Hace 42 años, todos
vivimos en la Iglesia una experiencia única,
que quedó grabada profundamente en nuestros corazones. Al fallecimiento de San
Pablo VI (6 de agosto) siguió la elección de Juan Pablo I (26 de agosto), su
muerte (28 de septiembre), la elección de San
Juan Pablo II (16 de octubre) y el inicio de su pontificado (22 de octubre).
Estábamos en pleno período postconciliar. Por una parte había un gran entusiasmo por la renovación que se suscitaba en la Iglesia, pero también se podían observar signos preocupantes que le llevaron a Pablo VI a decir que el humo de Satanás se había metido dentro de la Iglesia. La confusión reinante llevaba a unos a desviarse de la Tradición de la Iglesia y a otros a rechazar las enseñanzas del Concilio Vaticano II.
El Venerable Juan Pablo I (9 de
noviembre de 2017), con su simpatía y buen humor, desde el principio de su
pontificado nos había cautivado. Era el “Papa de la sonrisa”. Sus catequesis,
por ejemplo, sobre las tres virtudes
teologales, llenas de imágenes vivas, eran una muestra del nuevo camino que
debía tomar la Iglesia, para llevar el Evangelio a un mundo que se alejaba de Dios.
El desconcierto que
causó su muerte fue como un jarro de agua fría. Pero la Providencia nos tenía reservada una sorpresa: un Papa que venía
de lejos, no italiano, muy joven (58 años de edad), y que había participado muy
de cerca en la redacción de la Gaudium
et spes. ¡Qué marca más profunda dejó San Juan Pablo II en su
pontificado, el segundo más prolongado de la historia!
Hoy podemos meditar
la Colecta de su Misa y, cada uno,
sacar mucho provecho de ella: “Dios
nuestro, rico en misericordia, que
has querido que san Juan Pablo II, Papa guiara
a toda tu Iglesia, te pedimos que, instruidos por sus enseñanzas, nos concedas abrir
confiadamente nuestros corazones a la gracia salvadora de Cristo, único redentor del hombre. Él que vive y reina contigo”.
San Juan Pablo II es el Papa que anuncia la Misericordia de Dios (Dives in misericordia); que repetía continuamente la oración de Santa Faustina Kowalska “Jesús, en ti confío”; que guio firmemente a la Iglesia con sus sólidas enseñanzas ancladas en la Palabra de Dios y la Tradición de la Iglesia (trece Encíclicas riquísimas) y que, desde el día de su elección ("¡No teman! ¡Abran, más todavía, abran de par en par las puertas a Cristo!"), proclamó la centralidad de Jesucristo como único redentor del hombre (Declaracion Dominus Iesus).
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