En los próximos días celebraremos dos
solemnidades importantes: la Maternidad
divina de María (1° de enero) y la Epifanía
del Señor (domingo 3 de enero).
La primera coincide con el inicio del Nuevo Año, y es una de las cuatro fiestas principales de nuestra Señora (Maternidad divina, Asunción, Inmaculada y Nuestra Señora de Guadalupe, en México).
San José con el Niño, Murillo (1617-1682). |
Ese
día también recordamos la circuncisión de Jesús, al octavo día de su nacimiento. San José
―fiel cumplidor de la Ley de Dios y obediente a los mandatos del Señor―, hizo
lo que el ángel le había dicho:
“El Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de
David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es
del Espíritu Santo. "Dará a
luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de
sus pecados»”
(Mt 1, 20-21).
Se trata del nombre propio y personal de Jesús. En los dos versículos siguientes,
el Ángel también señala a José el nombre
profético del Señor:
“Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio
del profeta: Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por
nombre Emmanuel, que traducido significa: «Dios con nosotros»” (Mt 1,
22-23).
Al final del capítulo, Mateo afirma: “Y no la conocía hasta que ella dio a luz un
hijo, y le puso por nombre Jesús”
(Mt 1, 25).
Para un hombre de fe, como es José, el
nombre de cada persona representa su
propia identidad, no sólo porque nos distingue de los demás, sino porque
nos define. El nombre que recibimos al nacer no es fortuito. Es, en cierta
manera, profético y captura nuestra esencia. Es la llave de nuestra alma, afirma un pensador
judío. La palabra en hebreo para ‘alma’ es neshamá. La parte
central de esta palabra, las letras del medio shin y mem,
forman la palabra shem, que significa ‘nombre’. Tu nombre es la
llave para conocer tu alma.
José, es el padre legal de Jesús. La
genealogía del Señor, según san Mateo, es la de José. A él, padre virginal del Señor, le
corresponde poner el nombre a su hijo.
Aquel día de la octava de la Navidad, José reflexionaría sobre su propio nombre,
recibido también a los ocho días de su nacimiento. Jacob, su padre, hijo de
Matán, le puso “José”, el mismo nombre de uno de los hijos de Jacob, el
patriarca.
El
nombre “José”
proviene del hebreo Yôsef. El verbo יסף (yasap) significa añadir, incrementar o hacer de
nuevo. Este verbo es la palabra habitual que se emplea cuando simplemente
se añade algo. Se convierte en nombre cuando Raquel, la segunda esposa de
Jacob, queda embarazada después de muchos años de infertilidad:
“Entonces se
acordó Dios de Raquel. La escuchó y le dio hijos. Ella concibió y dio a luz un
hijo, y dijo: “Dios ha quitado mi afrenta”. Y llamó su nombre José, diciendo:
“¡El Señor me añada otro hijo! (Génesis 30, 22-24)”.
Algunos exégetas afirman que “José”
significa “Él [el Señor] añadirá”,
explicando que el nombre de Dios está sobreentendido, aunque no es parte
explícita de este nombre hebreo.
San
José María Escrivá (1902-1975) hace una interpretación espiritual de este
nombre, que nos puede ayudar a introducirnos en el alma de José que, a lo largo
de toda su vida intentaría comprender mejor porqué Dios, en su providencia, le
había dado a él el nombre de “José”.
“Pero el nombre de
José significa, en hebreo, Dios añadirá. Dios añade, a la vida santa de
los que cumplen su voluntad, dimensiones
insospechadas: lo importante, lo que da su valor a todo, lo divino. Dios, a
la vida humilde y santa de José, añadió —si se me permite hablar así— la vida
de la Virgen María y la de Jesús, Señor Nuestro. Dios no se deja nunca ganar en
generosidad” (Es Cristo que pasa,
40).
Antes de
conocer a María, José había comprobado muchas veces que los dones recibidos de Dios eran abundantes. Cada día, el Señor,
añadía a su vida nuevas gracias que le hacían estar siempre alegre y
agradecido. Pero al conocer a Nuestra Señora, desposarse con Ella y descubrir
que sería la Madre del Mesías, José descubrió plenamente el significado de su
nombre. Dios había añadido a su vida gracias sobreabundantes: lo más grande que se puede desear.
Quizá todo
esto esté relacionado con el “silencio
de José”, sobre el cual tendremos ocasión de reflexionar en otra ocasión.
Es el silencio elocuente de alguien que no
encuentra palabras para mostrar su agradecimiento.
Además, San
José, al experimentar tan vivamente la generosidad de Dios, él mismo se convierte
en un santo que da abundantemente,
como lo afirma Santa Teresa de Jesús (cfr. San
José para Santa Teresa):
«Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por
medio de este bienaventurado santo, y de los peligros de que me ha librado, así
de cuerpo como de alma; que a otros santos parece que les dio el Señor gracia
para socorrer en una necesidad; pero a
este glorioso santo tengo experiencia de que socorre en todas, y quiere el
Señor darnos a entender, que así como le estuvo sometido en la tierra, pues
como tenía nombre de padre, siendo custodio, le podía mandar, así en el cielo
hace cuánto le pide» (Vida, 6, 6).
“El Señor añadirá” a nuestras vidas, durante este Año de San José, muchas gracias, si procuramos acudir a él como poderoso intercesor, cada día. Él nos llevará a su Esposa y María a Jesús, especialmente durante estas fiestas navideñas en las que nos encontramos.
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