En el evangelio del Domingo XXVIII del tiempo ordinario, el rey que prepara un banquete de bodas para su hijo, manda a sus criados a convidar al banquete a todos los que encuentren en los cruces de los caminos (cfr. Mt 22, 1-14), incluso “empujándolos” (“compelle intrare”), como dice San Lucas en el pasaje paralelo (Lc 14, 23). Es el deseo que tiene el Señor de que todos los hombres acojan el festín que su Padre ha preparado (cfr. Is 25, 6-10, en la primera lectura). Sin quitarnos la libertad, busca por todos los medios posibles que aceptemos su invitación. San Josemaría Escrivá, en su homilía “La libertad, don de Dios” (cfr. Amigos de Dios, 37) comenta esta parábola. Transcribo íntegra la cita.
«En la parábola de
los invitados a la cena, el padre de familia, después de enterarse de que
algunos de los que debían acudir a la fiesta se han excusado con razonadas
sinrazones, ordena al criado: sal a los caminos y cercados e impele —compelle
intrare— a los que halles a que vengan. ¿No es esto coacción? ¿No
es usar violencia contra la legítima libertad de cada conciencia?
Si meditamos el
Evangelio y ponderamos las enseñanzas de Jesús, no confundiremos esas órdenes
con la coacción. Ved de qué modo Cristo insinúa siempre: si quieres ser
perfecto..., si alguno quiere venir en pos de mí... Ese compelle
intrare no entraña violencia física ni moral: refleja el ímpetu del
ejemplo cristiano, que muestra en su proceder la fuerza de Dios: mirad
cómo atrae el Padre: deleita enseñando, no imponiendo la necesidad. Así atrae
hacia Él.
Cuando se respira
ese ambiente de libertad, se entiende claramente que el obrar mal no es una
liberación, sino una esclavitud. El que peca contra Dios conserva el
libre albedrío en cuanto a la libertad de coacción, pero lo ha perdido en
cuanto a la libertad de culpa. Manifestará quizá que se ha comportado
conforme a sus preferencias, pero no logrará pronunciar la voz de la verdadera
libertad: porque se ha hecho esclavo de aquello por lo que se ha decidido, y se
ha decidido por lo peor, por la ausencia de Dios, y allí no hay libertad».
En una carta de 1942, San Josemaría explica más detalles del “compelle intrare”: «No es como un empujón material, sino la abundancia de luz, de doctrina; el estímulo espiritual de vuestra oración y de vuestro trabajo, que es testimonio auténtico de la doctrina; el cúmulo de sacrificios, que sabéis ofrecer la sonrisa, que os viene a la boca, porque sois hijos de Dios (...). Añadid, a todo esto, vuestro garbo y vuestra simpatía human, y tendremos el contenido del compelle intrare» (Carta 24-X-1942, n. 9).
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