Como recordábamos en
la última entrada, el mensaje de
Garabandal tiene un contenido escatológico, que va unido al resto de lo que
Nuestra Señora quería comunicar a las niñas.
Seguramente muchos de
nosotros hemos conocido bien los detalles de las apariciones que tuvieron lugar
en Garabandal hace casi 60 años, y estamos
convencidos de que son verdaderas, de la verdad de su contenido, y también
de su verdad profética y escatológica (el Aviso, el Milagro, el Castigo).Las cuatro niñas de Garabandal
Además, nos damos cuenta del gran bien que ese
mensaje ha hecho a muchísimas personas y de cómo nos impulsa a buscar la
santidad con más decisión. Sin embargo, notamos, en muchos de nuestros
conocidos, una resistencia a “creer” en
ellas, o de al menos interesarse por conocerlas.
Por otra parte, en los
últimos años, gracias a la facilidad para conocer lo que pasa en todo el mundo,
hemos sabido de la existencia de muchas revelaciones
privadas, del Señor o de la Virgen. Si quisiéramos hacer una lista de
ellas, seríamos incapaces de abarcarlas todas.
Es frecuente que nos
encontremos amigos que nos hagan las
siguientes preguntas: ¿un buen cristiano, debe interesarse por las apariciones
y revelaciones privadas pasadas y actuales?; ¿se puede tener una fe madura sin
tener en cuenta esas revelaciones?; ¿hasta qué punto es obligatorio aceptar que
el Señor desea que nos interesemos por ellas y que escuchemos lo que nos quiere
decir a través de ellas?
Me parece que, para
responder a estas preguntas, además tener en cuenta las Normas
sobre el modo de proceder en el discernimiento de presuntas apariciones y
revelaciones (1978), y el Prefacio
a las mismas de la Congregación para la Doctrina de la fe (2011), de es necesario recordar lo que escribió
Benedicto XVI en 2010) [las negritas son nuestras]:
«De este modo, la
Iglesia expresa su conciencia de que Jesucristo es la Palabra definitiva de
Dios; él es “el primero y el último” (Ap 1,17). Él ha dado su
sentido definitivo a la creación y a la historia; por eso, estamos llamados a
vivir el tiempo, a habitar la creación de Dios dentro de este ritmo escatológico de la Palabra; “la economía
cristiana, por ser la alianza nueva y definitiva, nunca pasará; ni hay que esperar otra revelación pública
antes de la gloriosa manifestación de Jesucristo nuestro Señor (cf. 1
Tm 6,14; Tt 2,13)” (Dei
Verbum, n. 4). En efecto, como han recordado los Padres durante el
Sínodo, la “especificidad del cristianismo se manifiesta en el acontecimiento
Jesucristo, culmen de la Revelación, cumplimiento de las promesas de Dios y
mediador del encuentro entre el hombre y Dios. Él, 'que nos ha revelado a Dios'
(cf. Jn 1,18), es la
Palabra única y definitiva entregada a la humanidad”. (Propositio 4).
San Juan de la Cruz ha expresado admirablemente esta verdad: “Porque en darnos,
como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo
habló junto y de una vez en esta sola Palabra... Porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado a Él
todo, dándonos el todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o
revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no
poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra cosa o novedad” (Subida
al Monte Carmelo, II, 22)» (Exhortación Apostólica Postsinodal Verbum Domini, n. 14).
Teniendo presente
todo esto, el Santo Padre Benedicto XVI destaca:
«El Sínodo ha
recomendado “ayudar a los fieles a distinguir
bien la Palabra de Dios de las revelaciones privadas” (Propositio 47),
cuya función “no es la de... 'completar' la Revelación definitiva de
Cristo, sino la de ayudar a vivirla más
plenamente en una cierta época de la historia” (Catecismo
de la Iglesia Católica, 67). El valor de las revelaciones privadas es
esencialmente diferente al de la única revelación pública: ésta exige nuestra fe; en ella, en efecto, a través de palabras
humanas y de la mediación de la comunidad viva de la Iglesia, Dios mismo nos
habla. El criterio de verdad de una revelación privada es su orientación con
respecto a Cristo. Cuando nos aleja de Él, entonces no procede ciertamente del
Espíritu Santo, que nos guía hacia el Evangelio y no hacia fuera. La revelación privada es una ayuda para
esta fe, y se manifiesta como creíble precisamente cuando remite a la única
revelación pública. Por eso, la aprobación eclesiástica de una revelación
privada indica esencialmente que su mensaje no contiene nada contrario a la fe
y a las buenas costumbres; es lícito hacerlo público, y los fieles pueden dar su asentimiento de forma
prudente. Una revelación privada puede
introducir nuevos acentos, dar lugar a nuevas formas de piedad o profundizar
las antiguas. Puede tener un cierto
carácter profético (cf. 1 Ts 5,19-21) y prestar una ayuda
válida para comprender y vivir mejor el Evangelio en el presente; de ahí que no
se pueda descartar. Es una ayuda que se
ofrece pero que no es obligatorio usarla. En cualquier caso, ha de ser un
alimento de la fe, esperanza y caridad, que son para todos la vía permanente de
la salvación. (Cfr. Congregación para la Doctrina de la Fe, El
mensaje de Fátima, 26 de junio de 2000: Ench. Vat. 19,
n 974-1021)» (Ibidem).
Me parece que cabe
destacar la siguiente frase: “Es una ayuda
que se ofrece pero que no es obligatorio usarla”. Y también la palabra “puede”,
utilizada varias veces al final de la cita, para indicar que es opcional
aprovechar la ayuda que prestan las apariciones privadas a nuestra fe, para
hacerla más madura (de ahí que, de entrada, no se puedan descartar: es decir,
tener un prejuicio sistemático hacia ellas).
Por lo tanto pienso que hay que distinguir entre 1) el contenido escatológico de la Revelación (Dios Cosumador), que todos debemos de conocer y aplicar a nuestra vida cristiana, y 2) las formas opcionales de entender y vivir ese contenido escatológico, como son las que conocemos a través de las revelaciones privadas o de las diversas interpretaciones que se pueden dar al contenido de la revelación sobre el Fin de los Tiempos.
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