miércoles, 30 de diciembre de 2020

"El Señor añadira"

En los próximos días celebraremos dos solemnidades importantes: la Maternidad divina de María (1° de enero) y la Epifanía del Señor (domingo 3 de enero).

La primera coincide con el inicio del Nuevo Año, y es una de las cuatro fiestas principales de nuestra Señora (Maternidad divina, Asunción, Inmaculada y Nuestra Señora de Guadalupe, en México).

San José con el Niño, Murillo (1617-1682)

Ese día también recordamos la circuncisión de Jesús, al octavo día de su nacimiento. San José ―fiel cumplidor de la Ley de Dios y obediente a los mandatos del Señor―, hizo lo que el ángel le había dicho:

El Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. "Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados»” (Mt 1, 20-21).

Se trata del nombre propio y personal de Jesús. En los dos versículos siguientes, el Ángel también señala a José el nombre profético del Señor:

Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: «Dios con nosotros»” (Mt 1, 22-23).

Al final del capítulo, Mateo afirma: “Y no la conocía hasta que ella dio a luz un hijo, y le puso por nombre Jesús” (Mt 1, 25).

Para un hombre de fe, como es José, el nombre de cada persona representa su propia identidad, no sólo porque nos distingue de los demás, sino porque nos define. El nombre que recibimos al nacer no es fortuito. Es, en cierta manera, profético y captura nuestra esencia. Es la llave de nuestra alma, afirma un pensador judío. La palabra en hebreo para ‘alma’ es neshamá. La parte central de esta palabra, las letras del medio shin y mem, forman la palabra shem, que significa ‘nombre’. Tu nombre es la llave para conocer tu alma.

José, es el padre legal de Jesús. La genealogía del Señor, según san Mateo, es la de José. A él, padre virginal del Señor, le corresponde poner el nombre a su hijo.

Aquel día de la octava de la Navidad, José reflexionaría sobre su propio nombre, recibido también a los ocho días de su nacimiento. Jacob, su padre, hijo de Matán, le puso “José”, el mismo nombre de uno de los hijos de Jacob, el patriarca.   

El nombre “José” proviene del hebreo Yôsef. El verbo יסף (yasap) significa añadir, incrementar o hacer de nuevo. Este verbo es la palabra habitual que se emplea cuando simplemente se añade algo. Se convierte en nombre cuando Raquel, la segunda esposa de Jacob, queda embarazada después de muchos años de infertilidad:

Entonces se acordó Dios de Raquel. La escuchó y le dio hijos. Ella concibió y dio a luz un hijo, y dijo: “Dios ha quitado mi afrenta”. Y llamó su nombre José, diciendo: “¡El Señor me añada otro hijo! (Génesis 30, 22-24)”.

Algunos exégetas afirman que “José” significa “Él [el Señor] añadirá”, explicando que el nombre de Dios está sobreentendido, aunque no es parte explícita de este nombre hebreo.

 San José María Escrivá (1902-1975) hace una interpretación espiritual de este nombre, que nos puede ayudar a introducirnos en el alma de José que, a lo largo de toda su vida intentaría comprender mejor porqué Dios, en su providencia, le había dado a él el nombre de “José”.

Pero el nombre de José significa, en hebreo, Dios añadirá. Dios añade, a la vida santa de los que cumplen su voluntad, dimensiones insospechadas: lo importante, lo que da su valor a todo, lo divino. Dios, a la vida humilde y santa de José, añadió —si se me permite hablar así— la vida de la Virgen María y la de Jesús, Señor Nuestro. Dios no se deja nunca ganar en generosidad” (Es Cristo que pasa, 40).

Antes de conocer a María, José había comprobado muchas veces que los dones recibidos de Dios eran abundantes. Cada día, el Señor, añadía a su vida nuevas gracias que le hacían estar siempre alegre y agradecido. Pero al conocer a Nuestra Señora, desposarse con Ella y descubrir que sería la Madre del Mesías, José descubrió plenamente el significado de su nombre. Dios había añadido a su vida gracias sobreabundantes: lo más grande que se puede desear.

Quizá todo esto esté relacionado con el “silencio de José”, sobre el cual tendremos ocasión de reflexionar en otra ocasión. Es el silencio elocuente de alguien que no encuentra palabras para mostrar su agradecimiento.

Además, San José, al experimentar tan vivamente la generosidad de Dios, él mismo se convierte en un santo que da abundantemente, como lo afirma Santa Teresa de Jesús (cfr. San José para Santa Teresa):

«Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado santo, y de los peligros de que me ha librado, así de cuerpo como de alma; que a otros santos parece que les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad; pero a este glorioso santo tengo experiencia de que socorre en todas, y quiere el Señor darnos a entender, que así como le estuvo sometido en la tierra, pues como tenía nombre de padre, siendo custodio, le podía mandar, así en el cielo hace cuánto le pide» (Vida, 6, 6).

El Señor añadirá a nuestras vidas, durante este Año de San José, muchas gracias, si procuramos acudir a él como poderoso intercesor, cada día. Él nos llevará a su Esposa y María a Jesús, especialmente durante estas fiestas navideñas en las que nos encontramos. 

miércoles, 23 de diciembre de 2020

Reflexiones en el Año de San José

El 15 de noviembre pasado escribí la última  entrada de este blog. En ella pedía oraciones para recuperarme, pues hacía unos días había comenzado con los síntomas de COVID y no me sentía bien para escribir. Dos días después, tuve que ingresar en un hospital y mi salud empeoró notablemente pues, además de la neumonía, me sobrevino una trombo embolia pulmonar. Finalmente, gracias a Dios, el 27 de noviembre regresé a mi casa y ahora sí me estoy recuperando, aunque el proceso de curación será lento.

Bartolomé Esteban Murillo, La Adoración de los pastores, c.1650.
Museo del Prado

En este tiempo no he podido escribir, pero ahora, nuevamente, me siento con ánimos de hacerlo para, en la medida de mis posibilidades, compartir con los lectores del blog,  nuestro amor a Jesucristo y a la Iglesia, aún en estos tiempos de pandemia que se alargan.  

Desde mi primer contagio ha transcurrido más de un mes y medio. Han sido días difíciles, de sufrimiento e incertidumbre, pero también de crecimiento interior. El silencio y la soledad forzada del hospital me ayudaron mucho a crecer en vida de oración. Busqué volver a la infancia espiritual, acudiendo a Nuestra Señora y a San José, mi patrono, porque fui bautizado con su nombre.

Tuve una gran alegría al conocer que el Papa Francisco, el 8 de diciembre pasado, proclamó un Año de San José, y escribió la Carta ApostólicaPatris Corde con ocasión del 150° aniversario de declaración de San José como Patrono de la Iglesia Universal, que hizo Pío IX en 1870.

En ese documento, el papa nos abre un panorama muy amplio para meditar en la vida y enseñanzas del santo patriarca como 1) padre amado, 2) padre en la ternura 3) padre en la obediencia, 4) padre en la acogida, 5) padre en la valentía creativa, 6) padre trabajador y 7) padre en la sombra.

En el retiro de Adviento para sacerdotes que hubo en la Arquidiócesis de México, el Señor Nuncio Franco Coppola, les animaba a ser, ante todo, padres. Y decía que le ha llamado siempre la atención que aquí, en nuestro país, a diferencia de lo que sucede en otros países, a los sacerdotes se les llama “padres”, porque realmente lo son.

San José es padre virginal de Jesús. Nosotros podemos aprender mucho de él en este Año que apenas está comenzando.

Las próximas entradas, que procuraré salgan los miércoles (día dedicado a San José) serán “reflexiones sobre San José”, y trataré de meditar sobre diferentes aspectos teológicos, litúrgicos, históricos, devocionales, etc., que nos ayuden a darnos un poco cuenta del tesoro que tenemos en las consideraciones que la Iglesia ha hecho, a lo largo de los siglos, sobre la figura de San José.

El viernes próximo celebraremos la Natividad de Nuestro Señor y el domingo es la Fiesta de la Sagrada Familia. Sugiero a los sacerdotes que, en la homilía de las Misas que celebren (y que quizá se trasmita por zoom a los fieles), se detengan un poco más de lo usual en la figura de José: el hombre del silencio que adora a Jesús Niño  y está a la sombra, el padre que cuida que no le falte nada, el esposo que está vigilante y atento a lo que María necesite en el hogar de Nazaret.

Quizá nos puede servir esa oración tan bonita que sugiere el papa en la nota 10 de su Carta Apostólica reciente:

“Todos los días, durante más de cuarenta años, después de Laudes, recito una oración a san José tomada de un libro de devociones francés del siglo XIX, de la Congregación de las Religiosas de Jesús y María, que expresa devoción, confianza y un cierto reto a san José:

«Glorioso patriarca san José, cuyo poder sabe hacer posibles las cosas imposibles, ven en mi ayuda en estos momentos de angustia y dificultad. Toma bajo tu protección las situaciones tan graves y difíciles que te confío, para que tengan una buena solución. Mi amado Padre, toda mi confianza está puesta en ti. Que no se diga que te haya invocado en vano y, como puedes hacer todo con Jesús y María, muéstrame que tu bondad es tan grande como tu poder. Amén».

En estos momentos de la historia de la humanidad necesitamos la ayuda de San José, intercesor poderoso delante de María, su esposa, y de Jesús.