Cristo con la Cruz (Tiziano, c.1565) |
La Sagrada Congregación del Santo Oficio, pocos años después de su muerte, autorizó su sepultura en su iglesia parroquial, S. María Greca, de Corato. Casi 50 años más tarde el Arzobispo de Trani, Italia, inició el Proceso de su Causa de Beatificación el 20 de noviembre de 1994, Solemnidad de Cristo Rey. Más tarde, el 2 de febrero de 1996, la actual S. Congregación para la Doctrina de la Fe, dirigida por el Cardenal Joseph Ratzinger, entregó al Arzobispo de Trani los escritos de Luisa que se conservaban ahí desde 1938, para que los estudiaran a nivel diocesano. A partir del 29 de octubre de 2005, han pasado a la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos que, desde entonces, los han estado revisando.
A continuación
recogemos algunos textos de los
escritos de Luisa Piccarreta que son especialmente significativos para entender
su mensaje sobre el Reino de la Divina Voluntad.
Lo primero que el Señor nos pide, para que
su Voluntad reine en nosotros, es dejar a un lado nuestra propia voluntad.
Es verdad que somos libres y cada uno hace lo que decide hacer libremente. Sin
embargo, también sabemos que podemos dejarnos llevar por nuestro “capricho”,
por nuestro “gusto” exclusivamente humano, o podemos, por el contrario, en
todas nuestras decisiones conscientes, tratar de escuchar qué es lo que Dios
espera de nosotros en aquello y seguir esa inspiración, aunque nos cueste,
aunque sea difícil. Entonces haremos la voluntad de Dios.
Este modo de pensar, de querer y de vivir,
se puede hacer algo habitual en nosotros, con la gracia de Dios y nuestro
esfuerzo. Pero para que avancemos más y más por ese camino, lo primero que Dios
quiere es que nos despojemos de nuestra
voluntad; de nuestros “caprichos” y “gustos” que no estén en consonancia
con la Voluntad de Dios. Veamos lo que el Señor le dice a Luisa al respecto.
“… Cuando el alma pone a un lado su voluntad, no dándole ni
siquiera un acto de vida, mi Voluntad es la dueña en el alma, reina, manda e
impera; se siente como si estuviera en su casa, es decir, como en mi Patria
Celestial. Por lo tanto siendo casa mía soy el dueño, dispongo, pongo de lo
mío, porque como habitación mía puedo poner lo que quiero y hacer lo que
quiero, y recibo el más grande honor y gloria que la criatura me puede dar. Por
el contrario, quien quiere hacer su voluntad se hace dueño, dispone, manda, y
mi Voluntad está como una pobre extraña, no tenida en consideración y hasta despreciada.
Quisiera poner de lo mío, pero no puedo, porque la voluntad humana no quiere
cederme el puesto; incluso en las mismas cosas santas quiere ser la que manda,
y Yo no puedo poner nada de lo mío. ¡Qué mal me encuentro en el alma que hace
reinar su voluntad! (...). Mi Voluntad viene del Cielo para habitar en
las almas, y en vez de dejarme ser el dueño me tienen como un extraño
desamparado. Pero mi Voluntad no se va, a pesar de que me tengan como un
extraño: sigo en medio de ellos esperando, para darles mis bienes, mis gracias
y mi santidad” (8 de febrero de 1925).
Dios nos creó para viviéramos en su Querer. Así vivían nuestros primeros
padres, Adán y Eva. Sin embargo, el pecado original trajo consigo que dejaran
de vivir en la Voluntad de Dios. Por eso, el Señor dice a Luisa que la obra de
la Creación no está cumplida. Por eso el
Hijo se encarnó y nos redimió. Aun así, los hombres seguimos pecando y nos apartamos
del Querer de Dios. Por eso es necesario que venga como un Tercer Fiat,
que es el que daremos al Señor en el
Reino de la Divina Voluntad, y que ya desde ahora podemos ir preparando, si
nos disponemos a vivir constantemente en el Querer
de Dios.
“Por eso, no hay cosa que Yo haya hecho que no tenga como
primer fin que el hombre tome posesión de mi Querer y Yo del suyo. En la
Creación esa fue mi primera finalidad. En la Redención lo mismo. Los
sacramentos instituidos, todas las gracias concedidas a mis santos, han sido
semillas, medios para poder llegar a esta posesión de mi Querer. Por eso, no
faltes a nada de lo que quiero en mi Voluntad, ya sea escribiendo, ya sea con
la palabra, ya sea con las obras. Sólo de esto puedes conocer que es lo más
grande, lo más importante, lo que más me interesa, el vivir en mi Querer: por
tantos preparativos que lo han precedido” (11 de septiembre de 1922).
El Camino para llegar a vivir plenamente en
la Voluntad de Dios es Jesucristo. En la medida en que seamos “otros cristos”,
“el mismo Cristo”, iremos identificándonos con la Voluntad de Dios: “No se haga mi Voluntad [la Voluntad
Humana de Jesús] sino la Tuya [la
Divina]” (Lc 22, 42). De hecho las
dos Voluntades de Cristo están estrechamente unidas: no hay división, ni
confusión, ni separación, ni cambio entre ellas (cfr. Concilio de Calcedonia).
“¿Y quieres saber tú dónde fue sembrada esta semilla de mi
Querer? En mi Humanidad. En ella germinó, nació y creció. Por tanto en mis llagas,
en mi sangre se ve esta semilla, que quiere trasplantarse en la criatura, para
que ella tome posesión de mi Voluntad y Yo de la suya, y para que la obra de la
Creación vuelva al principio, como salió, no sólo por medio de mi Humanidad,
sino también de la misma criatura. Serán pocas; aunque fuera una sola. ¿Y no
fue uno solo el que, saliéndose de mi Querer, desfiguró y rompió mis planes y
destruyó la finalidad de la Creación? Así una sola puede repararla y realizarla
en su finalidad. Pero mis obras nunca quedan aisladas; por tanto tendré el
ejército de las almas que vivirán en mi Querer, y en ellas tendré la Creación
reintegrada toda bella y hermosa, como salió de mis manos. De lo contrario no
tendría tanto interés de darla a conocer” (11 de septiembre de 1922).
En el próximo
post continuaremos exponiendo algunas de las ideas centrales del mensaje de
Luisa Piccarreta.
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