La Navidad de 2019 fue, como siempre lo
había sido —al menos para la mayoría de nosotros— una Navidad “normal”. En los
últimos 74 años, desde la Navidad de
1945 (la primera después de terminar la Segunda Guerra Mundial), todas las
Navidades han sido “normales”, en el sentido de que, globalmente, en el mundo
entero, se ha celebrado el Nacimiento de
Jesús en un ambiente de alegría y paz.
Hoy, en el Gran Silencio del Sábado Santo de 2020. Contemplación de la Sábana Santa, desde Turín. |
En
cambio, esta Cuaresma y esta Semana
Santa no han sido en absoluto “normales”. Han marcado un antes y un después
en la historia de la humanidad. Siempre han existido las tragedias y malas
noticias, en un país o en otro. Pero desde hace casi 75 años no se había
presentado un “mal” tan grande y que haya afectado a tan gran cantidad de
personas como la pandemia del covid-19.
En la
última Navidad animábamos a todos los lectores de este blog a buscar un cambio de corazones de cara al
año 2020, que estaba a punto de comenzar. Nunca imaginamos que al final de estos más de tres meses de “silencio” en
nuestro blog, la Providencia nos presentaría una oportunidad extraordinaria para cambiar en serio nuestros corazones,
disponiéndonos —como lo estamos ahora— a comenzar una nueva etapa de la historia que requiere de nuestra parte una gran
fortaleza humana (porque la tormenta se
cierne sobre la Iglesia y la humanidad: cfr. Homilía de Francisco el 27 demarzo en la Plaza de San Pedro) pero, sobre todo, “la fuerza de la fe, la certeza de la esperanza y el fervor de la
caridad” (Francisco, 8 de marzo de 2020) (cfr. también el mensaje de Mons. Fernando Ocáriz del 11 de marzo de 2020).
Para
afrontar con sabiduría este evento mundial, quizá, lo primero que convendría
hacer es escuchar al Señor y preguntarle
qué es lo que quiere ahora del mundo, y
de cada uno de nosotros, ante esta emergencia extraordinaria. La pandemia del covid-19 —que ya ha
causado más de cien mil muertes en todo el mundo— ¿es un mal?; ¿es un castigo
de Dios?; ¿es una prueba?; ¿es una consecuencia de nuestros pecados? O quizá, ¿es
también una ocasión para el arrepentimiento?; ¿es un modo en que el Señor actúa
para curarnos de nuestros males?; ¿es una nueva
oportunidad para unirnos a la Cruz de Cristo y para vivir con alegría en la
Voluntad de Dios? (ver posts sobre la
Voluntad de Dios, escritos a fines de 2019). La respuesta me parece que es la siguiente: sí, es todo eso (sobre
todo lo que se formula en la última pregunta), entendiendo bien cada una de las
expresiones.
Hace unos
días leí un artículo de Néstor Martínez,
en InfoCatólica, que me hizo pensar. Se titula “Los débiles y el castigo divino”.
El autor se pregunta si sería bueno eliminar del vocabulario actual la
expresión “castigo de Dios” como parece aconsejarlo un reciente documento de la
Pontifica Academia para la Vida
titulado “Pandemia y Fraternidad Universal. Sobre la emergencia covid-19”, del 30 de marzo de 2020.
Hay que
reconocer que parte importante de la evangelización es buscar las palabras que mejor reflejen el Evangelio en las
circunstancias actuales. Si utilizamos expresiones que choquen con la
sensibilidad actual lo único que haremos es alejar a nuestros contemporáneos de
la verdad. Sin embargo, eso no nos
autoriza a rebajar las verdades reveladas. Lo que tenemos que hacer es
explicar bien las cosas. Por ejemplo, analizar en qué sentido y de qué manera
conviene utilizar, hoy en día, las expresiones “prueba de Dios” o “castigo
de Dios”. Indudablemente, en nuestra época, es mejor aceptada la primera
expresión que la segunda. Pero aún es mejor la expresión “nueva oportunidad”.
Antiguamente, se solía invocar
la protección de Dios con las letanías de los santos:
“Ab ira tua, libera nos,
Domine;
a subitanea et improvisa morte, libera nos, Domine;
a fulgure et tempestate, libera nos, Domine;
a flagello taerremotus, libera nos, Domine;
a peste, fame et bello, libera nos, Domine”.
a subitanea et improvisa morte, libera nos, Domine;
a fulgure et tempestate, libera nos, Domine;
a flagello taerremotus, libera nos, Domine;
a peste, fame et bello, libera nos, Domine”.
Hacia el
año 1000, se añadía una más: “a sagittis
hungarorum, libera nos, Domine”. Señor,
líbranos de tu ira; del hambre, la peste y la guerra; de los rayos y
tempestades, del flagelo de los terremotos, de
la muerte imprevista y repentina; de las flechas de los húngaros (los
magiares, que asolaban Europa desde la actual Hungría); etc.
Todas las situaciones de las que se pedía
al Señor que nos liberara eran “males”, que se consideraban “castigos” o
“pruebas”, y por eso se pedía a Dios que los hiciera desaparecer. Pero la
Iglesia, al mismo tiempo, también
aceptaba esos “castigos” o “pruebas” con
paciencia y confianza en Dios, que de los males saca bienes y de los
grandes males grandes bienes. En esto siempre
ha imitado la oración del Señor en Getsemaní: “Si quieres que pase de mi este cáliz…, pero no se haga mi voluntad sino
la tuya” (Lc 22, 42). Acepto esta oportunidad que me das para manifestar mi
Amor hacia Ti.
¿Hasta
qué punto se puede decir que Dios “castiga”?. Frecuentemente, en la Sagrada Escritura se menciona “la
ira” de Dios que castiga, o puede castigar, a sus hijos, si no obedecemos sus
mandamientos, si nos comportamos mal, si le ofendemos. Desde las primeras
páginas del Génesis observamos que Dios
castigó a nuestros primeros padres y los expulsó del paraíso. ¿Cómo hacer
compatible todo esto con el amor y la misericordia de Dios, que Padre, ante
todo? Néstor Martínez lo explica muy bien en su artículo. Y pienso que nos
puede ayudar su lectura para comprender
mejor cómo hay que entender “los castigos de Dios”.
En
conclusión, se puede decir que Dios
siempre quiere nuestro bien. Si nos castiga o nos prueba es, siempre, para tratar de obtener un bien mayor:
para salvarnos, para intentar curarnos. Es necesario recordar también que todos
los “castigos” que sufrimos los hombres —como la actual pandemia del covid-19— son
un misterio, porque el mal es un gran
misterio; y que, por otra parte, derivan del pecado. Es decir, los mismos hombres generamos esos castigos
con nuestras conductas equivocadas y en contra del orden establecido por
Dios en la creación. Pero Dios, como el padre de la parábola del hijo pródigo,
siempre nos espera con los brazos abiertos.
Recordemos
que, en las apariciones de San Sebastián
de Garabandal, la Virgen muchas veces mencionaba la palabra “castigo” (por ejemplo, en la famosa "noche de los gritos"). Lo
hizo en sus dos principales mensajes; en el primero de modo directo y en el
segundo indirectamente:
“La copa ya se está
llenando y si no cambiamos nos vendrá un castigo muy grande” (18 de octubre
de 1961).
“Antes la copa se estaba llenando, ahora está rebosando (…). Con vuestros esfuerzos debéis aparatar de vosotros la ira de Dios (…); os pido que enmendéis vuestras vidas (…). Os amo mucho y no quiero vuestra condenación” (18 de junio de 1965).
“Antes la copa se estaba llenando, ahora está rebosando (…). Con vuestros esfuerzos debéis aparatar de vosotros la ira de Dios (…); os pido que enmendéis vuestras vidas (…). Os amo mucho y no quiero vuestra condenación” (18 de junio de 1965).
Recientemente
alguien me envío, a través de WhatsApp, unas palabras que Conchita dijo (o escribió) el 19 de marzo pasado, y
que pueden iluminar nuestra reflexión:
“Dios nos está separando de los valores de este mundo. En el
silencio de la Iglesia o en nuestra casa, ahora podemos hacer un examen de conciencia para
que podamos limpiar lo que nos impide escuchar la Voz de Dios con claridad.
Con sinceridad podemos pedirle a Dios
que nos diga qué quiere de nosotros hoy y continuar haciéndolo todos los días.
Y pasar el mayor tiempo posible con Dios en la Iglesia o en algún lugar de su
hogar o donde encuentre el silencio. Él
es todo lo que necesitamos”.
Seguramente
nuestros lectores han sabido que la productora “Mater Spei” ha permitido que se
pueda ver la película sobre Garabandal
“Sólo Dios lo sabe”, de modo
totalmente gratuito, a través de la página de la productora, del 3
al 12 de abril. Gracias a Dios la hemos visto y, como es lógico, nos ha traído tantos recuerdos de las
veces que estuvimos en Garabandal durante el mes de julio de 1962, mientras
toda la familia pasábamos el verano en Llanes, Asturias. Ver también una nueva charla del P. José Luis Saavedra, "Coronavirus y el Aviso".
Finalmente,
quisiera hacer referencia a un tema que,
en estos momentos, nos inquieta a todos: el modo de reaccionar ante las
indicaciones de las autoridades civiles y eclesiásticas.
En este
tiempo de confinamiento global, en casi todo el mundo, se ha escrito mucho sobre cuál debe de ser el comportamiento de los
cristianos, especialmente de los sacerdotes, ante las decisiones tomadas
por las autoridades civiles y eclesiásticas, que limitan la movilidad de modo drástico y taxativo. ¿Hasta qué punto
—se preguntan muchos— podemos permanecer
“pasivos” sin recibir los sacramentos y llevarlos a los enfermos cuando más
los necesitan. En este sentido, vale la pena tener en cuenta el mensaje que
recibió Marga el 17 de marzo de 2020: “Oh, Amado pueblo de España, mi Corazón
llora estos días con vosotros; lloro de pena porque habéis decidido privaros de
la Medicina que podrá curaros de esta epidemia y de las que os pueden esperar y
podrían venir si no os convertís y no ponéis vuestra Confianza en Mí” (parte
del mensaje; verlo completo).
Me parece
que los artículos que ha escrito el P.
José María Iraburu en InfoCatólica nos dan una respuesta muy equilibrada y
certera, especialmente el que trata de la virtud
de la prudencia: “Coronavirus y Obispos– Prudencia y consejo”.
Hay una prudencia mala (la de “la carne”) y una buena. “Virtus in medio”, suele decirse, siguiendo la doctrina de Santo
Tomás de Aquino. Ese “in medio” no es
cobardía o mediocridad: es encontrar la manera más acertada de actuar, de
acuerdo a las enseñanzas de Jesucristo y de la Iglesia.
¡Felices
Pascuas de Resurrección a todos! Serán diferentes a las de los años anteriores
pero, con la ayuda de la Santísima
Virgen Guadalupe (a quien los obispos del CELAM consagrarán América Latina mañana,
12 de abril, a las 12:00 hrs., tiempo del centro de México: verlo en facebook),
podremos comprobar que Dios y Nuestra
Madre nunca nos dejan y nos aman con ternura, especialmente en estos
momentos difíciles, como lo haría cualquier padre o madre con un hijo enfermo. Es
una nueva y gran oportunidad para
descubrir su gran Amor por nosotros y darlo a conocer a los demás.
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