Las palabras de Dios son dulces como la miel (cfr. Ez 2,8 - 3,4). Son nuestro alimento espiritual diario. El Señor nos pide no ser hijos rebeldes, sino dóciles. Como un niño que acepta sin protestar la comida que le dan sus padres.
Fresco de Santa Clara y las hermanas clarisas, Iglesia de San Damián |
Nosotros no somos niños, pero sí podemos ser “los pequeños” del Evangelio. ¿Quiénes son los pequeños del Reino, de los que
habla Jesús? Los pobres, los enfermos, los pecadores, los niños, los débiles,
los humildes, los sencillos. Los pequeños son quienes caen, pero vuelven a levantarse, con la gracia de Dios.
La escritora Hellen Keller (1880-1968), que de los 19 meses de edad no podía ver
ni oír, refería estas palabras de Anne Sullivan, su institutriz: «“Pase lo que
pase —solía decirme—, siempre comienza
de nuevo. Cada vez que fracases, vuelve a comenzar, y así te fortalecerás hasta
alcanzar tu propósito. Quizá no sea el que te habías propuesto en un principio,
pero el que logres alcanzar te colmará de satisfacción”. ¿Y quién podrá contar
las innumerables veces que ella intentó hacer algo por mí y fracasó y, al fin,
triunfó?» (Selecciones, julio de
1956).
Los
pequeños se saben débiles. No buscan sobresalir porque
saben que no pueden hacer nada por sí mismos, y se contentan con lo que se les
da: les basta el Don de Dios. No se
sienten con derechos, sino insignificantes.
Pero, los
que son verdaderamente pequeños, según el Evangelio, también son fuertes,
con una fortaleza que es prestada. Es de Dios. Se sienten responsables de la
misión recibida y se esfuerzan por ser fieles a ella, pero porque están seguros de que el Señor siempre está a su lado. Son
instrumentos de su gracia.
No les importa valer poco, saberse pobres vasijas de barro que llevan
grandes tesoros (cfr. 2 Cor 4, 7), pues somos hijos de Dios; aunque seamos pecadores
que vivimos entre pecadores, luchamos por no serlo. Confiamos en la infinita
misericordia de Dios que nos trata como
niños pequeños; como la oveja perdida a la que busca con solicitud. Lo
único que el Señor desea es que confiemos en Él y tratemos de vivir cómo Él nos
pide: que cada uno permanezca en la
vocación en la que ha sido llamado (cfr. 1 Cor 7, 20).
No hay comentarios:
Publicar un comentario