En los
medios de comunicación y en la vida diaria solemos oír que “el mundo está muy mal”, que “nunca
hemos vivido lo que estamos viviendo ahora”. Son frases que nos hacen pensar, especialmente en esta época del año en la que la Iglesia nos recuerda las verdades eternas.
El triunfo de la Eucaristía sobre la idolatría (Peter Paul Rubens, 1626) |
Quizá los
hombres que vivieron en el Siglo de
Hierro de la Iglesia (siglo X y parte del siglo XI) hayan dicho lo mismo
que nosotros ahora. No era para menos: 55 papas y muchos de ellos poco dignos; las
familias nobles de Roma se disputaban los cargos eclesiásticos... Lo mismo habrá
sucedido durante el siglo XIV, en la
época en la que la peste negra asoló
Europa y se redujo la población un diez por ciento y, en algunos lugares, hasta
un 25%.
Podríamos poner muchos más ejemplos de
situaciones verdaderamente difíciles en la historia de la Iglesia y de la
humanidad. Sin embargo, no podemos negar que en nuestra época el mal que hay en el mundo —el pecado— es
mayor. Tiene mucha mayor resonancia.
Influye en más personas. Basta leer el último libro del Cardenal Robert Sarah, Se hace
tarde y anochece, para
comprobarlo. Es un testimonio de un hombre lleno de esperanza y optimismo, pero
que tiene la valentía de decir las cosas
claras: como son.
Dios, en
las revelaciones que dio a Luisa Piccarreta, le adelantó lo que sucedería en el futuro. Hace más de 90 años las
palabras que el Señor le dirige son fuertes
pero consoladoras.
“…Gracia más grande no podría dar en estos tiempos tan
borrascosos y de carrera vertiginosa en el mal, que hacer saber que quiero dar
el gran don del Reino del «Fiat» Supremo; y como confirmación de ello lo estoy
preparando en ti con tantos conocimientos y dones, para que nada falte al
triunfo de mi Voluntad. Por eso sé atenta al depósito de este Reino que estoy
haciendo en ti” (9 de septiembre de1926).
Hacía cinco años que había terminado la
Primera Guerra Mundial. La muerte había sembrado las ciudades y campos de
Europa. Y aún vendrían males mayores a este mundo: los millones de abortos, las
ideologías destructivas del nazismo y el comunismo, el ateísmo fluido que
existe hoy en el mundo y que daña más a la persona que cualquier otra cosa,
porque se olvida totalmente de Dios. El maligno está más suelto que en ninguna
otra época y los hombres vivimos como si no pasara nada.
Jesucristo,
perfecto Dios y perfecto Hombre, vino a la tierra para vivir en cada instante en el Querer
eterno de su Padre. Nació, creció, padeció, obró y murió en la Voluntad de
Dios y, en cada uno de sus actos, recibió todos los bienes que los hombres habíamos
perdido y olvidado. Así nos abrió las puertas de la esperanza a todos los
hombres. La gracia de Cristo, mediante la Palabra y los Sacramentos de la
Iglesia, sana la naturaleza caída, pero las raíces del mal parecen brotar con más
fuerza.
El Señor anuncia a Luisa que está llegando una
nueva Era en la que se ha de cumplir la Voluntad de Dios en la tierra como
en el Cielo. Ahora sucede como cuando
vino Jesús por primera vez al mundo: todos esperaban una nueva era de paz;
el mundo estaba ansioso de un Redentor.
“El mundo está precisamente como cuando Yo debía venir al
mundo, todos estaban en expectativa de un gran acontecimiento, de una era nueva,
como de hecho fue. Así ahora, debiendo venir el gran acontecimiento, la era nueva
en que la Voluntad de Dios se haga en la tierra como en el Cielo, todos están a
la espera de una nueva era, cansados de la presente, sin saber cuál sea esa novedad,
ese cambio, como no lo sabían cuando Yo vine al mundo. Esa espera es un signo
cierto de que la hora está cerca, pero el signo más cierto es que Yo estoy
manifestando lo que quiero hacer y que, dirigiéndome a un alma, como me dirigí
a mi Madre al bajar del Cielo a la tierra, le comunico mi Voluntad y los bienes
y efectos que Esta contiene, para darla como un don a toda la humanidad” (14
de julio de 1923).
San Juan Pablo II, con motivo de la
celebración del Año 2000, hablaba de una
“nueva primavera” para la Iglesia. No sabemos cuánto puede tardar en llegar esa
nueva Era. Ciertamente no se trata de la “New age”, esa nueva religión panteísta
y esotérica que se opone al mensaje de Cristo. La nueva Época de la que le
habla el Señor a Luisa es un
renacimiento de la vida cristiana en todo su esplendor; una presencia de
Dios y de su Divina Voluntad entre nosotros como nunca se ha visto desde la caída de Adán y Eva. En los
escritos de Luisa aparece la expresión “Tercer Fiat”, que se refiere a ese decir
que sí al Señor de nuevo con la fuerza del Fiat de la Creación y el de la Redención. Fiat, “Hágase” tu Voluntad así en la tierra como en el Cielo.
Jesús se
dirige al mundo de los hombres con estas palabras:
“Yo te estoy preparando una era de amor, la era de mi
tercer «FIAT». Tú harás tu camino para echarme y Yo te confundiré de amor, te
seguiré por detrás, te saldré al paso por delante para confundirte en amor, y
donde tú me has echado Yo erigiré mi trono y reinaré más que antes, pero de un
modo más sorprendente, tanto que tú mismo caerás a los pies de mi trono, como
atado por la fuerza de mi amor (…). Yo me ocuparé en hacer que mi «FIAT VOLUNTAS
TUA» tenga cumplimiento y sea concedido, que mi Voluntad reine en la tierra,
pero de un modo del todo nuevo; me ocuparé en preparar la era del tercer «FIAT»,
en la que mi amor brillará de una forma maravillosa e inaudita. Ah, sí, quiero
confundir totalmente al hombre en amor. Por eso mantente atenta; quiero que
prepares conmigo esta era de amor, celestial y divina. Nos daremos la mano y
obraremos juntos” (8 de febrero de
1921).
Esta Época nueva (en la que ya podemos
vivir ahora, pero que tendrá su plenitud histórica cuando Dios quiera instaurarla
en la tierra) tiene dos rasgos
esenciales: 1°) el hombre vivirá en una verdadera libertad para amar a Dios y a sus hermanos (como sucedía
en el Paraíso), y 2°) el culto lleno de amor a la Eucaristía que dará lugar a
un verdadero Reino Eucarístico.
“¡Oh, qué libre desahogo tendrá mi Amor! Podré obrar
libremente en todo, sin más estorbos. Tendré todos los sagrarios que quiera;
las Hostias serán innumerables; a cada momento haremos juntos nuestra Comunión
y Yo también gritaré «¡Libertad, libertad! ¡Venid todos a mi Voluntad y
gozareis la verdadera libertad!» Fuera de mi Voluntad, cuántos estorbos
encuentra el alma, pero en mi Voluntad, es libre, Yo la dejo libre de amarme
como quiera; (…) le digo: deja tus harapos humanos, toma las vestiduras
divinas; Yo no soy avaro ni celoso de guardar para mí mis bienes, quiero que tomes
todo; ámame inmensamente, toma, toma todo mi amor, haz tuyo mi poder, haz tuya
mi belleza. Cuanto más tomes, tanto más contento estará tu Jesús. La tierra me ofrece
pocos sagrarios, le hostias son casi numeradas; y luego, los sacrilegios, las irreverencias
que me hacen… ¡Oh, cómo es ofendido y obstaculizado mi Amor! Por el contrario,
en mi Voluntad no hay trabas, no hay sombra de ofensa, y la criatura me da amor,
reparación divina y correspondencia completa, y repara, junto conmigo, por todos
los males de la familia humana. Sé atenta y no te muevas del punto en el que te
llamo y quiero” (27 de febrero de 1919).
En el próximo
post veremos con más detalle en qué consiste vivir en la Voluntad de
Dios.
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