San Pablo, en la Carta a los de Éfeso, les habla de esperanza. Benedicto XVI, en su Encíclica Spe salvi (2007, n° 6) recuerda la situación de los paganos que no tenían a Cristo vivían “sin Dios y sin esperanza, en el mundo” (Ef 2, 12). Nosotros, en cambio, ya no somos “extranjeros ni advenedizos; son conciudadanos de los santos y pertenecen a la familia de Dios, porque han sido edificados sobre el cimiento de los apóstoles y de los profetas, siendo Cristo Jesús la piedra angular” (Ef 12, 22).
Este es el fundamento de nuestra dignidad de hijos de Dios. Sobre él hemos de construir toda nuestra vida. Aquí se basa nuestra esperanza. Nos encontraremos con Cristo, cuando vuelva. Y no hay que esperar al final de los tiempos. Nos podemos encontrar con Él cada día, en cada momento, fundados en la esperanza: “En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos Estén listos, con la túnica puesta y las lámparas encendidas. Sean semejantes a los criados que están esperando a que su señor regrese de la boda, para abrirle en cuanto llegue y toque. Dichosos aquellos a quienes su señor, al llegar, encuentre en vela. Yo les aseguro que se recogerá la túnica, los hará sentar a la mesa y él mismo les servirá. Y si llega a medianoche o a la madrugada y los encuentra en vela, dichosos ellos” (Lc 12, 35-38).
Fundados en el terreno firme de
nuestra dignidad cristiana, ¿cómo podemos estar vigilantes? Hace poco leía un
libro titulado “Viaje al Centro del
hombre” y que tiene tres capítulos, que son como tres “expediciones” que
hay que emprender, para llegar al centro del hombre y conseguir una buena vida
(digna, sencilla y feliz): 1°) En el terreno firme de la dignidad, 2) por la
selva de lo superfluo y 3) Escalada hacia las propias cumbres (Cfr. Carlos
Llano Cifuentes, Viaje al Centro del
Hombre, Rialp, 1999).
Me parecen muy sugestivos los títulos de los capítulos. Después de
tratar sobre la dignidad del hombre (vida
digna o verdadera), dice que, para llegar a la meta (el Amor de Dios), es
necesario no quedarse atrapado en la
selva de los superfluo (lo temporal, pasajero y caduco); es decir, llevar
una vida sencilla o bella; y,
además, elevarse hacia las propias cumbres, que son las del Amor (a Dios y a
nuestros hermanos), mediante la donación
sincera de nosotros mismos. Sólo asá alcanzaremos una vida feliz o buena.
Jesús va por delante y nos anima a “estar vigilantes”. ¿Cómo? Teniendo en cuenta estos tres elementos de nuestro seguimiento de Cristo, que aparecen claramente en el ejemplo que nos da Nuestra Señora.
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