El Domingo Mundial de las Misiones (DOMUND) nos invita a reflexionar sobre qué es la misión y porqué es importante que todos participemos en ella.
Jesús escoge a sus apóstoles después de haber pasado la noche en oración. Esto es significativo: la oración precede a la misión. Los llama para que estén con él y para enviarlos. Esto también nos dice mucho. Lo primero es la búsqueda de la santidad (estar con Jesús) y apostolado (servir). En la Plegaria Eucarística II le damos gracias al Padre porque nos hace dignos “de servirte en tu presencia” (“astare coram te et tibi ministrare”).
El apostolado
es misión. Ambas palabras tienen una
misma etimología. El término saliah, en
hebrero quiere decir enviado, pero con un matiz
particular: el que es enviado y hace las
veces del que lo envía, es el embajador. Eliezer, enviado por
Abraham e Isaac, escoge a Rebeca para esposa de Isaac, esta da su
consentimiento y el matrimonio se considera definitivo. «El que os recibe, me recibe; el que me recibe, recibe al que me envió»
(Mt 10,40).
Jesús envía, pero él, a su vez, es enviado
por el Padre junto con el Espíritu Santo. «Como
me envía el Padre, así os envío yo» (Jn 20, 21). El origen del envío apostólico hay que buscarlo en las misiones
trinitarias: primero la misión creadora y luego la misión re-creadora, por
las que el Padre —que es invisible y nunca se manifiesta directamente— actúa.
Por medio de su «dos manos» (el Hijo y el Espíritu Santo) santas y venerables,
como dice San Ireneo, que nos tocan, nos toman y nos consagran a Él, el Padre
nos crea y nos re-crea.
Nuestra misión apostólica consiste en ser imágenes vivas del Padre, que deben
imprimir en los otros el sello filial
y llenar esta efigie con el Espíritu,
que la animará en ellos.
En la Iglesia todos somos misioneros y profetas. «El profeta es aquel que dice la verdad en virtud de su contacto con Dios; la verdad para el presente que naturalmente también ilumina el futuro (…); hacer presente en este momento la verdad de Dios e indicar el camino que hay que tomar; (…) el profeta (…) ayuda a comprender y a vivir la fe como esperanza (…). Veo el núcleo o la raíz del elemento profético en este «cara a cara» con Dios, en «conversar con Él como un amigo». Sólo en virtud de este encuentro directo con Dios, el profeta puede hablar en el tiempo (…). Cristo es el profeta definitivo, porque es el Hijo (…). (Entrevista al Cardenal Ratzinger, de Niels Christian Hvidt, El problema de la profecía cristiana, 16 de marzo de 1998). María es la primera “profeta” de su Hijo.
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