Teniendo presente todo esto, el Santo Padre Benedicto XVI destaca:

«El Sínodo ha recomendado “ayudar a los fieles a distinguir bien la Palabra de Dios de las revelaciones privadas” (Propositio 47), cuya función “no es la de... 'completar'  la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de la historia” (Catecismo de la Iglesia Católica, 67). El valor de las revelaciones privadas es esencialmente diferente al de la única revelación pública: ésta exige nuestra fe; en ella, en efecto, a través de palabras humanas y de la mediación de la comunidad viva de la Iglesia, Dios mismo nos habla. El criterio de verdad de una revelación privada es su orientación con respecto a Cristo. Cuando nos aleja de Él, entonces no procede ciertamente del Espíritu Santo, que nos guía hacia el Evangelio y no hacia fuera. La revelación privada es una ayuda para esta fe, y se manifiesta como creíble precisamente cuando remite a la única revelación pública. Por eso, la aprobación eclesiástica de una revelación privada indica esencialmente que su mensaje no contiene nada contrario a la fe y a las buenas costumbres; es lícito hacerlo público, y los fieles pueden dar su asentimiento de forma prudente. Una revelación privada puede introducir nuevos acentos, dar lugar a nuevas formas de piedad o profundizar las antiguas. Puede tener un cierto carácter profético (cf. 1 Ts 5,19-21) y prestar una ayuda válida para comprender y vivir mejor el Evangelio en el presente; de ahí que no se pueda descartar. Es una ayuda que se ofrece pero que no es obligatorio usarla. En cualquier caso, ha de ser un alimento de la fe, esperanza y caridad, que son para todos la vía permanente de la salvación. (Cfr. Congregación para la Doctrina de la Fe, El mensaje de Fátima, 26 de junio de 2000: Ench. Vat. 19, n 974-1021)» (Ibidem).

Me parece que cabe destacar la siguiente frase: “Es una ayuda que se ofrece pero que no es obligatorio usarla. Y también la palabra “puede”, utilizada varias veces al final de la cita, para indicar que es opcional aprovechar la ayuda que prestan las apariciones privadas a nuestra fe, para hacerla más madura (de ahí que, de entrada, no se puedan descartar: es decir, tener un prejuicio sistemático hacia ellas).

Por lo tanto pienso que hay que distinguir entre 1) el contenido escatológico de la Revelación (Dios Cosumador), que todos debemos de conocer y aplicar a nuestra vida cristiana, y 2) las formas opcionales de entender  y vivir ese contenido escatológico, como son las que conocemos a través de las revelaciones privadas o de las diversas interpretaciones que se pueden dar al contenido de la revelación sobre el Fin de los Tiempos.

viernes, 1 de enero de 2021

Discernir sobre el Final de los Tiempos

Comienza un nuevo año. A finales del que acaba de terminar me había propuesto dedicar todas las entradas de 2021 al Año de San José, que proclamó el Papa Francisco el 8 de diciembre pasado. Sin embargo, el día de Navidad, una lectora del blog me escribió para sugerirme que tocara temas “para poder discernir sobre el Final de los Tiempos”.

Bartolomé Esteban Murillo.
Las dos trinidades (1670-1680)

Sin pensarlo demasiado, le contesté lo siguiente [lo que pongo en negritas es posterior a la redacción original del 25 de diciembre].

«Gracias y tendré en cuenta tu sugerencia. Sigo en contacto con personas que me merecen confianza respecto al final de los tiempos. Son muchas voces. No es fácil hacerse una idea de los tiempos y el modo en el que el Señor ha previsto que sucederá lo que está profetizado. Por otra parte, la mayoría de los buenos cristianos viven muy al día, y ni siquiera se interesan por relacionar lo que sucede actualmente en el mundo con el fin de los tiempos. Suelen decir: "siempre ha habido momentos turbulentos en la historia". Tampoco hacen ningún caso a los videntes o las apariciones de la Virgen. A veces pienso que eso es lo más sensato, dentro de todo. Porque lo importante es estar siempre en proceso de conversión: estar bien preparados en todo momento. Cuando llegue lo que tenga que llegar, en ese momento, nos adaptaremos a lo que Dios quiera de nosotros, con su gracia. En este sentido, me parece muy bueno el artículo de Bruno Moreno en InfoCatólica. 

En fin, como ves, en las circunstancias en que vivimos me resisto un poco a hacer conjeturas o a dar por hecho [en el sentido de un asentimiento absoluto, como el de un acto de fe en la Revelación] que ya estamos en "los últimos tiempos" (…).

Si, dentro de poco, se confirma que efectivamente estamos en los últimos tiempos [tal como parece, por las muchas señales que hay], y aparece el Anticristo, y la gran tribulación y llega el Aviso [anunciado en Garabandal], etc., etc., entonces nosotros tendremos la ventaja de conocer un poco más todo lo que va llegando, y eso será un impulso para nuestra conversión y el apostolado que hagamos. Pero los que no se han interesado por todo eso en la actualidad, y son buenos, también estarán preparados para lo que venga [sin necesidad de que se interesen por las apariciones actuales de la Virgen, etc.]. 

Me he alargado un poco, pero es como una explicación de porqué prefiero [por el momento] no poner en Ecos [de Garabandal] cosas relacionadas con los últimos tiempo y, en cambio, escribo sobre cómo vivir más plenamente la vida cristiana, aprovechando lo que tenemos ahora: la Palabra de Dios, el Magisterio de la Iglesia, la teología, las devociones marianas, la devoción a San José, etc.». Hasta aquí lo que escribí hace una semana.

Al día siguiente, la referida lectora me envió un breve mensaje de la Virgen a Mirjana, vidente de Medjugorje, del 2 de junio de 2012, que dice lo siguiente [las negritas son de la lectora del blog]:

Por medio de este amor salvífico y del Espíritu Santo, Él me ha elegido y yo, junto a Él, los elijo a ustedes para que sean apóstoles de su amor y de su voluntad. Hijos míos, en ustedes recae una gran responsabilidad. Deseo que ustedes con su ejemplo, ayuden a los pecadores a que vuelvan a ver, a que enriquezcan sus pobres almas y a que regresen a mis brazos. Por lo tanto: oren, oren, ayunen y confiésense regularmente”.

En estos días de mayor calma, he reflexionado despacio sobre todo esto, y he pensado hacer lo siguiente:

1) Poner en marcha un nuevo blog, dirigido especialmente a los sacerdotes, que lleva por título “Reflexiones sobre el Año de San José”. De esta manera, podré continuar enviando a muchos sacerdotes las “cápsulas en tiempo de pandemia” que escribí desde el 13 de mayo hasta el 15 de noviembre de 2019 (94 en total). A partir del 16 de julio (“cápsula 33”: Nuestra Señora del Carmen), esos escritos también están en “Ecos de Garabandal”.

2) De esta manera, podré continuar escribiendo en “Ecos de Garabandal” temas para “poder discernir sobre el Final de los Tiempos”, como me sugería la amable lectora a quien agradezco haberme hecho reflexionar. Me parece que sí podemos tratar de discernir sobre lo que está sucediendo en nuestra época y sobre las “muchas voces” que recibimos y que, en última instancia, Dios permite que escuchemos. Cada uno, guiado por el Espíritu, intentará distinguir entre lo bueno y lo malo, como nos aconseja San Pablo:

«No apaguen el Espíritu, no desprecien lo que dicen los profetas. Examínenlo todo y quédense con lo bueno. Eviten toda clase de mal donde lo encuentre. "Que el Dios de la paz los haga santos en toda su persona. Que se digne guardarlos sin reproche, en su espíritu, su alma y su cuerpo, hasta la venida de Cristo Jesús, nuestro Señor. El que los llamó es fiel, y así lo hará» (1ª Tesalonicenses 19, 24).

El mensaje de Garabandal es muy rico y tiene una admirable unidad. He pensado que no se puede separar su contenido escatológico de lo demás: es una urgente (¡ya!, ¡ahora!) llamada a la conversión (ser buenos, hacer penitencia, meditar en la Sagrada Pasión, tener un amor más grande a la Eucaristía, rezar por los Pastores, acudir para todo a la Virgen, etc.).

Intentaré colaborar en esta tarea teniendo en cuenta la responsabilidad que tenemos y la gran necesidad de que todos regresemos a los brazos de Nuestra Madre. ¡Muchas felicidades en este Año 2021 que comienza, y que la Trinidad del Cielo y la de la tierra -Jesús, María y José- nos bendigan abundantemente!