La memoria
de los Santos Hipólito y Ponciano (13 de agosto; ver breve
biografía) nos recuerda que estos santos, fallecidos juntos en las minas de
Cerdeña, Italia, el año de 235, son patronos de la Ciudad de México, porque ese
día, en 1521, tuvo lugar la toma de Tenochtitlán. Durante casi tres siglos
(hasta 1812) se celebraba la fiesta
y procesión del Pendón, desde el Zócalo a la actual iglesia de San
Hipólito, por la Calle de Tacuba.
San Hipólito y las armas mexicanas. Anonimo novohispano, 1764. Museo Franz Mayer. |
Algunos, quizá, no celebrarán este aniversario. Les parecerá que fue una
intromisión injusta de los españoles. Otro, en cambio, verán este hecho
histórico como parte de la Providencia
de Dios, que quiso la conversión de México y la aparición de Nuestra Señora
de Guadalupe, diez años después, para confirmar la fe de los naturales de estas
tierras.
Cuando nuestras “rebeldías” llegan a un límite, Dios envía a sus
profetas para que podamos “ver con nuestros ojos y oír con nuestros oídos” la
verdad (cfr. Ez 12, 1.12), y salgamos de nuestros errores. Jesús aconseja a sus
discípulos practicar la corrección
fraterna para librar del pecado a nuestros hermanos.
Es cierto que muchas veces, los hombres no sabemos amar como el Señor. Somos
bruscos, intransigentes, violentos y poco respetuosos. La historia de la
Iglesia y de la humanidad, está llena de sucesos que ahora reprobamos. Sin
embargo, no podemos olvidar dos cosas fundamentales: 1) que no somos perfectos, y estamos llenos de
fragilidad y 2) que las acciones humanas han
de juzgarse siempre en su contexto (histórico, cultural, etc.).
Hoy podemos pedir al Espíritu Santo que nos haga hombres y mujeres prudentes y
sabios; que sepamos discernir todos los sucesos con una mirada llena de
humanidad y también de fe. Así seremos personas que evitan los extremismos, se
alejan de los juicios duros, y buscan permanecer en la verdad de lo que es
inmutable, según la naturaleza humana y los designios de Dios. Actuaremos con
mesura, y nuestras acciones y consejos
serán acertados, y servirán de consuelo y orientación a muchos.
Finalmente, no olvidemos el consejo del Señor: perdonar (cfr. Mt 18, 21 – 19, 1), que significa no juzgar apresuradamente, no descartar la buena intención de las personas, comprender las circunstancias que las acompañan y no perder la unidad entre nosotros sino, más bien, ser instrumentos de unidad ahí donde estemos, como lo fueron Hipólito y Ponciano, unidos en el martirio.
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