Los apóstoles, después de la Resurrección del Señor, ponen en práctica todo lo que Él les enseñó. ¡Cuántas veces le habrán oído hablar sobre el perdón! ¡Cuántas le habrán visto disculpar a algunos diciendo: «no sabe lo que hace»!
Pedro, en uno de sus discursos, narrados por los Hechos de los Apóstoles, sigue el ejemplo de Cristo en la Cruz, que perdona a sus verdugos y dice: «no saben lo que hacen».
«Ahora bien, hermanos, yo sé que ustedes han obrado por ignorancia, de la misma manera que sus jefes» (cfr. Hechos, 3, 17-19).
La moral cristiana nos recuerda que puede haber personas que tengan una conciencia recta y, sin embargo —siguiendo el eco de la voz de Dios en el corazón de todos los hombres—, actúen equivocadamente. Pueden, en algunos casos, no ser culpables, o plenamente culpables, por esas acciones. Decimos que actuaron con una «ignorancia invencible», en distintos grados. Es decir, la ignorancia puede quitar o disminuir la culpabilidad de las acciones malas.
San Pedro, al menos supone que quienes lo escuchan han actuado por ignorancia rechazando a Jesús, pidiendo el indulto de Barrabas y dando, finalmente muerte al Mesías. Es una lección de delicadeza y de prudencia para no juzgar sólo por lo que vemos. Dios sólo es el que juzga lo que hay en lo más profundo de los corazones.
Se suele decir que, quien actúa con una conciencia recta, duerme tranquilo: «En paz, Señor, me acuesto y duermo en paz, pues sólo tú, Señor, eres mi tranquilidad» (Salmo responsorial del próximo domingo).
Por otra parte, todos tenemos la obligación de buscar la verdad y de tener una conciencia recta. La ley natural grabada en el corazón es una guía, en este sentido. Pero no basta, pues las consecuencias del pecado original oscurecen la conciencia. Por eso es necesaria la formación de la conciencia. Es necesario investigar, preguntar, informarse… Así conoceremos realmente a Jesucristo y lo que Él dejó a su Iglesia, y no se podrá decir de nosotros lo que leemos en la Segunda Lectura de la Misa del domingo:
«Quien dice: “Yo lo conozco”, pero no cumple sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él. Pero en aquel que cumple su palabra, el amor de Dios ha llegado a su plenitud, y precisamente en esto conocemos que estamos unidos a él» (cfr. 1 Jn 2, 1-5).
En el Evangelio de la Misa leemos cómo los discípulos de Emaús, después de haberse encontrado con el Señor, en el camino, lo reconocen al partir el pan y, habiendo Él desaparecido de su presencia, vuelven presurosos a Jerusalén y son también testigos de la aparición de Jesús a los apóstoles en el cenáculo.
Hoy podemos reflexionar sobre el modo en que Jesús va llevando a esos dos discípulos —de los cuales uno se llamaba Cleofás— hacia una actitud de fe profunda en el Resucitado.
Cleofás y su amigo van desanimados por el camino de Emaús. Jesús se pone a su lado. No lo reconocen, como tampoco la Magdalena o los apóstoles en la segunda pesca milagrosa. Jesús respeta su libertad. Tiene una gran finura al tratar a las almas. No quiere imponerse, sino facilitar todo para que ellos mismos vean claro y se conviertan. Es maravilloso leer cómo el Señor hace un además de pasar adelante, cuando llegan a Emaús. Era una invitación delicada a que ellos le pidiesen que se quedara, como de hecho lo hicieron: «mane nobiscum», ¡quédate con nosotros!
En este pasaje del Evangelio vemos el respeto del Señor a las conciencias de los hombres. También los discípulos de Emaús eran «ignorantes»: no habían sabido conocer a fondo todo lo que Jesús les había enseñado. Por eso, Él les abre el sentido de las Escrituras —como más tarde también a los apóstoles—, y, finalmente, los introduce en el Misterio de su Amor, al partir el Pan. El resultado es que Cleofás y su amigo, vuelven corriendo a Jerusalén, para ser testigos de Jesús Resucitado.
La ignorancia, la oscuridad, se convierte en luz vivísima. Jesús ilumina las conciencias y las saca del error. También Nuestra Señora tenía una conciencia y actuaba —la Inmaculada— siempre unida a la Verdad de su Hijo. La Reina del Cielo, en este Tiempo de Pascua, nos enseñará a tener una conciencia más delicada y pronta para buscar en todo la Voluntad de Dios.
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