Hay tres temas sobres los cuales podemos reflexionar hoy: la libertad, la Cruz y María.
La primera lectura
de la Misa, tomada de la Carta de San
Pablo a los Gálatas, nos invita a agradecer la libertad con la que Cristo nos ha liberado (cfr. Gal 5, 1). No
somos hijos de la esclava, sino de la libre. El don de la libertad caracteriza a la creatura espiritual: los
ángeles y los hombres. Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, que ha
querido ―como decía san Josemaría Escrivá― “correr el riesgo de nuestra
libertad”. No hay nada que nos pueda quitar la verdadera libertad. Sólo el pecado esclaviza, pero podemos
arrepentirnos y volver a ser libres. La libertad nos ha sido dada para amar.
Ese es su fin: el amor. Amar a Dios y a nuestros hermanos. Eso es lo que nos
hace verdaderamente crecer en la libertad y dignidad de los hijos de Dios.
Todos los días podemos utilizar bien o mal nuestra libertad. Cuanto más estamos
orientados hacia Dios, somos más libres. La
fe y el amor nos hacen más libres. En el mundo en que vivimos hay muchas
personas que están como encadenadas, por su desconocimiento del amor de Dios.
El evangelio que
leemos hoy nos da pie para abordar el segundo tema: la Cruz. El profeta Jonás llega a Nínive marcado por
el signo de la muerte en su cuerpo. Ha sido arrojado de la nave que lo
llevaba a Tarsis (España) y ha tenido que permanecer tres días en el vientre de
aquel gran pez (una ballena). Jesucristo aprovecha esta historia, bien conocida
por sus oyentes, para hablarles del “signo” que piden los judíos: “no se les dará otro signo que el de Jonás”
(cfr. Lc 11, 29-32). Es la señal de la muerte de Cristo y de su resurrección.
El mismo Jesús es la Señal que se les da a aquella generación. Los habitantes
de Nínive se convirtieron, pero no muchos de los que escuchaban la palabra del
Hijo de Dios. La Cruz es siempre una
señal que produce escándalo. Muchos se alejan de la fe en Cristo porque se
encuentran con la Cruz. Nosotros hemos de abrazarnos a ella y llevarla en
nuestro cuerpo, aceptando las
contrariedades diarias y todo lo que dispone la Providencia en nuestra vida
para nuestra purificación y crecimiento espiritual.
Por último, no podemos dejar a un lado una breve consideración sobre la fiesta que hoy se celebra, especialmente en España, pero también en todos los países de América: Nuestra Señora del Pilar. Según la tradición, María se apareció a Santiago apóstol, a las orillas del Río Ebro, hacia el año 40, cuando Ella vivía aún. Se le apareció, se dice, “en carne mortal”. María nunca nos deja solos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario