En esta ocasión, fiesta de los santos Simón el Cananeo y
Judas Tadeo, apóstoles, transcribiré algunos párrafos de la catequesis de Benedicto
XVI, del 11 de octubre de 2006. Buena lectura.
«Es muy posible que este Simón, si no pertenecía propiamente al movimiento nacionalista de los zelotas, al menos se distinguiera por un celo ardiente por la identidad judía y, consiguientemente, por Dios, por su pueblo y por la Ley divina. Si es así, Simón está en los antípodas de Mateo que, por el contrario, como publicano procedía de una actividad considerada totalmente impura. Es un signo evidente de que Jesús llama a sus discípulos y colaboradores de los más diversos estratos sociales y religiosos, sin exclusiones. A él le interesan las personas, no las categorías sociales o las etiquetas.
Y es hermoso que en el grupo de sus seguidores, todos, a pesar de ser
diferentes, convivían juntos, superando
las imaginables dificultades: de hecho, Jesús mismo es el motivo de
cohesión, en el que todos se encuentran unidos. Esto constituye claramente una lección para nosotros, que con
frecuencia tendemos a poner de relieve las diferencias y quizá las
contraposiciones, olvidando que en Jesucristo se nos da la fuerza para superar
nuestros conflictos.
Conviene también recordar que el grupo de los Doce es la prefiguración de la Iglesia, en la que
deben encontrar espacio todos los carismas, pueblos y razas,
así como todas las cualidades humanas, que
encuentran su armonía y su unidad en la comunión con Jesús (…).
Tadeo le dice al Señor: "Señor,
¿qué pasa para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?". Es
una cuestión de gran actualidad; también nosotros preguntamos al Señor: ¿por
qué el Resucitado no se ha manifestado en toda su gloria a sus adversarios para
mostrar que el vencedor es Dios? ¿Por qué sólo se manifestó a sus discípulos? La respuesta de Jesús es misteriosa y profunda.
El Señor dice: "Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo
amará, y vendremos a él, y pondremos nuestra morada en él" (Jn 14,
22-23). Esto quiere decir que al
Resucitado hay que verlo y percibirlo también con el corazón, de manera que
Dios pueda poner su morada en nosotros. El Señor no se presenta como una cosa.
Él quiere entrar en nuestra vida y por eso su manifestación implica y presupone
un corazón abierto. Sólo así vemos al Resucitado».
¿Cómo lo miraría Nuestra Señora? Así queremos nosotros ver a Cristo.
Precioso
ResponderEliminar