Jesús, en su predicación, en sus parábolas, acude a ejemplos, familiares a quienes escuchan. Habla de pastores y ovejas, viñadores y viñas, siguiendo así también el estilo de los profetas de Israel.
El Buen Pastor. Catacumbas de Priscila. |
La Iglesia es el rebaño de Cristo, la viña del
Señor. Y, al mismo tiempo,
todos colaboramos con Él. Son memorables las primeras palabras de Benedicto XVI
el día de su elección como Sumo Pontífice: “soy
un humilde trabajador de la viña del Señor”. Todos
somos oveja y pastor, viñador y viña que hay que cultivar (cfr. Mt 20,
1-16).
Es bien conocido el capítulo 34 de Ezequiel, en el que
menciona a los malos pastores que no apacientan al rebaño, no fortalecen a las
ovejas débiles, ni cuidan a las que están heridas, sino que se apacientan a sí mismos (cfr. Ez 34,
1-11). Todos tenemos el peligro de convertirnos en malos pastores, si buscamos
nuestro propio interés y no nos ocupamos de servir a nuestros hermanos. Pero también podemos ser malas ovejas, si no
nos dejamos ayudar por los demás, si no buscamos cuidar nuestra vida de oración
y nuestra formación cristiana, acudiendo a los buenos pastores, a los
sacramentos, a la escucha de la Palabra.
Veamos lo que dice san Agustín al respecto en
uno de sus sermones: "Hay una
espiritual vendimia, donde se alegra Dios viendo los frutos de su viña.
Nosotros, en efecto, cultivamos a Dios y
Dios a nosotros; si bien a Dios no le cultivamos para mejorarle, pues se le
cultiva orando, no arando. El, empero, nos cultiva a nosotros como el labrador
a su tierra; y al modo que la mejora éste cultivándola, a nosotros nos hace Dios mejores con su cultivo. Y el fruto que
Dios aguarda de nosotros es el cultivo mismo de él. Nos cultiva Dios extirpando las malas semilla en nuestros corazones y
lo hace un día y otro por medio de su palabra volviendo la tierra de las
almas con el arado de la predicación y esparciendo las semillas de sus preceptos
para cosechar frutos de piedad. Cuando, pues, como tierra agradecida a nuestro
cultivador, respondemos bien a su cultivo, somos parte a que se alegre, aun no haciéndole nuestro fruto más rico a
él, sino más felices a nosotros" (San Agustín, Sermón 87).
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