sábado, 11 de abril de 2020

¿Castigo, prueba, o nueva oportunidad?


La Navidad de 2019 fue, como siempre lo había sido —al menos para la mayoría de nosotros— una Navidad “normal”. En los últimos 74 años, desde la Navidad de 1945 (la primera después de terminar la Segunda Guerra Mundial), todas las Navidades han sido “normales”, en el sentido de que, globalmente, en el mundo entero, se ha celebrado el Nacimiento de Jesús en un ambiente de alegría y paz.      

La Sábana Santa, ¿reliquia o fraude?
Hoy, en el Gran Silencio del Sábado Santo de 2020. Contemplación de la Sábana Santa, desde Turín.

En cambio, esta Cuaresma y esta Semana Santa no han sido en absoluto “normales”. Han marcado un antes y un después en la historia de la humanidad. Siempre han existido las tragedias y malas noticias, en un país o en otro. Pero desde hace casi 75 años no se había presentado un “mal” tan grande y que haya afectado a tan gran cantidad de personas como la pandemia del covid-19.

En la última Navidad animábamos a todos los lectores de este blog a buscar un cambio de corazones de cara al año 2020, que estaba a punto de comenzar. Nunca imaginamos que al final de  estos más de tres meses de “silencio” en nuestro blog, la Providencia nos presentaría una oportunidad extraordinaria para cambiar en serio nuestros corazones, disponiéndonos —como lo estamos ahora— a comenzar una nueva etapa de la historia que requiere de nuestra parte una gran fortaleza humana (porque la tormenta se cierne sobre la Iglesia y la humanidad: cfr. Homilía de Francisco el 27 demarzo en la Plaza de San Pedro) pero, sobre todo, “la fuerza de la fe, la certeza de la esperanza y el fervor de la caridad” (Francisco, 8 de marzo de 2020) (cfr. también el mensaje de Mons. Fernando Ocáriz del 11 de marzo de 2020).

Para afrontar con sabiduría este evento mundial, quizá, lo primero que convendría hacer es escuchar al Señor y preguntarle qué es lo que quiere ahora del mundo, y de cada uno de nosotros, ante esta emergencia extraordinaria. La pandemia del covid-19 —que ya ha causado más de cien mil muertes en todo el mundo— ¿es un mal?; ¿es un castigo de Dios?; ¿es una prueba?; ¿es una consecuencia de nuestros pecados? O quizá, ¿es también una ocasión para el arrepentimiento?; ¿es un modo en que el Señor actúa para curarnos de nuestros males?; ¿es una nueva oportunidad para unirnos a la Cruz de Cristo y para vivir con alegría en la Voluntad de Dios? (ver posts sobre la Voluntad de Dios, escritos a fines de 2019). La respuesta me parece que es la siguiente: sí, es todo eso (sobre todo lo que se formula en la última pregunta), entendiendo bien cada una de las expresiones.

Hace unos días leí un artículo de Néstor Martínez, en InfoCatólica, que me hizo pensar. Se titula “Los débiles y el castigo divino”. El autor se pregunta si sería bueno eliminar del vocabulario actual la expresión “castigo de Dios” como parece aconsejarlo un reciente documento de la Pontifica Academia para la Vida titulado “Pandemia y Fraternidad Universal. Sobre la emergencia covid-19”, del 30 de marzo de 2020.
  
Hay que reconocer que parte importante de la evangelización es buscar las palabras que mejor reflejen el Evangelio en las circunstancias actuales. Si utilizamos expresiones que choquen con la sensibilidad actual lo único que haremos es alejar a nuestros contemporáneos de la verdad. Sin embargo, eso no nos autoriza a rebajar las verdades reveladas. Lo que tenemos que hacer es explicar bien las cosas. Por ejemplo, analizar en qué sentido y de qué manera conviene utilizar, hoy en día, las expresiones “prueba de Dios” o “castigo de Dios”. Indudablemente, en nuestra época, es mejor aceptada la primera expresión que la segunda. Pero aún es mejor la expresión “nueva oportunidad”.  

Antiguamente, se solía invocar la protección de Dios con las letanías de los santos:

Ab ira tua, libera nos, Domine;
a subitanea et improvisa morte, libera nos, Domine;
a fulgure et tempestate, libera nos, Domine;
a flagello taerremotus, libera nos, Domine;
a peste, fame et bello, libera nos, Domine”.

Hacia el año 1000, se añadía una más: “a sagittis hungarorum, libera nos, Domine”. Señor, líbranos de tu ira; del hambre, la peste y la guerra; de los rayos y tempestades, del flagelo de los terremotos, de  la muerte imprevista y repentina; de las flechas de los húngaros (los magiares, que asolaban Europa desde la actual Hungría); etc.

Todas las situaciones de las que se pedía al Señor que nos liberara eran “males”, que se consideraban “castigos” o “pruebas”, y por eso se pedía a Dios que los hiciera desaparecer. Pero la Iglesia, al mismo tiempo, también aceptaba esos “castigos” o “pruebas” con paciencia y confianza en Dios, que de los males saca bienes y de los grandes males grandes bienes. En esto siempre ha imitado la oración del Señor en Getsemaní: “Si quieres que pase de mi este cáliz…, pero no se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc 22, 42). Acepto esta oportunidad que me das para manifestar mi Amor hacia Ti.  

¿Hasta qué punto se puede decir que Dios “castiga”?. Frecuentemente, en la Sagrada Escritura se menciona “la ira” de Dios que castiga, o puede castigar, a sus hijos, si no obedecemos sus mandamientos, si nos comportamos mal, si le ofendemos. Desde las primeras páginas del Génesis observamos que Dios castigó a nuestros primeros padres y los expulsó del paraíso. ¿Cómo hacer compatible todo esto con el amor y la misericordia de Dios, que Padre, ante todo? Néstor Martínez lo explica muy bien en su artículo. Y pienso que nos puede ayudar su lectura para comprender mejor cómo hay que entender “los castigos de Dios”.

En conclusión, se puede decir que Dios siempre quiere nuestro bien. Si nos castiga o nos prueba es, siempre, para tratar de obtener un bien mayor: para salvarnos, para intentar curarnos. Es necesario recordar también que todos los “castigos” que sufrimos los hombres —como la actual pandemia del covid-19— son un misterio, porque el mal es un gran misterio; y que, por otra parte, derivan del pecado. Es decir, los mismos hombres generamos esos castigos con nuestras conductas equivocadas y en contra del orden establecido por Dios en la creación. Pero Dios, como el padre de la parábola del hijo pródigo, siempre nos espera con los brazos abiertos.

Recordemos que, en las apariciones de San Sebastián de Garabandal, la Virgen muchas veces mencionaba la palabra “castigo” (por ejemplo, en la famosa "noche de los gritos"). Lo hizo en sus dos principales mensajes; en el primero de modo directo y en el segundo indirectamente:

La copa ya se está llenando y si no cambiamos nos vendrá un castigo muy grande” (18 de octubre de 1961).
Antes la copa se estaba llenando, ahora está rebosando (…). Con vuestros esfuerzos debéis aparatar de vosotros la ira de Dios (…); os pido que enmendéis vuestras vidas (…). Os amo mucho y no quiero vuestra condenación” (18 de junio de 1965).

Recientemente alguien me envío, a través de WhatsApp, unas palabras que Conchita dijo (o escribió) el 19 de marzo pasado, y que pueden iluminar nuestra reflexión:

“Dios nos está separando de los valores de este mundo. En el silencio de la Iglesia o en nuestra casa, ahora podemos hacer un examen de conciencia para que podamos limpiar lo que nos impide escuchar la Voz de Dios con claridad. Con sinceridad podemos pedirle a Dios que nos diga qué quiere de nosotros hoy y continuar haciéndolo todos los días. Y pasar el mayor tiempo posible con Dios en la Iglesia o en algún lugar de su hogar o donde encuentre el silencio. Él es todo lo que necesitamos”.

Seguramente nuestros lectores han sabido que la productora “Mater Spei” ha permitido que se pueda ver la película sobre GarabandalSólo Dios lo sabe”, de modo totalmente gratuito, a través de la página de la productora, del 3 al 12 de abril. Gracias a Dios la hemos visto y, como es lógico, nos ha traído tantos recuerdos de las veces que estuvimos en Garabandal durante el mes de julio de 1962, mientras toda la familia pasábamos el verano en Llanes, Asturias. Ver también una nueva charla del P. José Luis Saavedra, "Coronavirus y el Aviso".

Finalmente, quisiera hacer referencia a un tema que, en estos momentos, nos inquieta a todos: el modo de reaccionar ante las indicaciones de las autoridades civiles y eclesiásticas.

En este tiempo de confinamiento global, en casi todo el mundo, se ha escrito mucho sobre cuál debe de ser el comportamiento de los cristianos, especialmente de los sacerdotes, ante las decisiones tomadas por las autoridades civiles y eclesiásticas, que limitan la movilidad de modo drástico y taxativo. ¿Hasta qué punto —se preguntan muchos— podemos permanecer “pasivos” sin recibir los sacramentos y llevarlos a los enfermos cuando más los necesitan. En este sentido, vale la pena tener en cuenta el mensaje que recibió Marga el 17 de marzo de 2020: “Oh, Amado pueblo de España, mi Corazón llora estos días con vosotros; lloro de pena porque habéis decidido privaros de la Medicina que podrá curaros de esta epidemia y de las que os pueden esperar y podrían venir si no os convertís y no ponéis vuestra Confianza en Mí” (parte del mensaje; verlo completo).

Me parece que los artículos que ha escrito el P. José María Iraburu en InfoCatólica nos dan una respuesta muy equilibrada y certera, especialmente el que trata de la virtud de la prudencia: “Coronavirus y Obispos– Prudencia y consejo”. Hay una prudencia mala (la de “la carne”) y una buena. “Virtus in medio”, suele decirse, siguiendo la doctrina de Santo Tomás de Aquino. Ese “in medio” no es cobardía o mediocridad: es encontrar la manera más acertada de actuar, de acuerdo a las enseñanzas de Jesucristo y de la Iglesia.

¡Felices Pascuas de Resurrección a todos! Serán diferentes a las de los años anteriores pero, con la ayuda de la Santísima Virgen Guadalupe (a quien los obispos del CELAM consagrarán América Latina mañana, 12 de abril, a las 12:00 hrs., tiempo del centro de México: verlo en facebook), podremos comprobar que Dios y Nuestra Madre nunca nos dejan y nos aman con ternura, especialmente en estos momentos difíciles, como lo haría cualquier padre o madre con un hijo enfermo. Es una nueva y gran oportunidad para descubrir su gran Amor por nosotros y darlo a conocer a los demás.