Hay un refrán conocido que dice: “el que no avanza, retrocede”. Mientras vivimos en la tierra, va pasando el tiempo, pero cada segundo es una ocasión de ir hacia delante. “Tempus breve est” (1 Cor 7, 29) dice san Pablo. Es corto el tiempo para amar. Hay que aprovecharlo para seguir avanzando, mientras tenemos tiempo.
Una de las
comunidades más queridas de san Pablo es la de Filipos. “Gaudium et corona mea” (Fil 4, 1). Son su gozo y su corona. Desde el principio de la carta que les
escribe, manifiesta el gran amor que les tiene: “Dios es testigo de cuánto los amo
a todos ustedes con el amor entrañable con que los ama Cristo Jesús. Y ésta es
mi oración por ustedes: Que su amor siga creciendo más y más y se traduzca en
un mayor conocimiento y sensibilidad espiritual” (cfr. Fil 1, 1-11).
Pero, aunque los
alaba por su fidelidad y colaboración en el anuncio del Evangelio, les insiste
también en que no pueden conformarse con
lo ya alcanzado, sino que tienen que seguir creciendo: “Estoy
convencido de que aquel que comenzó en ustedes esta obra, la irá perfeccionando
siempre hasta el día de la venida de Cristo Jesús” (Ibidem).
Estas últimas
palabras están en la liturgia de la
ordenación sacerdotal. La Iglesia pide para que sus sacerdotes se asemejen
cada vez más a Cristo. El Espíritu Santo, que es el Santificador, irá
llevándonos hacia la configuración plena con Jesucristo, de modo que seamos otro Cristo,
el mismo Cristo.
“Ya no soy el que vivo, sino que Cristo vive
en mí” (Gal 2, 20). Para parecernos más a Cristo tenemos tres caminos, que son los que la Iglesia nos ha recomendado
siempre: 1°) el conocimiento de
Jesucristo a través de la lectura y meditación diaria de la Sagrada
Escritura, especialmente de los Evangelios, de modo que seamos como uno de
aquellos personajes que aparecen y sigamos al Señor muy de cerca, en la vida
ordinaria; 2°) la frecuencia de
sacramentos (particularmente de la Penitencia y la Eucaristía), que son
como las huellas que de Cristo ha dejado en la tierra, para que sigamos sus
pisadas; y 3°) la práctica del mandamiento
del amor hacia nuestros hermanos, pues en cada uno está a Cristo.
“Así podrán escoger siempre lo
mejor ―nos dice san Pablo―y llegarán
limpios e irreprochables al día de la venida de Cristo, llenos de los frutos de
la justicia, que nos viene de Cristo Jesús, para gloria y alabanza de Dios”
(cfr. Fil 1, 1-11).
María, que escogió lo mejor, nos ayudará a avanzar por el Camino.
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