sábado, 2 de noviembre de 2019

Vivir en la Voluntad de Dios (5)

Como no podría ser de otra manera, en la historia de la Iglesia, todos los santos han vivido en la Voluntad de Dios, porque eso es la santidad: conocer, aceptar, amar, cumplir, vivir en la Voluntad de Dios.   

Anunciación de la Virgen María. Fra Angelico (1431-33).
  
En los últimos posts hemos meditado sobre este “tema” (“el Tema de los temas”) con varios enfoques: 1) Textos de la Sagrada Escritura, 2) Vida de San Josemaría Escrivá de Balaguer, 3) Palabras del Cardenal Robert Sarah en su último libro y 4) Comentarios de Romano Guardini.

Podríamos continuar (e intentar hacerlo, en la medida de nuestra capacidad) con todos los santos de la Iglesia. Por ejemplo, sería muy interesante analizar cómo entendieron la Divina Voluntad San Pablo VI, San Juan XXIII, San Juan Pablo II, San Pío de Pietrelcina, Santa Teresa de Calcuta, Santa Faustina Kowalska, etc., por mencionar algunos santos más cercanos a nosotros.

Pero ahora, al comienzo del mes de noviembre, cuando celebramos la Solemnidad de Todos los Santos y la Conmemoración de los Fieles Difuntos, dedicaremos este post a hacer un muy breve resumen de la vida de una mujer que destaca de modo singular: la Sierva de Dios Luisa Piccarreta. ¿Por qué razón? Porque la comprensión personal y la difusión a través de sus escritos sobre qué es el Reino de la Divina Voluntad constituyó su vocación y misión. En otro post continuaremos con el mensaje que Dios quiso darle para el mundo.      

La Sierva de Dios Luisa Piccarreta (se inició su proceso de beatificación en 1994), es una de esas almas “pequeñas” a las que el Padre ha revelado sus más grandes misterios.

Nació el 23 de 1845 en Corato (Bari), sur de Italia y murió, también en Corato, el 4 de marzo de 1947. Los últimos 64 años de su vida los pasó siempre en cama. Fue Virgen, Esposa de Jesús Crucificado, no religiosa. Desde los 16 años de edad fue Víctima con Jesús. Experimento vivamente su Pasión en su cuerpo y en su alma. Era tímida, pero llena de vida y alegre. Pequeña de estatura, de ojos vivos y mirada penetrante. Tenía la cabeza ligeramente inclinada hacia la derecha. No poseía ciencia humana alguna, pero estaba dotada de una sabiduría celestial. Su hablar iluminaba y consolaba a todos. Quería vivir solitaria, oculta y desconocida del mundo.

Hizo su primera Comunión a los 9 años. Hija de María a los 11 años y terciaria dominica a los 18 años. A los 13 años de edad tuvo la primera visión de Jesús llevando la Cruz. Empezaron entonces sus primeros sufrimientos físicos y morales, si bien ocultos, de la Pasión del Señor. Durante tres años sostuvo una lucha tremenda contra los demonios. A los 16 años vio por segunda vez a Jesús y aceptó el estado de Víctima. Habitualmente tomaba parte en varias penas de la Pasión, en particular en la coronación de espinas. A partir de entonces estuvo totalmente imposibilitada de comer (inedia) hasta su muerte. Se alimentó solamente de la Eucaristía. Su alimento era la Voluntad del Padre.

Sufrió indeciblemente con los dolores de la Pasión del Señor. Quedaba “petrificada”, a veces muchos días. Durante sus 64 años en cama nunca tuvo una llaga de decúbito. En su vida tuvo una sola enfermedad: una pulmonía que duró 15 días y la llevó a la muerte. Su cuerpo no sufrió rigidez cadavérica. Sus ojos permanecieron lúcidos, no velados. Parecía dormida. Permaneció así cuatro días sin señales de corrupción.     

Escribió 36 volúmenes (“El Reino de mi Divina Voluntad en medio de las criaturas. Libro del Cielo. La llamada de la creatura al orden, a su lugar y a la finalidad para la que fue creada por Dios”), en forma de diario, durante 40 años (1899 a 1938), completado con un “Cuaderno de memorias de su infancia” (1926). También escribió numerosas oraciones y novenas. De 1913 a 1914 escribió las “Horas de la Pasión”. Y en 1930, “La Virgen María en el Reino de la Divina Voluntad”. Por último, un nutrido epistolario, sobre todo en los últimos años de su vida.

Todo lo que escribió fue por orden de sus confesores. Uno de ellos fue San Aníbal María de Francia (1851-1927; canonizado el 16 de mayo de 2004) que, por orden del obispo, revisó sus escritos de 1919 a 1927.    

Este santo escribió de los escritos de Luisa lo siguiente:

“Actualmente en mi meditación de la mañana, además de las “Horas de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo”, leo con mucha calma y reflexión dos o tres capítulos de sus escritos sobre la Divina Voluntad y las impresiones que recibo son íntimas y profundas. Yo veo en ellos una ciencia sublime y divina... Son escritos que es necesario que ya se den a conocer al mundo. Creo que harán muchísimo bien… Y según mi parecer ninguna inteligencia humana habría podido formularlos” (San Aníbal María de Francia).

Sobre la relación de San Pío de Pietrelcina con Luisa Piccarreta, Bernardino Giuseppe Bucci —capuchino y sobrino de Rosario Bucci, que durante cerca de 40 años asistió noche y día a la Sierva de Dios—, trasmite algunas impresiones recibidas de su tía Rosario:

“El Santo Padre Pío enviaba a muchas personas a Luisa Piccarreta y decía a los habitantes de Corato que iban a San Giovanni Rotondo: «¿Qué venís a hacer aquí? Tenéis a Luisa. Acudid a ella»” (…). “Después de la muerte del venerado Padre Pío, mi tía dijo un día: «El Padre Pío profetizó que Luisa sería conocida en todo el mundo». Y repetía la frase que el Padre Pío había pronunciado en su dialecto”. «El Padre Pío durante la confesión me dijo que Luisa no es un hecho humano, sino una obra de Dios, y él mismo hará que salga a la luz. El mundo quedará asombrado ante su grandeza; no pasarán muchos años antes de que esto suceda. El nuevo milenio verá la luz de Luisa»”.

El “Fiat” que María pronunció en la Anunciación no fue algo improvisado. Fue la suma de todos los momentos de su vida. Es la manifestación del “Querer” mismo de Dios que obra en Ella. Con María queremos hacer nuestra la oración de Jesús para dirigirnos al Padre y pedirle que se haga su Voluntad así en la tierra como en el cielo.  
   

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