sábado, 30 de noviembre de 2019

Vivir en la Voluntad de Dios (9)


Durante este mes de noviembre, que ahora terminamos, hemos dedicado todos los posts de este blog a la vida, escritos y enseñanzas de la Sierva de Dios Luisa Piccarreta.   

Filipo Lippi, La Virgen y el Niño (c.1460)

Veamos el contenido de los cuatro primeros artículos:
  •         En el primero (2 de noviembre) examinábamos la vida y los  escritos de Luisa.
  •         En el segundo (9 de noviembre) la importancia de despojarse de la propia voluntad.
  •         En el tercero (16 de noviembre) recogíamos algunos textos que mencionan la “Época Nueva” (Reino de libertad y eucarístico) que está muy cercana y en la que se cumplirá plenamente el “Tercer Fiat”.
  •         En el cuarto post (23 de noviembre) analizábamos cómo vivir en la Voluntad de Dios, según los textos de Luisa Piccarreta, equivale a vivir como hijos de Dios, es decir, poner como fundamento de nuestra vida la filiación divina.

Ahora, en este quinto artículo (30 de noviembre) continuaremos reflexionando sobre otros textos de Luisa Piccarreta que nos hacen ver la importancia que tiene Vivir en la Voluntad de Dios para llegar a ser Almas de Eucaristía, como solía decir San Josemaría Escrivá de Balaguer.

Dios no quiere que seamos siervos, sino hijos. Y nos da el derecho de poseer sus Bienes. El vivir en su Querer es el Don más grande que quiere dar a sus hijos. El Señor nos enseñará, poco a poco, a comprender qué significa vivir en su Voluntad (cfr. mensaje de Jesús del 18 de septiembre de 1924).

Jesús le hace ver a Luisa que Él desea vivir en nosotros, como en la Eucaristía. En el Sacramento Eucarístico está “aprisionado” por los accidentes del pan y del vino. En nosotros desea estar “aprisionado” por nuestros actos hechos en el Querer Divino. Estar en Gracia de Dios es maravilloso, pero, en general, se puede estar en Gracia y no vivir plenamente, en cada acto, en la Voluntad de Dios. En resumen: el Señor quiere que seamos Hostias Vivientes, cuando vivimos plenamente en su Querer. A eso estamos llamados. Dios quiere darnos este Don, ya ahora, aunque aún no lo tengamos en plenitud. Lo tendremos en la Nueva Época Eucarística (o Reino Eucarístico), de verdadera libertad.

“Hija mía, ¿acaso no vivo en la Hostia sacramental, vivo y verdadero, en alma, cuerpo, sangre y Divinidad? ¿Y por qué vivo en la Hostia en alma, cuerpo, sangre y Divinidad? Porque no hay una voluntad que se oponga a la Mía. Si Yo encontrara en la Hostia una voluntad que se opusiera a la Mía, Yo no tendría en ella vida real, ni vida perenne, y esa es también la causa por la que los accidentes sacramentales se consumen cuando me reciben, porque no encuentro una voluntad humana unida a Mí, de manera que quiera perder la suya para adquirir la Mía, sino que encuentro una voluntad que quiere actuar, que quiere hacer por su iniciativa, y Yo hago mi breve visita y me voy, mientras que, para quien vive en mi Voluntad, mi Querer y el suyo son uno solo, y si lo hago en la Hostia, mucho más puedo hacerlo en ella; a mayor motivo que encuentro un palpitar, un afecto, una correspondencia y mi ganancia, cosa que no hallo en la Hostia. Al alma que vive en mi Voluntad le es necesaria mi vida real en ella, de lo contrario ¿cómo podría vivir de mi Querer?” (5 de noviembre de 1923).   

Por lo tanto, podemos decir que el fundamento de la Vida en la Voluntad de Dios es la filiación divina (que incluye ser hijos en el Hijo, que se entregó por nosotros en la Cruz: morir a nosotros mismos, ser grano de trigo), y su plenitud la Vida Eucarística (que también está siempre referida a la Cruz y Resurrección de Cristo).

Hay cuatro grados de vivir en la Voluntad de Dios que se asemejan al modo en que cuatro personas se exponen a la luz del sol (cfr. mensaje del 26 de julio de 1926):
  •         La primera está en dentro de su casa (un poco a oscuras),
  •         La segunda sale fuera (con más luz),
  •         La tercera busca el lugar donde el sol sea más fuerte (con mucha luz), y
  •         La cuarta vuela hasta el sol y queda consumida en el mismo sol (metida en su fuego, luz y calor).

 Como hemos visto, en el Padre Nuestro pedimos que venga su Reino y se haga su Voluntad así en la tierra como en el Cielo. En la “Nueva Época” recibiremos 
  •         El Pan de la Divina Voluntad,
  •         El Pan Eucarístico y
  •         El Pan material (cfr. mensaje del 2 de mayo de 1923).

Aún está por venir ese Reino, en plenitud.

“Mi mismo pedir al Padre Celestial: «Venga, venga tu Reino, hágase tu Voluntad así en la tierra como en el Cielo», significaba que con mi venida a la tierra el Reino de mi Voluntad no se establecía en medio de las criaturas; de lo contrario habría dicho: «Padre mío, que nuestro Reino, ya establecido sobre la tierra, sea confirmado y nuestra Voluntad domine y reine». Por el contrario dije «venga». Eso quería decir que ha de venir y que las criaturas deben esperarlo con esa certeza con que esperaron al futuro Redentor, porque mi Voluntad Divina está atada y comprometida en esas palabras del «Padre nuestro», y cuando Ella se ata es más que seguro lo que promete” (5 de febrero de 1928).

Jesús quiso comunicar a Luisa esta gran noticia: que está muy cercano el Reino (de libertad, filial y eucarístico) de su Divina Voluntad. Será el Reino del que habla el prefacio de Cristo Rey: eterno y universal; de la verdad y la vida; de la santidad y la gracia; de la justicia, el amor y la paz.

“A mayor razón que todo fue preparado por Mí, no se necesitaba más que las manifestaciones de mi Reino y lo estoy haciendo. ¿Crees tú que tantas verdades que te estoy haciendo saber sobre mi «FIAT» sean para darte una simple noticia? No, no, es porque quiero que todos sepan que su Reino está cerca y conozcan sus bellas prerrogativas, para que todos deseen y suspiren por entrar a vivir en un Reino tan santo, lleno de felicidad y de todos los bienes. Por tanto, eso que a ti te parece difícil, a la potencia de nuestro «FIAT» es fácil, porque Él sabe quitar todas las dificultades y conquistar todo como quiere y cuando quiere” (5 de febrero de 1928).    

El Señor desea que muchas personas conozcan esta Gran Noticia comunicada a Luisa Piccarreta y, de otras maneras, a otros santos después de ella.

En primer lugar ha escogido a su Madre, y Madre Nuestra, por su humildad y pequeñez. Así, también ha escogido a Luisa por la misma razón. Dios escoge a los pequeños para comunicar al mundo sus grandes designios (cfr. mensaje del 10 de noviembre de 1923.   
   
Dios mediante, en los siguientes tres posts (7, 14 y 21 de diciembre), veremos cómo el mensaje que recibió la Sierva de Dios Luisa Piccarreta se asemeja mucho, en sus líneas fundamentales, al que recibió San Josemaría Escrivá de Balaguer.  


sábado, 23 de noviembre de 2019

Vivir en la Voluntad de Dios (8)


Hemos visto en los posts anteriores algo sobre Luisa Piccarreta y el mensaje que Dios ha querido darnos a través de ella. En lo esencial, consiste en Vivir en la Voluntad de Dios.   

El regreso del hijo pródigo. Bartolomé Esteban Murillo (1667-1670)

 Pero quizá nos preguntemos, ¿en qué consiste ese “Vivir en la Voluntad de Dios”? Quien tiene un poco de experiencia en la lucha por la santidad podría decir: “yo ya sé en qué consiste: hay que procurar pedir al Señor hacer su Voluntad, escuchar al Espíritu Santo en nuestra alma y, luego, esforzarse por tener rectitud de conciencia y hacer lo que vemos claro que Dios quiere de nosotros”.

Frases parecidas podríamos formular cada uno para responder la pregunta sobre la Voluntad de Dios. Sin embargo, hemos de reconocer que siempre nos quedaremos cortos y que siempre podremos profundizar más y más sobre este asunto, que es el principal de nuestra vida cristiana: ¿cómo conseguimos Vivir en la Voluntad de Dios?

La lectura de las obras de Luisa Piccarreta nos da pistas excepcionales para seguir adelante por ese camino. Por ejemplo, en 1917 recibía el siguiente mensaje de Jesús:

“¡Oh, el hermoso vivir en mi Querer! Me gusta tanto, que haré desaparecer todas las otras santidades, bajo cualquier otro aspecto de virtudes, en las futuras generaciones y haré reaparecer la santidad del vivir en mi Voluntad, que son y serán, no santidades humanas, sino divinas, y su santidad será tan alta que, como soles, eclipsarán a las estrellas más bellas de los santos de las generaciones pasadas. Por eso quiero purgar la tierra, porque es indigna de esos portentos de santidad” (20 de noviembre de 1917).

Es interesante analizar la siguiente frase: “haré desaparecer todas las otras santidades (…) en las futuras generaciones”. ¿A qué “santidades” se refiere? Parece que quiere señalar estilos de vida cristiana que, de alguna manera, se reducen a “vivir virtudes”, quizá de modo formal, meramente humano, o con poca apertura a la gracia de Dios. Los cristianos no siempre hemos seguido de manera plena al Señor. Dios juzgará a cada uno de nosotros en su empeño por buscar la santidad, pero puede ser que hayamos ido por caminos tortuosos, aunque con buena voluntad.

A Luisa, Jesús quiere llevarla por un Camino Real, es decir, por el mejor camino que puede seguir un alma en esta tierra: Amar a Dios viviendo continuamente en su Divino Querer. Tener una unidad tan grande con lo que quiere Dios para cada uno, que sólo vivamos para ese fin en cada uno de nuestros actos.

Ahora estamos en esas “generaciones futuras” de las que habla el Señor a Luisa. Ahora el Dios derrama su gracia en abundancia para que podamos Vivir en su Voluntad, asemejándonos cada vez más a nuestros primeros padres, Adán y Eva, en el Paraíso.

Ahora hay caminos de santidad egregios, a través de los cuales el Señor quiere llevar a mucha gente. El conocimiento de los mensajes que recibió Luisa Piccarreta hace casi cien años, nos ayudan a valorar los “caminos” por los que Dios quiere llevarnos ahora, si sabemos reconducir todo al deseo ardiente de unirnos de manera total al Querer de Dios.

“Hija mía, fundirte en mi Voluntad es el acto más solemne, más grande, más importante de toda tu vida. Fundirte en mi Voluntad es entrar en el ámbito de la Eternidad, abrazarla, besarla y recibir en depósito los bienes que contiene la Voluntad Eterna” (4 de enero de 1925).   

Ya veíamos anteriormente que, para poder Vivir en la Voluntad de Dios, es necesario despojarse de la propia voluntad. Es necesario estar dispuesto a que todos nuestros actos sean plenamente de Dios: qué Él actúe en nosotros. Hay que dejarle vía libre para poder decir: “Yo no soy el que vive, sino que Cristo vive en mí” (Gal 2, 20). No sólo como un buen deseo, sino en la realidad de todos los actos de mi vida.

“Vivir en mi Voluntad es vivir con una sola Voluntad, que es precisamente la de Dios, y siendo una Voluntad toda santa, toda pura, toda paz, siendo una sola voluntad la que reina, no hay contrastes, todo es paz. Las pasiones humanas tiemblan ante esta Suprema Voluntad y querrían escapar; no se atreven a moverse, ni a oponerse, viendo que ante esta Santa Voluntad tiemblan Cielos y tierra. Así que el primer paso del vivir en el Querer Divino, que pone el orden divino, está en el fondo del alma, vaciandola de lo que es humano, de tendencias, pasiones, inclinaciones y demás” (18 de septiembre de 1924).

Pero, ¿cómo lograr unirnos a la Voluntad de Dios? Si nos limitamos sólo a “hacer la Voluntad de Dios” sería como actuar con dos voluntades: con nuestra voluntad humana, que se resiste a hacer la Voluntad de Dios. Es vivir como “siervo” y no como “hijo”.   

“Y cuántos Santos, a pesar de haber alcanzado la más alta perfección, sienten esa voluntad de ellos, que les hace guerra, que los tiene oprimidos, tanto que les hace gritar: ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte (Rm 7, 24), o sea, de esta voluntad mía que quiere dar muerte al bien que quiero hacer?” (18 de septiembre de 1924).

Vivir en la Divina Voluntad tiene que ver con poner como fundamento de nuestra vida la filiación divina, que “es nuestra verdad más honda”, como decía San Josemaría Escrivá de Balaguer.

“Vivir en mi Voluntad es vivir como hijo; hacer mi Voluntad es vivir como siervo. En el primer caso, lo que es del Padre es del hijo, y muchas veces hacen más sacrificios los siervos que los hijos: a ellos les toca exponerse a servicios más fatigosos, más humildes, al frío, al calor, a viajar a pie… En efecto, ¿cuánto no han hecho mis Santos para cumplir los mandatos de mi Voluntad? Por el contrario, el hijo está con su padre, cuida de él, lo alegra con sus besos y caricias, manda a los siervos como si les mandara su Padre, si sale no va a pie, sino que viaja en carroza… Y si el hijo posee todo lo que es del padre, a los siervos no se les da más que el salario por el trabajo que han hecho, quedan libres de servir o no servir a su dueño; y si no sirven ya no tienen derecho a recibir ningún sueldo. Al contrario, entre padre e hijo nadie puede quitar esos derechos del hijo a los bienes del Padre, y ninguna ley, ni del Cielo ni de la tierra, puede anular esos derechos, ni suprimir la relación espiritual entre padre e hijo. Hija mía, vivir en mi Voluntad es el vivir que más se acerca al de los bienaventurados del Cielo, y es tan distante de hacer mi Voluntad y estar fielmente a mis órdenes, como dista el Cielo de la tierra, como la distancia que hay de hijo a siervo, de rey a súbdito” (18 de septiembre de 1924).

Luego, podemos concluir que Vivir en la Voluntad de Dios es sabernos hijos de Dios y vivir como hijos de Dios. María, Hija de Dios Padre, nos enseñará a descubrir este gran horizonte de nuestra vida cristiana que quizá lo conocemos pero no hemos profundizado en él lo suficiente.  


sábado, 16 de noviembre de 2019

Vivir en la Voluntad de Dios (7)


En los medios de comunicación y en la vida diaria solemos oír que “el mundo está muy mal”, que “nunca hemos vivido lo que estamos viviendo ahora”. Son frases que nos hacen pensar, especialmente en esta época del año en la que la Iglesia nos recuerda las verdades eternas.   

El triunfo de la Eucaristía sobre la idolatría (Peter Paul Rubens, 1626)

Quizá los hombres que vivieron en el Siglo de Hierro de la Iglesia (siglo X y parte del siglo XI) hayan dicho lo mismo que nosotros ahora. No era para menos: 55 papas y muchos de ellos poco dignos; las familias nobles de Roma se disputaban los cargos eclesiásticos... Lo mismo habrá sucedido durante el siglo XIV, en la época en la que la peste negra asoló Europa y se redujo la población un diez por ciento y, en algunos lugares, hasta un 25%.

Podríamos poner muchos más ejemplos de situaciones verdaderamente difíciles en la historia de la Iglesia y de la humanidad. Sin embargo, no podemos negar que en nuestra época el mal que hay en el mundo —el pecado— es mayor. Tiene mucha mayor resonancia. Influye en más personas. Basta leer el último libro del Cardenal Robert Sarah, Se hace tarde y anochece, para comprobarlo. Es un testimonio de un hombre lleno de esperanza y optimismo, pero que tiene la valentía de decir las cosas claras: como son.

Dios, en las revelaciones que dio a Luisa Piccarreta, le adelantó lo que sucedería en el futuro. Hace más de 90 años las palabras que el Señor le dirige son fuertes pero consoladoras.

“…Gracia más grande no podría dar en estos tiempos tan borrascosos y de carrera vertiginosa en el mal, que hacer saber que quiero dar el gran don del Reino del «Fiat» Supremo; y como confirmación de ello lo estoy preparando en ti con tantos conocimientos y dones, para que nada falte al triunfo de mi Voluntad. Por eso sé atenta al depósito de este Reino que estoy haciendo en ti” (9 de septiembre de1926).  

Hacía cinco años que había terminado la Primera Guerra Mundial. La muerte había sembrado las ciudades y campos de Europa. Y aún vendrían males mayores a este mundo: los millones de abortos, las ideologías destructivas del nazismo y el comunismo, el ateísmo fluido que existe hoy en el mundo y que daña más a la persona que cualquier otra cosa, porque se olvida totalmente de Dios. El maligno está más suelto que en ninguna otra época y los hombres vivimos como si no pasara nada.

Jesucristo, perfecto Dios y perfecto Hombre, vino a la tierra para vivir en cada instante en el Querer eterno de su Padre. Nació, creció, padeció, obró y murió en la Voluntad de Dios y, en cada uno de sus actos, recibió todos los bienes que los hombres habíamos perdido y olvidado. Así nos abrió las puertas de la esperanza a todos los hombres. La gracia de Cristo, mediante la Palabra y los Sacramentos de la Iglesia, sana la naturaleza caída, pero las raíces del mal parecen brotar con más fuerza.

El Señor anuncia a Luisa que está llegando una nueva Era en la que se ha de cumplir la Voluntad de Dios en la tierra como en el Cielo. Ahora sucede como cuando vino Jesús por primera vez al mundo: todos esperaban una nueva era de paz; el mundo estaba ansioso de un Redentor.

“El mundo está precisamente como cuando Yo debía venir al mundo, todos estaban en expectativa de un gran acontecimiento, de una era nueva, como de hecho fue. Así ahora, debiendo venir el gran acontecimiento, la era nueva en que la Voluntad de Dios se haga en la tierra como en el Cielo, todos están a la espera de una nueva era, cansados de la presente, sin saber cuál sea esa novedad, ese cambio, como no lo sabían cuando Yo vine al mundo. Esa espera es un signo cierto de que la hora está cerca, pero el signo más cierto es que Yo estoy manifestando lo que quiero hacer y que, dirigiéndome a un alma, como me dirigí a mi Madre al bajar del Cielo a la tierra, le comunico mi Voluntad y los bienes y efectos que Esta contiene, para darla como un don a toda la humanidad” (14 de julio de 1923).

San Juan Pablo II, con motivo de la celebración del Año 2000,  hablaba de una “nueva primavera” para la Iglesia. No sabemos cuánto puede tardar en llegar esa nueva Era. Ciertamente no se trata de la “New age”, esa nueva religión panteísta y esotérica que se opone al mensaje de Cristo. La nueva Época de la que le habla el Señor a Luisa es un renacimiento de la vida cristiana en todo su esplendor; una presencia de Dios y de su Divina Voluntad entre nosotros como nunca se ha visto desde la caída de Adán y Eva. En los escritos de Luisa aparece la expresión “Tercer Fiat”, que se refiere a ese decir que sí al Señor de nuevo con la fuerza del Fiat de la Creación y el de la Redención. Fiat, “Hágase” tu Voluntad así en la tierra como en el Cielo.

Jesús se dirige al mundo de los hombres con estas palabras:

“Yo te estoy preparando una era de amor, la era de mi tercer «FIAT». Tú harás tu camino para echarme y Yo te confundiré de amor, te seguiré por detrás, te saldré al paso por delante para confundirte en amor, y donde tú me has echado Yo erigiré mi trono y reinaré más que antes, pero de un modo más sorprendente, tanto que tú mismo caerás a los pies de mi trono, como atado por la fuerza de mi amor (…). Yo me ocuparé en hacer que mi «FIAT VOLUNTAS TUA» tenga cumplimiento y sea concedido, que mi Voluntad reine en la tierra, pero de un modo del todo nuevo; me ocuparé en preparar la era del tercer «FIAT», en la que mi amor brillará de una forma maravillosa e inaudita. Ah, sí, quiero confundir totalmente al hombre en amor. Por eso mantente atenta; quiero que prepares conmigo esta era de amor, celestial y divina. Nos daremos la mano y obraremos juntos” (8 de febrero de 1921).      

Esta Época nueva (en la que ya podemos vivir ahora, pero que tendrá su plenitud histórica cuando Dios quiera instaurarla en la tierra) tiene dos rasgos esenciales: 1°) el hombre vivirá en una verdadera libertad para amar a Dios y a sus hermanos (como sucedía en el Paraíso), y 2°) el culto lleno de amor a la Eucaristía que dará lugar a un verdadero Reino Eucarístico.

“¡Oh, qué libre desahogo tendrá mi Amor! Podré obrar libremente en todo, sin más estorbos. Tendré todos los sagrarios que quiera; las Hostias serán innumerables; a cada momento haremos juntos nuestra Comunión y Yo también gritaré «¡Libertad, libertad! ¡Venid todos a mi Voluntad y gozareis la verdadera libertad!» Fuera de mi Voluntad, cuántos estorbos encuentra el alma, pero en mi Voluntad, es libre, Yo la dejo libre de amarme como quiera; (…) le digo: deja tus harapos humanos, toma las vestiduras divinas; Yo no soy avaro ni celoso de guardar para mí mis bienes, quiero que tomes todo; ámame inmensamente, toma, toma todo mi amor, haz tuyo mi poder, haz tuya mi belleza. Cuanto más tomes, tanto más contento estará tu Jesús. La tierra me ofrece pocos sagrarios, le hostias son casi numeradas; y luego, los sacrilegios, las irreverencias que me hacen… ¡Oh, cómo es ofendido y obstaculizado mi Amor! Por el contrario, en mi Voluntad no hay trabas, no hay sombra de ofensa, y la criatura me da amor, reparación divina y correspondencia completa, y repara, junto conmigo, por todos los males de la familia humana. Sé atenta y no te muevas del punto en el que te llamo y quiero” (27 de febrero de 1919).

En el próximo post veremos con más detalle en qué consiste vivir en la Voluntad de Dios.  


sábado, 9 de noviembre de 2019

Vivir en la Voluntad de Dios (6)

En el post anterior (del 2 de noviembre) hicimos un resumen de la vida y los escritos de Luisa Piccarreta, la mensajera del Reino de la Divina Voluntad. El Señor fue preparando a Luisa a lo largo de su vida, de su oración y de su sufrimiento, unida estrechamente a la Pasión de Cristo. Hay muchos testimonios de su vida santa y la Iglesia estudia su mensaje.  


Cristo con la Cruz (Tiziano, c.1565)

La Sagrada Congregación del Santo Oficio, pocos años después de su muerte, autorizó su sepultura en su iglesia parroquial, S. María Greca, de Corato. Casi 50 años más tarde el Arzobispo de Trani, Italia, inició el Proceso de su Causa de Beatificación el 20 de noviembre de 1994, Solemnidad de Cristo Rey. Más tarde, el 2 de febrero de 1996, la actual S. Congregación para la Doctrina de la Fe, dirigida por el Cardenal Joseph Ratzinger, entregó al Arzobispo de Trani los escritos de Luisa que se conservaban ahí desde 1938, para que los estudiaran a nivel diocesano. A partir del 29 de octubre de 2005, han pasado a la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos que, desde entonces, los han estado revisando.

A continuación recogemos algunos textos de los escritos de Luisa Piccarreta que son especialmente significativos para entender su mensaje sobre el Reino de la Divina Voluntad.  

Lo primero que el Señor nos pide, para que su Voluntad reine en nosotros, es dejar a un lado nuestra propia voluntad. Es verdad que somos libres y cada uno hace lo que decide hacer libremente. Sin embargo, también sabemos que podemos dejarnos llevar por nuestro “capricho”, por nuestro “gusto” exclusivamente humano, o podemos, por el contrario, en todas nuestras decisiones conscientes, tratar de escuchar qué es lo que Dios espera de nosotros en aquello y seguir esa inspiración, aunque nos cueste, aunque sea difícil. Entonces haremos la voluntad de Dios.

Este modo de pensar, de querer y de vivir, se puede hacer algo habitual en nosotros, con la gracia de Dios y nuestro esfuerzo. Pero para que avancemos más y más por ese camino, lo primero que Dios quiere es que nos despojemos de nuestra voluntad; de nuestros “caprichos” y “gustos” que no estén en consonancia con la Voluntad de Dios. Veamos lo que el Señor le dice a Luisa al respecto.

“… Cuando el alma pone a un lado su voluntad, no dándole ni siquiera un acto de vida, mi Voluntad es la dueña en el alma, reina, manda e impera; se siente como si estuviera en su casa, es decir, como en mi Patria Celestial. Por lo tanto siendo casa mía soy el dueño, dispongo, pongo de lo mío, porque como habitación mía puedo poner lo que quiero y hacer lo que quiero, y recibo el más grande honor y gloria que la criatura me puede dar. Por el contrario, quien quiere hacer su voluntad se hace dueño, dispone, manda, y mi Voluntad está como una pobre extraña, no tenida en consideración y hasta despreciada. Quisiera poner de lo mío, pero no puedo, porque la voluntad humana no quiere cederme el puesto; incluso en las mismas cosas santas quiere ser la que manda, y Yo no puedo poner nada de lo mío. ¡Qué mal me encuentro en el alma que hace reinar su voluntad! (...). Mi Voluntad viene del Cielo para habitar en las almas, y en vez de dejarme ser el dueño me tienen como un extraño desamparado. Pero mi Voluntad no se va, a pesar de que me tengan como un extraño: sigo en medio de ellos esperando, para darles mis bienes, mis gracias y mi santidad” (8 de febrero de 1925).

Dios nos creó para viviéramos en su Querer. Así vivían nuestros primeros padres, Adán y Eva. Sin embargo, el pecado original trajo consigo que dejaran de vivir en la Voluntad de Dios. Por eso, el Señor dice a Luisa que la obra de la Creación no está cumplida. Por eso el Hijo se encarnó y nos redimió. Aun así, los hombres seguimos pecando y nos apartamos del Querer de Dios. Por eso es necesario que venga como un Tercer Fiat, que es el que daremos al Señor en el Reino de la Divina Voluntad, y que ya desde ahora podemos ir preparando, si nos disponemos a vivir constantemente en el Querer de Dios.  

“Por eso, no hay cosa que Yo haya hecho que no tenga como primer fin que el hombre tome posesión de mi Querer y Yo del suyo. En la Creación esa fue mi primera finalidad. En la Redención lo mismo. Los sacramentos instituidos, todas las gracias concedidas a mis santos, han sido semillas, medios para poder llegar a esta posesión de mi Querer. Por eso, no faltes a nada de lo que quiero en mi Voluntad, ya sea escribiendo, ya sea con la palabra, ya sea con las obras. Sólo de esto puedes conocer que es lo más grande, lo más importante, lo que más me interesa, el vivir en mi Querer: por tantos preparativos que lo han precedido” (11 de septiembre de 1922).

El Camino para llegar a vivir plenamente en la Voluntad de Dios es Jesucristo. En la medida en que seamos “otros cristos”, “el mismo Cristo”, iremos identificándonos con la Voluntad de Dios: “No se haga mi Voluntad [la Voluntad Humana de Jesús] sino la Tuya [la Divina]” (Lc 22, 42). De hecho las dos Voluntades de Cristo están estrechamente unidas: no hay división, ni confusión, ni separación, ni cambio entre ellas (cfr. Concilio de Calcedonia).

“¿Y quieres saber tú dónde fue sembrada esta semilla de mi Querer? En mi Humanidad. En ella germinó, nació y creció. Por tanto en mis llagas, en mi sangre se ve esta semilla, que quiere trasplantarse en la criatura, para que ella tome posesión de mi Voluntad y Yo de la suya, y para que la obra de la Creación vuelva al principio, como salió, no sólo por medio de mi Humanidad, sino también de la misma criatura. Serán pocas; aunque fuera una sola. ¿Y no fue uno solo el que, saliéndose de mi Querer, desfiguró y rompió mis planes y destruyó la finalidad de la Creación? Así una sola puede repararla y realizarla en su finalidad. Pero mis obras nunca quedan aisladas; por tanto tendré el ejército de las almas que vivirán en mi Querer, y en ellas tendré la Creación reintegrada toda bella y hermosa, como salió de mis manos. De lo contrario no tendría tanto interés de darla a conocer” (11 de septiembre de 1922).

En el próximo post continuaremos exponiendo algunas de las ideas centrales del mensaje de Luisa Piccarreta.   


sábado, 2 de noviembre de 2019

Vivir en la Voluntad de Dios (5)

Como no podría ser de otra manera, en la historia de la Iglesia, todos los santos han vivido en la Voluntad de Dios, porque eso es la santidad: conocer, aceptar, amar, cumplir, vivir en la Voluntad de Dios.   

Anunciación de la Virgen María. Fra Angelico (1431-33).
  
En los últimos posts hemos meditado sobre este “tema” (“el Tema de los temas”) con varios enfoques: 1) Textos de la Sagrada Escritura, 2) Vida de San Josemaría Escrivá de Balaguer, 3) Palabras del Cardenal Robert Sarah en su último libro y 4) Comentarios de Romano Guardini.

Podríamos continuar (e intentar hacerlo, en la medida de nuestra capacidad) con todos los santos de la Iglesia. Por ejemplo, sería muy interesante analizar cómo entendieron la Divina Voluntad San Pablo VI, San Juan XXIII, San Juan Pablo II, San Pío de Pietrelcina, Santa Teresa de Calcuta, Santa Faustina Kowalska, etc., por mencionar algunos santos más cercanos a nosotros.

Pero ahora, al comienzo del mes de noviembre, cuando celebramos la Solemnidad de Todos los Santos y la Conmemoración de los Fieles Difuntos, dedicaremos este post a hacer un muy breve resumen de la vida de una mujer que destaca de modo singular: la Sierva de Dios Luisa Piccarreta. ¿Por qué razón? Porque la comprensión personal y la difusión a través de sus escritos sobre qué es el Reino de la Divina Voluntad constituyó su vocación y misión. En otro post continuaremos con el mensaje que Dios quiso darle para el mundo.      

La Sierva de Dios Luisa Piccarreta (se inició su proceso de beatificación en 1994), es una de esas almas “pequeñas” a las que el Padre ha revelado sus más grandes misterios.

Nació el 23 de 1845 en Corato (Bari), sur de Italia y murió, también en Corato, el 4 de marzo de 1947. Los últimos 64 años de su vida los pasó siempre en cama. Fue Virgen, Esposa de Jesús Crucificado, no religiosa. Desde los 16 años de edad fue Víctima con Jesús. Experimento vivamente su Pasión en su cuerpo y en su alma. Era tímida, pero llena de vida y alegre. Pequeña de estatura, de ojos vivos y mirada penetrante. Tenía la cabeza ligeramente inclinada hacia la derecha. No poseía ciencia humana alguna, pero estaba dotada de una sabiduría celestial. Su hablar iluminaba y consolaba a todos. Quería vivir solitaria, oculta y desconocida del mundo.

Hizo su primera Comunión a los 9 años. Hija de María a los 11 años y terciaria dominica a los 18 años. A los 13 años de edad tuvo la primera visión de Jesús llevando la Cruz. Empezaron entonces sus primeros sufrimientos físicos y morales, si bien ocultos, de la Pasión del Señor. Durante tres años sostuvo una lucha tremenda contra los demonios. A los 16 años vio por segunda vez a Jesús y aceptó el estado de Víctima. Habitualmente tomaba parte en varias penas de la Pasión, en particular en la coronación de espinas. A partir de entonces estuvo totalmente imposibilitada de comer (inedia) hasta su muerte. Se alimentó solamente de la Eucaristía. Su alimento era la Voluntad del Padre.

Sufrió indeciblemente con los dolores de la Pasión del Señor. Quedaba “petrificada”, a veces muchos días. Durante sus 64 años en cama nunca tuvo una llaga de decúbito. En su vida tuvo una sola enfermedad: una pulmonía que duró 15 días y la llevó a la muerte. Su cuerpo no sufrió rigidez cadavérica. Sus ojos permanecieron lúcidos, no velados. Parecía dormida. Permaneció así cuatro días sin señales de corrupción.     

Escribió 36 volúmenes (“El Reino de mi Divina Voluntad en medio de las criaturas. Libro del Cielo. La llamada de la creatura al orden, a su lugar y a la finalidad para la que fue creada por Dios”), en forma de diario, durante 40 años (1899 a 1938), completado con un “Cuaderno de memorias de su infancia” (1926). También escribió numerosas oraciones y novenas. De 1913 a 1914 escribió las “Horas de la Pasión”. Y en 1930, “La Virgen María en el Reino de la Divina Voluntad”. Por último, un nutrido epistolario, sobre todo en los últimos años de su vida.

Todo lo que escribió fue por orden de sus confesores. Uno de ellos fue San Aníbal María de Francia (1851-1927; canonizado el 16 de mayo de 2004) que, por orden del obispo, revisó sus escritos de 1919 a 1927.    

Este santo escribió de los escritos de Luisa lo siguiente:

“Actualmente en mi meditación de la mañana, además de las “Horas de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo”, leo con mucha calma y reflexión dos o tres capítulos de sus escritos sobre la Divina Voluntad y las impresiones que recibo son íntimas y profundas. Yo veo en ellos una ciencia sublime y divina... Son escritos que es necesario que ya se den a conocer al mundo. Creo que harán muchísimo bien… Y según mi parecer ninguna inteligencia humana habría podido formularlos” (San Aníbal María de Francia).

Sobre la relación de San Pío de Pietrelcina con Luisa Piccarreta, Bernardino Giuseppe Bucci —capuchino y sobrino de Rosario Bucci, que durante cerca de 40 años asistió noche y día a la Sierva de Dios—, trasmite algunas impresiones recibidas de su tía Rosario:

“El Santo Padre Pío enviaba a muchas personas a Luisa Piccarreta y decía a los habitantes de Corato que iban a San Giovanni Rotondo: «¿Qué venís a hacer aquí? Tenéis a Luisa. Acudid a ella»” (…). “Después de la muerte del venerado Padre Pío, mi tía dijo un día: «El Padre Pío profetizó que Luisa sería conocida en todo el mundo». Y repetía la frase que el Padre Pío había pronunciado en su dialecto”. «El Padre Pío durante la confesión me dijo que Luisa no es un hecho humano, sino una obra de Dios, y él mismo hará que salga a la luz. El mundo quedará asombrado ante su grandeza; no pasarán muchos años antes de que esto suceda. El nuevo milenio verá la luz de Luisa»”.

El “Fiat” que María pronunció en la Anunciación no fue algo improvisado. Fue la suma de todos los momentos de su vida. Es la manifestación del “Querer” mismo de Dios que obra en Ella. Con María queremos hacer nuestra la oración de Jesús para dirigirnos al Padre y pedirle que se haga su Voluntad así en la tierra como en el cielo.