Como sabemos, san Pablo escribe a los Gálatas para
prevenirles, ante algunos “judaizantes” que habían llegado a la comunidad y les
querían hacer volver a la práctica del judaísmo, es decir, a ponerse bajo la
Ley de Moisés.
Miniatura de la Bible historiale de Guiard des Moulins(siglo XV)
En esa Carta, el
Apóstol no pierde ocasión de hacerles ver que Jesucristo, el Hijo de Dios, ha
transformado totalmente el modo de entender la Ley hasta entonces. La Ley era
buena, como un “pedagogo”, pero insuficiente. Cristo enseña una Nueva Ley de libertad y amor. Es la Ley del Espíritu
no de la carne. Por eso les recuerda cuales son las obras, desordenadas, de la
carne (“la lujuria, la impureza, el libertinaje, la idolatría, la brujería, las
enemistades, los pleitos, las rivalidades, la ira, las rencillas, las
divisiones, las discordias, las envidias, las borracheras, las orgías”) y cuál es el fruto del
Espíritu (“el amor, la alegría, la paz, la generosidad, la benignidad, la bondad,
la fidelidad, la mansedumbre y el dominio de sí mismo”).
“Es sumamente
significativo que Pablo ―comenta Benedicto XVI―, cuando enumera los diferentes
elementos de los frutos del Espíritu, menciona en primer lugar el amor: «El
fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, etc.» (Gálatas 5, 22). Y, dado que
por definición el amor une, el Espíritu
es ante todo creador de comunión dentro de la comunidad cristiana, como
decimos al inicio de la misa con una expresión de san Pablo: «… la comunión del
Espíritu Santo [es decir, la que por Él actúa] sea con todos vosotros» (2
Corintios 13,13). Ahora bien, por otra parte, también es verdad que el Espíritu nos estimula a entablar
relaciones de caridad con todos los hombres. De este modo, cuando amamos
dejamos espacio al Espíritu, le permitimos expresarse en plenitud. Se comprende
de este modo el motivo por el que Pablo une en la misma página de la carta a
los Romanos estas dos exhortaciones: «Sed fervorosos en el Espíritu» y «No
devolváis a nadie mal por mal» (Romanos 12, 11.17) (Benedicto XVI, 15-XI-2006)”.
Los fariseos estaban pendientes de mil detalles que prescribían la Ley de Moisés y sus tradiciones, pero se olvidaban de la justicia y del amor de Dios (cfr. Lc 11, 42-46). Jesús les indica que, sin descuidar la Ley (que para ellos había sido una guía excepcional, sobre todo los preceptos morales), no se olviden de lo más importante: vivir el espíritu de la Ley (de libertad y amor), que Él viene a recordar ahora a todos; también a nosotros, que anteponemos la preocupación por las cosas materiales a la vida en el Espíritu. Nuestra Madre nos enseñará a ocuparnos en aquello que nos pide nuestro deber, pero dando la prioridad a la Voz del Espíritu en todo.
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