viernes, 7 de mayo de 2021

María es Nuestra Madre

 Durante estos días del mes de mayo, muchos de nosotros nos hemos unido a la iniciativa del Papa, de rezar el Rosario diariamente, acompañando a nuestros hermanos en los santuarios marianos de todo el mundo. Hoy, por ejemplo, la intención del Papa es pedir a Nuestra Señora de la Paz y del Buen Viaje (en Filipinas) por las familias del mundo entero. Ayer, nos uníamos a él en el Santuario de la Bien Aparecida (Brasil) rezando por los jóvenes.

De esta manera, además de acrecentar nuestro amor y devoción a la Virgen, nos unimos de modo especial por el Papa y sus intenciones. 

María es Nuestra Madre. A partir de la Encarnación, al recibir en su seno al Hijo de Dios hecho hombre, ha acogido también a todos los hombres, porque Cristo es el Primogénito entre muchos hermanos. Es el Hijo de Dios y hermano nuestro. 

Esta realidad misteriosa y fascinante llegó a su cumplimiento al pié de la Cruz, en el momento en que Cristo dijo a María: «este es tu hijo» y a San Juan apóstol, «esta es tu Madre». En Juan estábamos representados todos los hombres. 

Que María sea nuestra madre significa que tiene hacia nosotros los más tiernos sentimientos que puede tener la mejor de las madres en la tierra hacia sus hijos. Para Ella, cada uno es su hijo «único». En esto participa del Amor que Dios nos tiene de modo admirable: para Él no hay hijos iguales. Cada uno hemos costado toda la sangre de Cristo derramada en la Cruz. Él nos ha comprado a precio de sangre.

María manifiesta la «maternidad» de Dios, su amor «maternal». Es «la ternura de Dios con los hombres», como le gustaba decir a San Josemaría Escrivá. También solía decir que María es la «Omnipotencia suplicante», porque sus peticiones ante el Trono del Altísimo jamás son desoídas. Por eso, en una conocida oración a María Medianera, le pedimos que cuando esté delante de la presencia de Dios, recuerde de «hablar bien de nosotros». 

Todas las madres tienen un cariño particular a sus hijos cuando son pequeños, porque su fragilidad mueve a la ternura. Una buena madre vive completamente para su hijo pequeño. Esta pendiente de él en todo momento, pues no se puede valer por sí mismo. Necesita en todo a su madre. Ella lo nutre, lo viste, lo acomoda, lo lleva de aquí para allá, lo cuida y protege de las enfermedades y los peligros. 

¡Qué confianza nos da saber que estamos en su regazo! Basta que le pidamos algo y Ella adivinará hasta nuestras necesidades más pequeñas. María, ¡muestra que eres Nuestra Madre!

La oración que compuso San Bernardo de Claraval, el Memorare o Acordaos, resumen admirablemente el modo de dirigirnos a María con toda confianza. 

"Acordaos, oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a tu protección, implorando tu asistencia y reclamando tu socorro, haya sido abandonado de ti. Animado con esta confianza, a ti también acudo, oh Madre, Virgen de las vírgenes, y aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados, me atrevo a comparecer ante tu presencia soberana. No deseches mis humildes súplicas, oh Madre del Verbo divino, antes bien, escúchalas y acógelas benignamente. Amén". 

¿Cómo podemos tratar de corresponder lo mejor posible a su amor materno? Con amor de hijos; siendo buenos hijos de Ella. ¿Qué hace un buen hijo para amar a su madre? Procura comportarse de tal manera que ella esté orgullosa de él. Además, la trata con delicadeza y amor. La conoce y sabe lo que le gusta más. Está pendiente de darle muchas alegrías y de acudir a sus necesidades más pequeñas. 

María es Madre de la Iglesia. Por eso, a Ella le gusta que seamos buenos hijos de la Iglesia, y amemos mucho a nuestros hermanos. No hay cosa que contente más a una madre que ver a sus hijos unidos. 

María nos sonríe cada vez que acudimos a Ella, en el Rosario, en las oraciones marianas, al ofrecer nuestro trabajo a través de sus purísimas manos. Este mes de mayo es una oportunidad única para intentar ser buenos hijos de Nuestra Señora.  

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