jueves, 3 de junio de 2021

Textos para meditar en la Eucaristía

La Solemnidad de Corpus Christi y la octava que podemos celebrar hasta la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, son una ocasión única, durante el Año Litúrgico, para manifestar nuestro Amor a Jesús, en el Sacramento de la Eucaristía.

La defensa de la Eucaristía (Arte Cuzqueño)

Una forma de hacerlo es hacer oración con los escritos de la Sagrada Escritura, de los Padres de la Iglesia, del Magisterio pontificio reciente y de los santos. A continuación transcribimos diez textos que nos han parecido especialmente apropiados para meditar despacio, en silencio.


1. «El ángel de Yavé vino...y le tocó [al profeta Elías], diciendo: levántate y come, porque el camino es demasiado largo para ti. Levantose pues, y después de haber comido y bebido, y confortado con aquella comida, camino 40 días y 40 noches hasta el Horeb, el monte de Dios (3 Re 19, 7-8)». Figura de la Eucaristía. 

2. «Son mis delicias estar con los hijos de los hombres» (Prov 8,31).  Hemos de agradecer el inmenso  don-misterio de la Eucaristía.

3. «Así como el pan que procede de la tierra, recibiendo la invocación  de Dios, ya no es un  pan corriente,  sino Eucaristía..., así también nuestros cuerpos  recibiendo la Eucaristía ya no son corruptibles; tienen esperanza de la resurrección» (S. Ireneo de Lyon, Adversus haereses, PG 7 y 1027)».

3. «La adoración es la acción... de humillar nuestro espíritu ante el "Rey de la gloria" (Sal 24,9-10) y el silencio respetuoso en la presencia de Dios "siempre mayor" (S. AGUSTÍN, Sal 62,16). La adoración de Dios tres veces santo y soberanamente amable nos llena de humildad y da seguridad a nuestras súplicas» (Catecismo de la Iglesia Católica, 2628).

4. «La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia. Ésta experimenta con alegría cómo se realiza continuamente, en múltiples formas, la promesa del Señor: «He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20); en la sagrada Eucaristía, por la transformación del pan y el vino en el cuerpo y en la sangre del Señor, se alegra de esta presencia con una intensidad única. Desde que, en Pentecostés, la Iglesia, Pueblo de la Nueva Alianza, ha empezado su peregrinación hacia la patria celeste, este divino Sacramento ha marcado sus días, llenándolos de confiada esperanza» (San Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, n. 1).

5. «Buscando por encima de todo agradar a Dios Nuestro Señor, es como mejor serviremos a los hombres» (San Josemaría). La Eucaristía es la «corriente trinitaria de amor por los hombres» (ibidem).

6. «Pues si cuando andaba en el mundo de solo tocar sus ropas sanaban los enfermos, ¿que hay que dudar que hará milagros estando tan dentro de mí, si tenemos fe viva, y nos dará lo que le pidiéremos pues está en nuestra casa?» (Sta. Teresa, Camino de perfección).

7. «Acércate a la comunión —dice San Buenaventura— aun cuando te sientas tibio, fiándolo todo de la misericordia divina, porque cuanto más enfermo se haga uno, tanto mayor necesidad tiene del médico». 

8. El Señor dijo en cierta ocasión a Santa Matilde: «Cuando te acerques a comulgar, desea tener en tu corazón todo el amor que se puede encerrar en él, que yo te lo recibiré como tú quisieras que fuese» (S. Alfonso, Práctica del amor a Jesucristo, p. 41).

9. «Celebra hoy la santa madre Iglesia fiesta del Santísimo Sacramento del Altar,  en el cual está verdaderamente el cuerpo de nuestro Salvador para gloria  de la Iglesia y honra del mundo,  para  compañía de nuestra peregrinación, para alegría de  nuestro destierro, para consolación de nuestros trabajos, para medicina de nuestras enfermedades,  para  sustento de nuestras vidas.  Y porque estas mercedes son  tan grandes, es muy alegre y grande  la fiesta que hoy hace la Iglesia» (Fray Luis de Granada, Trece sermones).

10. «Cuando se comulga —decía el Santo Cura—  se siente algo extraordinario..., un gozo..., una suavidad..., un bienestar que corre por todo el cuerpo... y lo conmueve. No podemos menos de decir con San Juan: ¡Es el Señor!... ¡Oh Dios mío! ¡Qué alegría para un cristiano, cuando al levantarse de la sagrada Mesa se lleva consigo todo el cielo en el corazón!» (Trochu, El cura de Ars, p. 55).   

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