viernes, 25 de junio de 2021

Jesús, fuente de Vida

Antes de comenzar nuestra reflexión de esta semana, informo a nuestros lectores que, en principio, por diversas circunstancias personales, dejaremos de publicar «posts» en este blog durante el verano. Si Dios quiere, volveremos a escribir a partir del próximo mes de octubre.

Curación de la hemorroisa (fresco en las 
Catacumbas de Marcelino y Pedro, Roma)

El texto de la Primera Lectura (Sab 1, 13-15; 2, 23-24) del Domingo XIII del Tiempo Ordinario ilumina el texto del Evangelio (Mc 5, 21-43). 

«Dios no hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes. Todo lo creó para que subsistiera. Las creaturas del mundo son saludables; no hay en ellas veneno mortal. Dios creó al hombre para que nunca muriera, porque lo hizo a imagen y semejanza de sí mismo; mas por envidia del diablo entró la muerte en el mundo y la experimentan quienes le pertenecen» (Primera Lectura).  

Dios es Dios de vivos, no de muertos. Él desea la Vida. Envió a su Hijo para darnos Vida, y Vida en abundancia. Jesucristo ha vencido la muerte, porque es el Autor de la Vida. Con su Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión al Cielo, Jesús hizo posible que todos los hombres podamos participar de su Vida, que es la Vida eterna. 

San Marcos nos relata en el Evangelio de la Misa dos milagros del Señor. El primero tiene que ver con la vida, porque la mujer que «padecía flujo de sangre desde hacía doce años; había sufrido mucho a manos de los médicos y había gastado en eso toda su fortuna, pero en vez de mejorar, había empeorado»; esa mujer, realmente estaba «muerta», pues para una hebrea, la esterilidad o el simple hecho de no tener descendencia equivalía a una muerte prematura. Como dijo Raquel, “dame hijos o me muero" (Gen 30, 1). 

El segundo milagro es más impresionante. Es la primera vez, en el Evangelio, que Jesús resucita a uno que ah muerto. Jairo acude a Jesús para pedir que cure a su hija enferma pero, mientras van de camino, le avisan que ha muerto. Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: “No temas, basta que tengas fe”. 

Hay dos rasgos comunes entre los dos milagros. Tanto la hemorroisa como Jairo tiene conciencia del mal que les aqueja y, además, tienen confianza, fe, en que Jesús puede aliviarlo. 

El Papa Francisco señala estas dos características necesarias para obtener la Vida: 

«Para tener acceso a su corazón, al corazón de Jesús hay un solo requisito: sentirse necesitado de curación y confiarse a Él. Yo os pregunto: ¿Cada uno de vosotros se siente necesitado de curación? ¿De cualquier cosa, de cualquier pecado, de cualquier problema? Y, si siente esto, ¿tiene fe en Jesús? Son dos los requisitos para ser sanados, para tener acceso a su corazón: sentirse necesitados de curación y confiarse a Él» (Papa Francisco, 1-VII-2018).

No es muy difícil lo que nos pide Dios: ver y querer. Ver nuestra miseria y querer que Dios la cure. Pero, con frecuencia, puede suceder que nos falte el primer requisito: que no reconozcamos nuestros pecados. A veces, no acabamos de ver claro porque nos hace falta un querer más firme. Otras veces, el ruido externo o interno nos aturde (como sucedía en el caso de los dos personajes del Evangelio a quienes los demás los distraían de lo que quería hacer Jesús con ellos).

Si vemos claramente que necesitamos la ayuda del Señor, será más fácil acudir a Él, conocer que sólo en Él está la salvación, y ponernos en sus manos para que nos devuelva la Vida que hemos perdido. Escuchemos unas recientes palabras del tercer sucesor de San Josemaría Escrivá de Balaguer (mañana, 26 de junio, celebramos su fiesta).

«Entonces, como el ciego Bartimeo, imploremos: “−Señor, que vea” (Mc 10,51). Y añadamos: −Señor, que te quiera ver; que te escuche, que te quiera escuchar… para poder repetir cientos de veces, a lo largo de la jornada, la potente afirmación de María: “Hágase en mí según tu palabra”» (Fernando Ocáriz, A la luz del Evangelio, p. 22, Madrid 2020). 

viernes, 18 de junio de 2021

Despertar nuestra fe

Conchita escribió en su diario: «El mayor acontecimiento de mi vida fue el 18 de junio de 1961, en San Sebastián». Fue la primera aparición que tuvieron las niñas de Garabandal. Vieron por primera vez al "Ángel", que luego les anunciaría la primera aparición de la Virgen, para el siguiente 2 de julio. Hoy se cumplen 60 años de ese acontecimiento y damos gracias a Dios, porque ha despertado nuestra fe a través de este gran don de Dios para la Iglesia y para el mundo.

Rembrand, La tormenta
en el mar de Galilea (1633)
 

La escena que narra San Marcos en el evangelio del próximo domingo, XII durante el año, tiene lugar al atardecer (cfr. Mc 4, 35-41). También la relatan los evangelios de Mateo y Lucas. Jesús había estado en Cafarnaúm predicando alguna de sus parábolas a una gran muchedumbre. El Señor pide a sus discípulos que se dirijan a la otra orilla del Lago, a la tierra de Gerasa, donde tendrá lugar la expulsión de los demonios de un pobre infeliz, y su envío a los dos mil cerdos que se precipitan en el mar.

Después de un duro día de trabajo (quizá el mismo en que curó a la suegra de Pedro; un sábado en el que había asistido a la sinagoga y, por la tarde, había puesto sus manos sobre muchos para curarlos…; cfr. Mt 8, 23-27), Jesús está cansado y, al poco tiempo de embarcarse, se queda dormido en la popa de la barca, sobre un cabezal.

Pero, de manera inesperada para los apóstoles, algunos de los cuales eran expertos marineros en aquel Lago, se levanta una tempestad con viento fuerte y olas que comienzan a llenar la barca de agua, con peligro de hundirse. 

San Agustín, comentando este pasaje, pone en relación el sueño de Jesús con el adormecimiento de la fe de los apóstoles, y de la nuestra. 

«Cristiano, en tu nave duerme Cristo: despiértalo; dará orden a las tempestades para que todo recobre la calma. (…). Por eso fluctúas: porque Cristo está dormido, es decir, no logras vencer aquellos deseos que se levantan con el soplo de los que persuaden al mal, porque tu fe está dormida. ¿Qué significa que tu fe está dormida? Que te olvidaste de ella. ¿Qué es despertar a Cristo? Despertar la fe, recordar lo que has creído. Haz memoria pues de tu fe, despierta a Cristo. Tu misma fe dará órdenes a las olas que te turban y a los vientos de quienes te persuaden al mal y al instante desaparecerán» (S. Agustín, Sermones 361,7).

Cristo increpa al viento y al mar, y sobreviene una gran calma tranquilitas magna»). Si Cristo está despierto en nuestra alma, todo es calma. Pero, ¡qué poca calma hay en nuestro mundo!; ¡cuántas fluctuaciones, dudas, confusiones que perturban las almas!  

Es necesario despertar nuestra fe, recordar lo que hemos creído. Muchas veces eso es lo que hace falta: hacer memoria, repasar lo que ha sido fundamento de nuestra vida, lo que proporciona la seguridad y la calma en esta noche de tormenta que vivimos.

La memoria de nuestra fe está en el viejo Catecismo (que no es tan viejo porque se publicó en 1992). Así hacemos que Cristo esté despierto en nuestra vida y en la de que quienes nos rodean. Es una magnifica lectura espiritual. Leer y releer cada uno de los puntos del Catecismo nos encenderá la fe, mantendrá a Cristo despierto en nuestra alma y crecerá la tranquilidad y la paz de nuestra vida. 

María, nuestra Madre, es vida, dulzura y esperanza nuestra, porque se encarga de que Cristo siempre este despierto en cada uno.  


viernes, 11 de junio de 2021

Los proyectos del Corazón de Jesús

Ocho días después de la Solemnidad del Corpus Christi, celebramos la del Sagrado Corazón de Jesús. Ambas fiestas están íntimamente unidas porque, en la Eucaristía está el Corazón de Jesús y, encontramos al Corazón de Jesús en la Eucaristía. 

Pintura de Miguel Cabrera (1695-1768)

En Lanciano, Italia, un monje del siglo VIII, durante la celebración de la Santa Misa, dudó de la presencia real de Cristo. Vio que la Sagrada Hostia se transformaba en carne humana y el vino en sangre, que luego se coaguló. Estas reliquias se conservan en la catedral. En 1970 se decidió someterlas a examen científico y se comprobó que la carne es tejido muscular del corazón (endocardio, miocardio, nervio vago, ventrículo izquierdo). En 1973 la OMS, después de 15 meses de estudio, confirmó las investigaciones de 1970.  

En en Sacramento de la Eucaristía, «vi verborum» (por la fuerza de las palabras de la Consagración) está Jesucristo Resucitado, glorioso; con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Y, por concomitancia, está también el Padre y el Espíritu Santo: la Santísima Trinidad, Dios Uno y Trino.

El centro de la persona es el corazón.

«El corazón es la morada donde yo estoy, o donde yo habito (según la expresión semítica o bíblica: donde yo “me adentro”). Es nuestro centro escondido, inaprensible, ni por nuestra razón ni por la de nadie; sólo el Espíritu de Dios puede sondearlo y conocerlo. Es el lugar de la decisión, en lo más profundo de nuestras tendencias psíquicas. Es el lugar de la verdad, allí donde elegimos entre la vida y la muerte. Es el lugar del encuentro, ya que a imagen de Dios, vivimos en relación: es el lugar de la Alianza» (Catecismo de la Iglesia Católica, 2563).

«En la Biblia el corazón es el centro del hombre, donde se entrelazan todas sus dimensiones: el cuerpo y el espíritu, la interioridad de la persona y su apertura al mundo y a los otros, el entendimiento, la voluntad, la afectividad. Pues bien, si el corazón es capaz de mantener unidas estas dimensiones es porque en él es donde nos abrimos a la verdad y al amor, y dejamos que nos toquen y nos transformen en lo más hondo» (Francisco, Enc. Lumen fidei, 26).

Es importante, al acercarnos a Jesús, dirigirnos directamente a su Corazón, al centro de su Persona, que es Divina, pero en una naturaleza humana. El Corazón de Cristo es divino y humano. En Él estás también sus sentimientos. 

En la Antífona de entrada, afirmamos: “Los proyectos de su corazón subsisten de generación en generación, para librar de la muerte la vida de sus fieles y reanimarlos en tiempo de hambre”. 

¿Cuáles son los proyectos del Corazón de Cristo? Son siempre los mismos: «subsisten de generación en generación». Pero también podemos decir que se van adaptando a las necesidades históricas de los hombres: ahora, en un «tiempo de hambre» de Dios, buscan liberarnos de la muerte y darnos Vida.

«Estamos llamados a contribuir, con iniciativa y espontaneidad, a mejorar el mundo y la cultura de nuestro tiempo, de modo que se abran a los planes de Dios para la humanidadcogitationes cordis eius, los proyectos de su corazón, que se mantienen de generación en generación (Sal 33 [32] 11)» (Mons. Fernando Ocáriz, Carta pastoral del 14-II-2017, n. 8).

Un aspecto importante de la devoción al Corazón de Jesús es el desagravio, la reparación por los pecados de los hombres que han herido tanto su Corazón amante. 

El Corazón de Cristo es un corazón traspasado, herido, dolorido, pisoteado, ultrajado, vilipendiado, olvidado y humillado por todos, Varón de Dolores. El Corazón de Jesús se consume, porque el Amor no es amado. Olvidado en el oscuro rincón de nuestro Templo, desfallece el Alma de Cristo: muere de Amor. Manifestemos nuestro amor a Jesús acompañándolo, con nuestro amor, en todos los sagrarios del mundo.

Los proyectos del Corazón de Cristo son de paz y de amor. Corazón Sacratísimo de Jesús, danos la paz.  

jueves, 3 de junio de 2021

Textos para meditar en la Eucaristía

La Solemnidad de Corpus Christi y la octava que podemos celebrar hasta la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, son una ocasión única, durante el Año Litúrgico, para manifestar nuestro Amor a Jesús, en el Sacramento de la Eucaristía.

La defensa de la Eucaristía (Arte Cuzqueño)

Una forma de hacerlo es hacer oración con los escritos de la Sagrada Escritura, de los Padres de la Iglesia, del Magisterio pontificio reciente y de los santos. A continuación transcribimos diez textos que nos han parecido especialmente apropiados para meditar despacio, en silencio.


1. «El ángel de Yavé vino...y le tocó [al profeta Elías], diciendo: levántate y come, porque el camino es demasiado largo para ti. Levantose pues, y después de haber comido y bebido, y confortado con aquella comida, camino 40 días y 40 noches hasta el Horeb, el monte de Dios (3 Re 19, 7-8)». Figura de la Eucaristía. 

2. «Son mis delicias estar con los hijos de los hombres» (Prov 8,31).  Hemos de agradecer el inmenso  don-misterio de la Eucaristía.

3. «Así como el pan que procede de la tierra, recibiendo la invocación  de Dios, ya no es un  pan corriente,  sino Eucaristía..., así también nuestros cuerpos  recibiendo la Eucaristía ya no son corruptibles; tienen esperanza de la resurrección» (S. Ireneo de Lyon, Adversus haereses, PG 7 y 1027)».

3. «La adoración es la acción... de humillar nuestro espíritu ante el "Rey de la gloria" (Sal 24,9-10) y el silencio respetuoso en la presencia de Dios "siempre mayor" (S. AGUSTÍN, Sal 62,16). La adoración de Dios tres veces santo y soberanamente amable nos llena de humildad y da seguridad a nuestras súplicas» (Catecismo de la Iglesia Católica, 2628).

4. «La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia. Ésta experimenta con alegría cómo se realiza continuamente, en múltiples formas, la promesa del Señor: «He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20); en la sagrada Eucaristía, por la transformación del pan y el vino en el cuerpo y en la sangre del Señor, se alegra de esta presencia con una intensidad única. Desde que, en Pentecostés, la Iglesia, Pueblo de la Nueva Alianza, ha empezado su peregrinación hacia la patria celeste, este divino Sacramento ha marcado sus días, llenándolos de confiada esperanza» (San Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, n. 1).

5. «Buscando por encima de todo agradar a Dios Nuestro Señor, es como mejor serviremos a los hombres» (San Josemaría). La Eucaristía es la «corriente trinitaria de amor por los hombres» (ibidem).

6. «Pues si cuando andaba en el mundo de solo tocar sus ropas sanaban los enfermos, ¿que hay que dudar que hará milagros estando tan dentro de mí, si tenemos fe viva, y nos dará lo que le pidiéremos pues está en nuestra casa?» (Sta. Teresa, Camino de perfección).

7. «Acércate a la comunión —dice San Buenaventura— aun cuando te sientas tibio, fiándolo todo de la misericordia divina, porque cuanto más enfermo se haga uno, tanto mayor necesidad tiene del médico». 

8. El Señor dijo en cierta ocasión a Santa Matilde: «Cuando te acerques a comulgar, desea tener en tu corazón todo el amor que se puede encerrar en él, que yo te lo recibiré como tú quisieras que fuese» (S. Alfonso, Práctica del amor a Jesucristo, p. 41).

9. «Celebra hoy la santa madre Iglesia fiesta del Santísimo Sacramento del Altar,  en el cual está verdaderamente el cuerpo de nuestro Salvador para gloria  de la Iglesia y honra del mundo,  para  compañía de nuestra peregrinación, para alegría de  nuestro destierro, para consolación de nuestros trabajos, para medicina de nuestras enfermedades,  para  sustento de nuestras vidas.  Y porque estas mercedes son  tan grandes, es muy alegre y grande  la fiesta que hoy hace la Iglesia» (Fray Luis de Granada, Trece sermones).

10. «Cuando se comulga —decía el Santo Cura—  se siente algo extraordinario..., un gozo..., una suavidad..., un bienestar que corre por todo el cuerpo... y lo conmueve. No podemos menos de decir con San Juan: ¡Es el Señor!... ¡Oh Dios mío! ¡Qué alegría para un cristiano, cuando al levantarse de la sagrada Mesa se lleva consigo todo el cielo en el corazón!» (Trochu, El cura de Ars, p. 55).   

viernes, 28 de mayo de 2021

¡El Señor viene!

El Tiempo Ordinario —desde ahora hasta el Primer Domingo de Adviento— nos da la oportunidad de reflexionar en los textos litúrgicos de cada domingo, desde una perspectiva actual; es decir, de meditar esos textos —tanto los de la Sagrada Escritura como las oraciones— con el enfoque de alguien que está «a la espera» de la plena manifestación de Cristo.

¿Es bueno esperarla? Claro que sí. Desde el principio, la Iglesia primitiva la esperaba con verdadera alegría y repetía incisamente «Maranathá», ¡El Señor viene! «El que no quiera al Señor, ¡sea anatema! «Maranathà»» (Cor 16, 22).

Este deseo de la manifestación de Cristo aparece en otros textos del Nuevo Testamento: En Filipenses, por ejemplo: “Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca” (4: 5). O en Santiago: “Tened también vosotros paciencia, y afirmad vuestros corazones; porque la venida del Señor se acerca” (5: 8). También al final del libro del Apocalipsis: “Ciertamente, vengo en breve” (22: 20 b).

En la Sagrada Escritura nunca se habla de una «segunda» venida de Cristo, sino de una «Venida» en plenitud, que no es distinta la su Primera Venida al mundo, y de su «Tercera» venida —como dice San Berardo— en el tiempo presente; por ejemplo, en la Eucaristía. 

En la Oración colecta de la Misa de este próximo domingo, Solemnidad de la Santísima Trinidad, anhelamos la plena manifestación del Misterio de nuestra fe: 

«Dios Padre, que al enviar al mundo la Palabra de verdad y el Espíritu santificador, revelaste a todos los hombres tu misterio admirable, concédenos que, profesando la fe verdadera, reconozcamos la gloria de la eterna Trinidad y adoremos la Unidad de su majestad omnipotente».

 El encuentro del hombre con el Misterio Trinitario ya se ha dado, en el Misterio Pascual de Cristo y en el envío del Espíritu Santo. Ahora queda que se desvele la Plenitud de ese Misterio: «Y si somos hijos, somos también herederos de Dios y coherederos con Cristo, puesto que sufrimos con él para ser glorificados junto con él» (Rom 8, 14-17, en la 2ª Lectura).

Ahora, la presencia viva de Cristo con nosotros todavía no es plena. Lo será al final: «y sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20).

Hace tres años, el Papa Francisco explicaba cómo es la presencia Trinitaria en nosotros. 

«Las lecturas bíblicas de hoy nos hacen entender que Dios no quiere tanto revelarnos que Él existe, sino más bien que es el «Dios con nosotros», cerca de nosotros, que nos ama, que camina con nosotros, está interesado en nuestra historia personal y cuida de cada uno, empezando por los más pequeños y necesitados. Él «es Dios allá arriba en el cielo» pero también «aquí abajo en la tierra» (cf. Deuteronomio 4, 39). Por tanto, nosotros no creemos en una entidad lejana, ¡no! En una entidad indiferente, ¡no! Sino, al contrario, en el Amor que ha creado el universo y ha generado un pueblo, se ha hecho carne, ha muerto y resucitado por nosotros, y como Espíritu Santo todo transforma y lleva a plenitud» (Francisco, 27-V-2018).

Sin embargo, la plena unión con el Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo, será esencialmente la misma que ya tenemos ahora. Vale la pena recordar las palabras de Benedicto XI en su libro Jesús ese Nazaret.

«Las palabras apocalípticas de antaño adquieren un carácter personalista: en su centro entra la persona misma de Jesús, que une íntimamente el presente vivido con el futuro misterioso. El verdadero «acontecimiento» es la persona que, a pesar del transcurso del tiempo, sigue estando realmente presente. En esta persona el porvenir está ahora aquí. El futuro, a fin de cuentas, no nos pondrá en una situación distinta de la que ya se ha creado en el encuentro con Jesús» (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, II, 3, 2).

  

viernes, 21 de mayo de 2021

La Venida del Espíritu Santo

El Espíritu Santo es «el que viene», como Jesús, que también «vino». Decía San Ireneo de Lyon (+202) que Cristo y el Espíritu Santo son como las «dos manos del Padre». Ambas Personas Trinitarias «vienen» al mundo para salvarlo del pecado, del demonio, de la muerte. Vienen para darnos la Vida Nueva, para hacer posible que la Santísima Trinidad inhabite en nosotros.

Durante el Adviento repetimos: «¡ven, Señor Jesús!». Durante los días posteriores a la Ascensión del Señor a los Cielos, rezamos: «Veni, Sancte Spiritus!», «¡Veni, Creator Spiritus». Son dos himnos litúrgicos admirables, que nos ayudan a conocer y tratar más al Paráclito en nuestra alma. 

Los primeros cristianos anhelaban la Segunda Venida de Cristo. Muchos de los primeros Padres de la Iglesia son testigos de este gran deseo de la primitiva cristiandad, de la naciente Iglesia. En nosotros, el paso de los años (centenares, miles…), quizá ha apagado este deseo perentorio. Vemos lejano ese momento o, al menos, muy incierto. A lo largo de la historia ha habido épocas en las que se ha encendido, sobre todo cuando había grandes calamidades (el año 1000, la peste negra del sigo XIV…). Ahora, en nuestro tiempo, también hay muchas voces —algunas de ellas de gran pesos— que nos invitan a no estar como dormidos, sino muy despiertos y en vela, para esperar con gozo siempre nuevo la Venida del Salvador. 

Pero también hay voces autorizadas que nos hablan de una Segunda Venida del Espíritu Santo. Ya sabemos que el Espíritu vino una vez, en Pentecostés, y su presencia es constante en la Iglesia. El Gran Desconocido está siempre activo en las almas que son dóciles a su acción.

Sin embargo, así como en la vida de las personas hay momentos de efusión especial del Espíritu (por ejemplo, cuando decidimos seguir la vocación que Dios da a cada uno, o en otros momentos cruciales de la propia vida), también en la Iglesia el Espíritu actúa con mayor o menor fuerza, según las épocas y acontecimientos históricos. 

En las apariciones que tuvieron lugar hace ya casi sesenta años en San Sebastián de Garabandal, La Virgen comunicó a las niñas videntes que, pronto, al menos durante la vida de una de ellas (Conchita, que tiene ahora 72 años de edad), habría como una Segunda Venida del Espíritu sobre todas las personas que vivan en el mundo cuando ocurra: es el Aviso. 

El Aviso tendrá lugar junto con una manifestación exterior del poder de Dios que será como si «dos astros chocasen» en el cielo. Pero el aspecto más importante será el interior: todos veremos nuestra propia vida con gran claridad. Conoceremos el estado de nuestra alma frente a Dios. El Espíritu Santo nos iluminará para que, cada uno, tome una decisión vital: aceptar el amor de Dios o rechazarlo. 

Hay mucha literatura sobre este fenómeno que también se llama «iluminación de las conciencias». Ya algunos lo han experimentado personalmente: por ejemplo, María Vallejo Nájera, en Medjugorje.

La próxima Solemnidad de Pentecostés nos puede ayudar a recordar que debemos estar preparados para esa «Segunda Venida del Espíritu» al mundo, de modo que respondamos con la fidelidad de los apóstoles y de Nuestra Madre.        

viernes, 14 de mayo de 2021

El Decenario al Espíritu Santo

Antiguamente, la Ascensión del Señor se celebraba el jueves precedente al Séptimo Domingo de Pascua. Era una fiesta de precepto. La vida moderna ha llevado a que, en la mayoría de los países, se celebre el domingo anterior a Pentecostés. Celebrar esta Solemnidad el jueves tiene la ventaja de que nos unimos a lo que sucedió realmente en la historia: que el Señor subió a los Cielos diez días antes de la venida del Espíritu Santo. 

       Esos diez días se han vivido desde tiempos remotos (y lo podemos seguir haciendo actualmente, aunque la Ascensión se celebre el domingo) como un Decenario de preparación para Pentecºostés. 

En 1932, se publicó el «Decenario al Espíritu Santo», un libro de Francisca Javiera del Valle (1856-1930), mujer humilde que vivía en Palencia, España. Se trata de una escritora mística. Nacida en el seno de una familia humilde, que quedó huérfana de padre a los dos años de edad. Convivió con su madre y dos hermanastros en medio de grandes necesidades económicas que forzaron a interrumpir su formación escolar. Desde 1868 trabajaba en un taller de sastrería. Según sus propias palabras, sufrió una conversión entre 1874 y 1875, sintiendo un intenso deseo de dedicarse a la vida espiritual. Más tarde, consiguió en 1880 un trabajo más estable como costurera del colegio de los jesuitas de Carrión de los Condes. Al morir su madre en 1892, puede entregarse sin trabas a su proyecto de vida interior, que cumple fielmente hasta su muerte.

En 1918, Francisca Javiera del Valle abandonaba el costurero de los jesuitas, así como el cuidado de los niños de la Escuela apostólica del que había sido encargada desde 1903 por sus protectores, la familia de María Ballesteros. Con ésta, fundadora del Carmelo de Carrión, colaboró activamente durante los últimos años de su vida.

Esta breve biografía de la autora del Decenario nos puede ayudar a valorar más esta obra, como lo hizo San Josemaría Escrivá, que leyó y meditó este tesoro de la espiritualidad, de modo que influyó mucho en su devoción al Gran Desconocido. 

Pero ya meditaremos más la próxima semana en la devoción al Espíritu Santo. Hoy podemos centrarnos en la Solemnidad que celebramos: La Ascensión del Señor a los Cielos, que está íntimamente relacionada con Pentecostés.

¿Por qué? Porque Jesús se va, pero también se queda por medio del Espíritu, más cerca de nosotros incluso que de los apóstoles cuándo podían verlo y escucharlo durante su vida terrena. El Espíritu Santo hará posible, en todos y cada uno de los hombres, a lo largo de la historia, que la vida de Cristo se haga presente. Por el Espíritu Santo, se hace posible también la presencia eucarística y el nacimiento de la Iglesia.  

La Ascensión es un acontecimiento de profunda alegría para los que estaban en el monte en que tuvo lugar y pudieron presenciarla. Parecería que los apóstoles estarían tristes porque ya no volverían a ver a Jesús, pero no es así. Estaban contentos porque, a partir de entonces, experimentan una cercanía mayor de Cristo, que está a la Derecha del Padre pero también a nuestro lado: intimior intimo meo, como decía San Agustín (más íntimamente que yo mismo). 

Benedicto XVI expresaba esta realidad con gran profundidad. 

«La Ascensión del Señor es un momento de intensa alegría para los Apóstoles, a pesar de que se separan del Señor, porque, a partir de ese momento, Jesús se convierte en el puente definitivo entre Dios y los hombres. El triunfo de Cristo no se completó en la Resurrección, sino en su Ascensión ad dexteram Patris, que ha de ser también objeto de honda meditación: quæ sursum sunt quærite, ubi Christus est in dextera Dei sedens (Col 3, 1)». 

El año 2015, Benedicto XVI dijo, en la homilía que pronunció en el día de la Ascensión, que «el cielo no indica un lugar sobre las estrellas, sino algo mucho más intrépido y sublime: indica a Cristo mismo, la Persona divina que acoge plenamente y por siempre a la humanidad, Aquél en el que Dios y hombre están para siempre inseparablemente unidos. Y nosotros nos acercamos al cielo, es más, entramos en el cielo, en la medida en que nos acercamos a Jesús y entramos en comunión con Él. Por lo tanto, la solemnidad de la Ascensión nos invita a una comunión profunda con Jesús muerto y resucitado, invisiblemente presente en la vida de cada uno de nosotros».

Comunión profunda con Jesús, a través de Nuestra Señora que durante el Decenario previo a Pentecostés, ocupaba un lugar destacado en la naciente Iglesia: «Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos» (Hechos 1, 12-14). 

viernes, 7 de mayo de 2021

María es Nuestra Madre

 Durante estos días del mes de mayo, muchos de nosotros nos hemos unido a la iniciativa del Papa, de rezar el Rosario diariamente, acompañando a nuestros hermanos en los santuarios marianos de todo el mundo. Hoy, por ejemplo, la intención del Papa es pedir a Nuestra Señora de la Paz y del Buen Viaje (en Filipinas) por las familias del mundo entero. Ayer, nos uníamos a él en el Santuario de la Bien Aparecida (Brasil) rezando por los jóvenes.

De esta manera, además de acrecentar nuestro amor y devoción a la Virgen, nos unimos de modo especial por el Papa y sus intenciones. 

María es Nuestra Madre. A partir de la Encarnación, al recibir en su seno al Hijo de Dios hecho hombre, ha acogido también a todos los hombres, porque Cristo es el Primogénito entre muchos hermanos. Es el Hijo de Dios y hermano nuestro. 

Esta realidad misteriosa y fascinante llegó a su cumplimiento al pié de la Cruz, en el momento en que Cristo dijo a María: «este es tu hijo» y a San Juan apóstol, «esta es tu Madre». En Juan estábamos representados todos los hombres. 

Que María sea nuestra madre significa que tiene hacia nosotros los más tiernos sentimientos que puede tener la mejor de las madres en la tierra hacia sus hijos. Para Ella, cada uno es su hijo «único». En esto participa del Amor que Dios nos tiene de modo admirable: para Él no hay hijos iguales. Cada uno hemos costado toda la sangre de Cristo derramada en la Cruz. Él nos ha comprado a precio de sangre.

María manifiesta la «maternidad» de Dios, su amor «maternal». Es «la ternura de Dios con los hombres», como le gustaba decir a San Josemaría Escrivá. También solía decir que María es la «Omnipotencia suplicante», porque sus peticiones ante el Trono del Altísimo jamás son desoídas. Por eso, en una conocida oración a María Medianera, le pedimos que cuando esté delante de la presencia de Dios, recuerde de «hablar bien de nosotros». 

Todas las madres tienen un cariño particular a sus hijos cuando son pequeños, porque su fragilidad mueve a la ternura. Una buena madre vive completamente para su hijo pequeño. Esta pendiente de él en todo momento, pues no se puede valer por sí mismo. Necesita en todo a su madre. Ella lo nutre, lo viste, lo acomoda, lo lleva de aquí para allá, lo cuida y protege de las enfermedades y los peligros. 

¡Qué confianza nos da saber que estamos en su regazo! Basta que le pidamos algo y Ella adivinará hasta nuestras necesidades más pequeñas. María, ¡muestra que eres Nuestra Madre!

La oración que compuso San Bernardo de Claraval, el Memorare o Acordaos, resumen admirablemente el modo de dirigirnos a María con toda confianza. 

"Acordaos, oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a tu protección, implorando tu asistencia y reclamando tu socorro, haya sido abandonado de ti. Animado con esta confianza, a ti también acudo, oh Madre, Virgen de las vírgenes, y aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados, me atrevo a comparecer ante tu presencia soberana. No deseches mis humildes súplicas, oh Madre del Verbo divino, antes bien, escúchalas y acógelas benignamente. Amén". 

¿Cómo podemos tratar de corresponder lo mejor posible a su amor materno? Con amor de hijos; siendo buenos hijos de Ella. ¿Qué hace un buen hijo para amar a su madre? Procura comportarse de tal manera que ella esté orgullosa de él. Además, la trata con delicadeza y amor. La conoce y sabe lo que le gusta más. Está pendiente de darle muchas alegrías y de acudir a sus necesidades más pequeñas. 

María es Madre de la Iglesia. Por eso, a Ella le gusta que seamos buenos hijos de la Iglesia, y amemos mucho a nuestros hermanos. No hay cosa que contente más a una madre que ver a sus hijos unidos. 

María nos sonríe cada vez que acudimos a Ella, en el Rosario, en las oraciones marianas, al ofrecer nuestro trabajo a través de sus purísimas manos. Este mes de mayo es una oportunidad única para intentar ser buenos hijos de Nuestra Señora.  

viernes, 30 de abril de 2021

La vid y los sarmientos

       En el Evangelio del Quinto Domingo de Pascua meditamos el comienzo del capítulo 15º del Evangelio de San Juan, en el que, el apóstol predilecto de Jesús, recoge la Alegoría de la vid y los sarmientos. Vale la pena copiar el texto completo.

«Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el labrador. Todo sarmiento que en mí no da fruto lo corta, y todo el que da fruto lo poda para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí es arrojado fuera, como los sarmientos, y se seca; luego los recogen, los arrojan al fuego y arden. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y se os concederá. En esto es glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto y seáis discípulos míos» (Jn 15, 1-8).

Jesús utiliza imágenes para explicar la profundidad del Misterio de Dios. Nosotros no podemos abarcar la profundidad del Amor de Dios y su inescrutables designios para la salvación del hombre. Pero la imagen de la vid y los sarmientos nos ayuda a comprender un poco más cómo quiere el Señor que estemos unidos a Él. 

Esta imagen, escogida especialmente por Jesús para el momento culminante de su vida, la Última Cena con sus discípulos, representa admirablemente lo que el Señor había enseñado, de modos diversos, durante su vida pública: que la voluntad de Dios es que vivamos la Vida de Jesucristo; que Él sea nuestro Camino, porque en Él esta toda la Verdad. Y que esta unión estrecha no es mera yuxtaposición, o una unión superficial, sino la unidad que hay entre la vid y los sarmientos. De hecho, no se pueden distinguir los sarmientos (las ramas) de la vid (la planta). La sabia que corre, va desde la vid a los sarmientos. Los sarmientos no pueden separase de la vida porque morirían.

La Alegoría de la vid precede a los siguientes versículos del capítulo 15º del Evangelio de San Juan (9-17), que tratan de «La Ley del Amor». Todo el contenido de los capítulos 13º a 17º hay que leerlo y meditarlo como una unidad, en la que Cristo explica los aspectos más profundos de su Misterio. 

La 2ª Lectura de la Misa de este próximo domingo, nos da luz sobre el texto del Evangelio. San Juan resume el mandamiento de Jesucristo, que él ha escuchado de viva voz del Maestro y ha meditado por largos años. Fijémonos en los últimos dos versículos. 

«Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, conforme al mandamiento que nos dio. El que guarda sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él; y por esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos ha dado» (cfr. 1 Jn 3, 18-24).

Los sarmientos están unidos a la vid, y también unidos entre ellos. No pueden separarse de la vid, que es toda la planta, ni de los demás sarmientos. El Espíritu Santo es como el Alma de la Iglesia, que vivifica toda la Vid. Jesús explica la Alegoría de la Vid en el marco de las promesas y acción del Espíritu que el Padre y Él enviarán a sus discípulos. Así nos vamos preparando a la Solemnidad de Pentecostés. 

Una referencia a Santa Catalina de Siena, que celebramos ayer (jueves 29 de abril), nos ayudará a penetrar un poco más en el Misterio de la vid y los sarmientos. Esta santa se caracterizó por su amor a la Iglesia y al Papa. Contribuyó, con su abundante epistolario, a que el Papa regresara de Avignon a Roma en 1378. Toda su vida la dedicó a buscar la unidad de la Iglesia, a la que amaba apasionadamente.

Pero este amor a la Iglesia y al Vicario de Cristo en la tierra, partían de su profunda devoción eucarística. Es conocido que, durante algunas semanas de estancia en Florencia, no se alimento de otra cosa que no fuera la Eucaristía. Era su unión con Cristo Resucitado la que la hacía una mujer valiente, activa y decidida a los más grandes sacrificios.

Mañana comenzaremos el mes de mayo, celebrado una fiesta de San José, Patrono de la Iglesia. Acudamos a María y José para pedirles por la unidad de la Iglesia y de todos los cristianos.


viernes, 23 de abril de 2021

Sueño, servicio y fidelidad

Todos los años, desde 1964, los Sumos Pontífices envían un mensaje al Pueblo cristiano con ocasión de la Jornada Mundial de oración por las vocaciones. Este próximo domingo, también llamado del «Buen Pastor», es la 58ª Jornada.

Caravaggio, "La vocación de Mateo"

Se trata de una gran oportunidad que nos brinda el Papa para reflexionar sobre la vocación. ¿Qué es la vocación? ¿Quiénes la tienen? ¿Cómo podremos saber si tenemos vocación? y ¿cuál es la nuestra?

El Papa Francisco publicó su mensaje para este año, el 19 de marzo pasado, Solemnidad de San José. Y ha querido que todos miremos al Santo Patriarca para aprender de él a responder bien a la vocación que hemos recibido. 

Estrictamente hablando, la Jornada se refiere a la oración por las vocaciones sacerdotales y a la vida consagrada. También el papa se dirige especialmente a ellas en su mensaje. 

Sin embargo, la misma doctrina del Concilio Vaticano II, de cuyas fuentes se alimenta esta iniciativa pontificia, recuerda la llamada universal a la santidad. Todos los hombres estamos llamados por Dios a descubrir su Amor, a través del Evangelio de Jesucristo. Además, en la Iglesia, todos los fieles tenemos «vocación cristiana». 

«Vocare» significa «llamar», como sabemos. Dios llama a todos. Todos los hombres tenemos una vocación personal. Sin embargo, en la Iglesia se han abierto diversos «caminos» para responder, de modo peculiar, a la llamada divina. Hay caminos que implican una consagración —como son el sacerdocio y la vida consagrada—, que tradicionalmente se han visto como «caminos vocacionales». Pero también hay vocaciones peculiares entre los fieles laicos. Por ejemplo, en el Opus Dei, el 98% de sus miembros son laicos, y todos ellos tienen una vocación auténtica, que consiste en responder a la llamada a santificarse en medio del mundo a través del trabajo y las obligaciones propias del cristiano. Hay casados, que se santifican en su familia; y hay solteros que viven un celibato apostólico y, sin dejar su lugar de trabajo y sus circunstancias sociales y familiares, buscan la santidad de otra manera, con mayor dedicación a tareas apostólicas.

Una vez tenido en cuenta este preámbulo, veamos cuáles son las tres características que señala el Papa, y que especialmente se pueden aprender de la vocación de San José. 

La primera es «sueño». Toda vocación parte de un ideal que se descubre y que es el motor de toda la vida. San José descubrió su vocación, en parte, a través de los cuatro sueños que tuvo, que fueron acompañados de otras mociones del Espíritu Santo, hasta convertirse, como decía san Josemaría Escrivá, en un «alud arrollador». 

Normalmente, no tenemos la certeza de que precisamente esa es nuestra vocación. En el caso de José, quizá las inspiraciones que recibió fueron particularmente claras y convincentes, de modo que siguió su camino con una gran seguridad. 

Nunca se puede abandonar esta primera característica de la vocación, porque es la raíz de la que se parte. Es una maduración en la fe: una fe madura. 

El segundo rasgo de la vocación, que también vemos en San José, es el «servicio». Toda vocación es para servir, para darse, para olvidarse de uno mismo y ponerse a disposición de los planes de Dios, en la Iglesia. Los sacerdotes, por ejemplo, somos «ministros», servidores de nuestros hermanos. Pero también lo son los laicos, de otra manera, fomentando el espíritu de servicio ahí donde Dios los ha llamado.  

Actualmente, en la Iglesia, son necesarias muchas vocaciones de sacerdotes y para la vida consagrada. Pero también es necesario que todos los fieles nos decidamos a poner en práctica nuestra vocación a servir en la familia, en el trabajo, en la vida social. Todos los días podemos servir a los demás en los pequeños detalles que están a nuestro alcance. 

Por último, la tercera característica que vemos en la vocación de San José, es la «fidelidad». Cualquier vocación verdadera no es algo pasajero. Imprime en la persona un impulso que ha de durar toda la vida. El idéela de la vocación debe mantenerse en los momentos de oscuridad y tinieblas. ¿Por qué? Porque en todas las vocaciones, lo que debe estar como fundamento, es el amor a Dios. Hemos descubierto cuánto Él nos ama y nosotros queremos corresponder a ese Amor, que sólo se puede «pagar» con amor.  

San José y Nuestra Señora, que desde muy jóvenes vieron clara su vocación, nos ayudarán a descubrir la nuestra y ser fieles a ella hasta el final de nuestra vida.   


viernes, 16 de abril de 2021

La luz de la conciencia

Los apóstoles, después de la Resurrección del Señor, ponen en práctica todo lo que Él les enseñó. ¡Cuántas veces le habrán oído hablar sobre el perdón! ¡Cuántas le habrán visto disculpar a algunos diciendo: «no sabe lo que hace»!

Pedro, en uno de sus discursos, narrados por los Hechos de los Apóstoles, sigue el ejemplo de Cristo en la Cruz, que perdona a sus verdugos y dice: «no saben lo que hacen».

«Ahora bien, hermanos, yo sé que ustedes han obrado por ignorancia, de la misma manera que sus jefes» (cfr. Hechos, 3, 17-19). 

La moral cristiana nos recuerda que puede haber personas que tengan una conciencia recta y, sin embargo —siguiendo el eco de la voz de Dios en el corazón de todos los hombres—, actúen equivocadamente. Pueden, en algunos casos, no ser culpables, o plenamente culpables, por esas acciones. Decimos que actuaron con una «ignorancia invencible», en distintos grados. Es decir, la ignorancia puede quitar o disminuir la culpabilidad de las acciones malas. 

San Pedro, al menos supone que quienes lo escuchan han actuado por ignorancia rechazando a Jesús, pidiendo el indulto de Barrabas y dando, finalmente muerte al Mesías. Es una lección de delicadeza y de prudencia para no juzgar sólo por lo que vemos. Dios sólo es el que juzga lo que hay en lo más profundo de los corazones. 

Se suele decir que, quien actúa con una conciencia recta, duerme tranquilo: «En paz, Señor, me acuesto y duermo en paz, pues sólo tú, Señor, eres mi tranquilidad» (Salmo responsorial del próximo domingo).

Por otra parte, todos tenemos la obligación de buscar la verdad y de tener una conciencia recta. La ley natural grabada en el corazón es una guía, en este sentido. Pero no basta, pues las consecuencias del pecado original oscurecen la conciencia. Por eso es necesaria la formación de la conciencia. Es necesario investigar, preguntar, informarse… Así conoceremos realmente a Jesucristo y lo que Él dejó a su Iglesia, y no se podrá decir de nosotros lo que leemos en la Segunda Lectura de la Misa del domingo:

«Quien dice: “Yo lo conozco”, pero no cumple sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él. Pero en aquel que cumple su palabra, el amor de Dios ha llegado a su plenitud, y precisamente en esto conocemos que estamos unidos a él» (cfr. 1 Jn 2, 1-5).

En el Evangelio de la Misa leemos cómo los discípulos de Emaús, después de haberse encontrado con el Señor, en el camino, lo reconocen al partir el pan y, habiendo Él desaparecido de su presencia, vuelven presurosos a Jerusalén y son también testigos de la aparición de Jesús a los apóstoles en el cenáculo.

Hoy podemos reflexionar sobre el modo en que Jesús va llevando a esos dos discípulos —de los cuales uno se llamaba Cleofás— hacia una actitud de fe profunda en el Resucitado.

Cleofás y su amigo van desanimados por el camino de Emaús. Jesús se pone a su lado. No lo reconocen, como tampoco la Magdalena o los apóstoles en la segunda pesca milagrosa. Jesús respeta su libertad. Tiene una gran finura al tratar a las almas. No quiere imponerse, sino facilitar todo para que ellos mismos vean claro y se conviertan. Es maravilloso leer cómo el Señor hace un además de pasar adelante, cuando llegan a Emaús. Era una invitación delicada a que ellos le pidiesen que se quedara, como de hecho lo hicieron: «mane nobiscum», ¡quédate con nosotros!

En este pasaje del Evangelio vemos el respeto del Señor a las conciencias de los hombres. También los discípulos de Emaús eran «ignorantes»: no habían sabido conocer a fondo todo lo que Jesús les había enseñado. Por eso, Él les abre el sentido de las Escrituras —como más tarde también a los apóstoles—, y, finalmente, los introduce en el Misterio de su Amor, al partir el Pan. El resultado es que Cleofás y su amigo, vuelven corriendo a Jerusalén, para ser testigos de Jesús Resucitado.

La ignorancia, la oscuridad, se convierte en luz vivísima. Jesús ilumina las conciencias y las saca del error. También Nuestra Señora tenía una conciencia y actuaba —la Inmaculada— siempre unida a la Verdad de su Hijo. La Reina del Cielo, en este Tiempo de Pascua, nos enseñará a tener una conciencia más delicada y pronta para buscar en todo la Voluntad de Dios.     

viernes, 9 de abril de 2021

Como niños recién nacidos

         La antífona de entrada del Domingo de la Misericordia nos introduce de lleno en el Misterio Pascual:

Como niños recién nacidos, anhelen una leche pura y espiritual que los haga crecer hacia la salvación. Aleluya”.

 Jacques Philippe, conocido autor de libros espirituales, en un retiro que predicó en Madrid hace algunos años, comentó una anécdota de la vida de Santa Teresa de Lisieux.

Santa Teresa, desde muy niña, se sentía fuertemente atraída hacia la santidad. Sin embargo, la muerte de su madre cuando ella tenía sólo cuatro años de edad, la marcó profundamente. Aparecieron en su carácter algunos rasgos psicológicos de inmadurez infantil: deseos de llamar la atención, una hipersensibilidad que le llevaba frecuentemente al llanto, deseos de reconocimiento, desánimos frecuentes cuando no lograba lo que quería, etc. Verdaderamente, algunas veces era insoportable. 

No podía vencer esas tendencias fuertemente grabadas en su forma de ser. Cuando tenía catorce años de edad, en la Navidad de 1886, su padre, que le tenía un afecto notorio, preparó, como todos los años, los regalos para sus hijos, en la chimenea. Pero, después de llevar a cabo esa tarea cansada, se le escaparon unas palabras que hirieron en lo más vivo la sensibilidad de Teresa, que era la más pequeña de la familia: «Menos mal que es el último año». Ella ya venía dándose cuenta de que tenía que cambiar, y que no podía seguir siendo una niña mimada. Entonces, después de la Comunión que recibió aquel día en la Misa de medianoche, tomó la decisión, valientemente, de controlar sus emociones. Estuvo contenta, alegre y, finalmente, venció el desánimo. Aquello fue un hito de gran importancia en su vida: ganó en madurez y se dio cuenta de que ese era el camino para superar los estados emotivos. Al año siguiente ingresó como novicia al convento de Carmelitas. 

¿Qué fue, en el fondo, lo que le hizo cambiar? La convicción de que Dios, que ha puesto en nuestro corazón el deseo de amarle, nos da la fuerza para alcanzar la santidad, a pesar de nuestros defectos. Que lo importante no es qué tan frágiles seamos, sino saber que Dios nos ama y que podemos confiarnos plenamente a Él. Que los brazos de Jesús son dónde tenemos que ponernos porque Él es nuestra fortaleza.

Tres años antes, cuando cumplió 11 años de edad, ya había hecho tres propósitos sencillos: 1) luchar contra el orgullo, 2) rezar todos los días a la Virgen un Acordaos y 3) no desanimarse nunca. 

En el último año de su vida (1897), a los 24 años de edad, estaba enferma en el convento. Entonces escribió en uno de sus manuscritos que, poco a poco, fue descubriendo un camino sencillo, corto y nuevo para alcanzar la santidad. Ese camino, o «caminito», como Ella lo llamaba, era la infancia espiritual. Realmente, no era un camino nuevo, en estricto sentido. Era redescubrir el Evangelio, que es un Camino de amor para los pequeños. Muchas veces Jesús había dicho a sus discípulos que es indispensable hacerse como niños para entrar en el Reino de los Cielos. 

Santa Teresa de Lisieux fue lo que descubrió en su propia vida y luego lo escribió para que, a lo largo de los años, una multitud de personas en todo el mundo pudiéramos seguir su «camino de infancia».

La decisión que tomó a los catorce años de edad fue algo sencillo, relativamente. No fue una decisión aparentemente importante. Sin embargo, cambió su vida. Se dio cuenta de que eso es lo que Dios nos pide cada día: decirle que «sí» en alguna cosa. Y sostener ese propósito en los días sucesivos. En definitiva, la santidad está al alcance de cualquier persona, a través de la lucha en los pequeños detalles de la vida ordinaria. En esto se adelantó al Concilio Vaticano II, al igual que san Josemaría que, después de la canonización de Santa Teresa de Lisieux, en 1924, conoció sus escritos y le impresionaron vivamente. Él también aconsejaba el «caminito de infancia» como un modo seguro y asequible a todos de alcanzar la santidad. 

San Juan Pablo II, con motivo del centenario del fallecimiento de Santa Teresita (1987) la proclamó doctora de la Iglesia. Ella tenía 24 años al morir. Nunca estudió teología. Sus escritos son relatos de sus vivencias personales. Y, sin embargo, el Papa quiso poner su modo de comprender el Evangelio como un punto de referencia para todos los cristianos de nuestra época. Vale la pena que nosotros conozcamos su vida y sus escritos. Y, sobre todo, que sigamos su ejemplo en el camino de amor a través de las cosas pequeñas y ordinarias de nuestra vida.