Como no
podría ser de otra manera, en la historia de la Iglesia, todos los santos han vivido en la Voluntad de Dios, porque eso es
la santidad: conocer, aceptar, amar, cumplir, vivir en la Voluntad de Dios.
Anunciación de la Virgen María. Fra Angelico (1431-33). |
En los
últimos posts hemos meditado sobre
este “tema” (“el Tema de los temas”) con varios
enfoques: 1) Textos de la Sagrada
Escritura, 2) Vida de San Josemaría
Escrivá de Balaguer, 3) Palabras del Cardenal
Robert Sarah en su último libro y 4) Comentarios de Romano Guardini.
Podríamos continuar (e intentar
hacerlo, en la medida de nuestra capacidad) con todos los santos de la Iglesia. Por ejemplo, sería muy interesante analizar cómo
entendieron la Divina Voluntad San Pablo VI, San Juan XXIII, San Juan Pablo II,
San Pío de Pietrelcina, Santa Teresa de Calcuta, Santa Faustina Kowalska, etc.,
por mencionar algunos santos más cercanos a nosotros.
Pero
ahora, al comienzo del mes de noviembre, cuando celebramos la Solemnidad de
Todos los Santos y la Conmemoración de los Fieles Difuntos, dedicaremos este post a hacer un muy breve resumen de la vida de una mujer que destaca de modo
singular: la Sierva de Dios Luisa Piccarreta. ¿Por qué razón? Porque la comprensión
personal y la difusión a través de sus escritos sobre qué es el Reino de la
Divina Voluntad constituyó su vocación y misión. En otro post continuaremos con el mensaje que Dios quiso darle para el
mundo.
La Sierva
de Dios Luisa Piccarreta (se inició
su proceso de beatificación en 1994), es una de esas almas “pequeñas” a las que
el Padre ha revelado sus más grandes misterios.
Nació el
23 de 1845 en Corato (Bari), sur de Italia y murió, también en Corato, el 4 de
marzo de 1947. Los últimos 64 años de su vida los pasó siempre en cama. Fue Virgen, Esposa de Jesús Crucificado,
no religiosa. Desde los 16 años de edad fue Víctima con Jesús. Experimento
vivamente su Pasión en su cuerpo y en su alma. Era tímida, pero llena de vida y alegre. Pequeña de estatura, de
ojos vivos y mirada penetrante. Tenía la cabeza ligeramente inclinada hacia la
derecha. No poseía ciencia humana alguna, pero estaba dotada de una sabiduría celestial. Su hablar iluminaba y
consolaba a todos. Quería vivir solitaria, oculta y desconocida del mundo.
Hizo su
primera Comunión a los 9 años. Hija de María a los 11 años y terciaria dominica
a los 18 años. A los 13 años de edad
tuvo la primera visión de Jesús llevando
la Cruz. Empezaron entonces sus primeros sufrimientos físicos y morales, si
bien ocultos, de la Pasión del Señor. Durante tres años sostuvo una lucha
tremenda contra los demonios. A los 16
años vio por segunda vez a Jesús y aceptó el estado de Víctima.
Habitualmente tomaba parte en varias penas de la Pasión, en particular en la
coronación de espinas. A partir de entonces estuvo totalmente imposibilitada de
comer (inedia) hasta su muerte. Se
alimentó solamente de la Eucaristía. Su alimento era la Voluntad del Padre.
Sufrió
indeciblemente con los dolores de la
Pasión del Señor. Quedaba “petrificada”, a veces muchos días. Durante sus
64 años en cama nunca tuvo una llaga de decúbito. En su vida tuvo una sola
enfermedad: una pulmonía que duró 15 días y la llevó a la muerte. Su cuerpo no sufrió rigidez cadavérica.
Sus ojos permanecieron lúcidos, no velados. Parecía dormida. Permaneció así
cuatro días sin señales de corrupción.
Escribió 36 volúmenes (“El Reino de mi Divina Voluntad en medio de
las criaturas. Libro del Cielo. La llamada de la creatura al orden, a su lugar
y a la finalidad para la que fue creada por Dios”), en forma de diario,
durante 40 años (1899 a 1938), completado con un “Cuaderno de memorias de su infancia” (1926). También escribió
numerosas oraciones y novenas. De 1913 a 1914 escribió las “Horas de la Pasión”. Y en 1930, “La Virgen María en el Reino de la Divina
Voluntad”. Por último, un nutrido epistolario, sobre todo en los últimos
años de su vida.
Todo lo
que escribió fue por orden de sus
confesores. Uno de ellos fue San
Aníbal María de Francia (1851-1927; canonizado el 16 de mayo de 2004) que,
por orden del obispo, revisó sus escritos de 1919 a 1927.
Este
santo escribió de los escritos de Luisa
lo siguiente:
“Actualmente en mi meditación de la mañana, además de las “Horas de la Pasión de Nuestro Señor
Jesucristo”, leo con mucha calma y reflexión dos o tres capítulos de sus
escritos sobre la Divina Voluntad y las impresiones que recibo son íntimas y
profundas. Yo veo en ellos una ciencia sublime y divina... Son escritos que es
necesario que ya se den a conocer al mundo. Creo que harán muchísimo bien… Y
según mi parecer ninguna inteligencia humana habría podido formularlos” (San
Aníbal María de Francia).
Sobre la relación de San Pío de Pietrelcina con
Luisa Piccarreta, Bernardino Giuseppe Bucci —capuchino y sobrino de Rosario
Bucci, que durante cerca de 40 años asistió noche y día a la Sierva de Dios—,
trasmite algunas impresiones recibidas de su tía Rosario:
“El Santo Padre Pío enviaba a muchas personas a Luisa
Piccarreta y decía a los habitantes de Corato que iban a San Giovanni Rotondo:
«¿Qué venís a hacer aquí? Tenéis a Luisa.
Acudid a ella»” (…). “Después de la muerte del venerado Padre Pío, mi tía
dijo un día: «El Padre Pío profetizó que
Luisa sería conocida en todo el mundo». Y repetía la frase que el Padre Pío
había pronunciado en su dialecto”. «El
Padre Pío durante la confesión me dijo que Luisa no es un hecho humano, sino
una obra de Dios, y él mismo hará que salga a la luz. El mundo quedará
asombrado ante su grandeza; no pasarán muchos años antes de que esto suceda. El
nuevo milenio verá la luz de Luisa»”.
El “Fiat” que María pronunció en la
Anunciación no fue algo improvisado. Fue la suma de todos los momentos de
su vida. Es la manifestación del “Querer” mismo de Dios que obra en Ella. Con
María queremos hacer nuestra la oración de Jesús para dirigirnos al Padre y
pedirle que se haga su Voluntad así en la
tierra como en el cielo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario