“Un gran signo apareció en el cielo” (Solemnidad
de la Asunción de Nuestra Señora, Antífona de entrada). El próximo mes de diciembre
comenzaremos a recorrer el año 490 de las apariciones
de Nuestra Señora de Guadalupe, la Mujer
vestida de Sol (de Dios, de las realidades divinas), con la luna a sus pies (las realidades temporales). ¿No nos recuerda
esto a la profecía de Daniel (9, 24-27)?
Asunción de la Virgen, de Bartolomé Esteban Murillo (c.1678) |
María lleva una
corona de doce estrellas para iluminar
el camino de la Iglesia. “Concédenos
que, aspirando siempre a las realidades divinas lleguemos a participar con ella
(María) en su misma gloria”, le pedimos al Señor (Oración Colecta).
Juan Pablo II, hablando de la “muerte”
de María, dice: "Cualquiera
que haya sido el hecho orgánico y biológico que, desde el punto de vista
físico, le haya producido la muerte, puede decirse que el tránsito de esta vida a la otra fue para María una maduración de la gracia en la gloria, de modo
que nunca mejor que en ese caso la muerte pudo concebirse como una
'dormición'" (Catequesis, 25 de
junio de 1997).
El deseo de la vida eterna era permanente en la
Llena de gracia. Nosotros también podemos desear
vivir la Vida de Dios, ya desde ahora. Mientras más intenso sea este deseo,
nuestra muerte más se parecerá al tránsito de María a la vida eterna. María es figura de la Iglesia. Es el
ejemplo de esperanza segura y el consuelo del pueblo peregrino. Todos somos migrantes hacia nuestra
verdadera Patria. Y ella es “solacium
migrantium”, descanso de los peregrinos.
"Terminado el curso de su
vida en la tierra -dice el concilio Vaticano II-, fue llevada en cuerpo y
alma a la gloria del cielo y elevada al trono por el Señor como Reina del
universo, para ser conformada más
plenamente a su Hijo, Señor de los señores (cf. Ap 19, 16) y vencedor del
pecado y de la muerte" (Lumen
gentium, 59). En la Virgen elevada al cielo contemplamos la coronación de
su fe, del camino de fe que ella indica
a la Iglesia y a cada uno de nosotros: Aquella que en todo momento acogió
la Palabra de Dios, fue elevada al cielo, es decir, fue acogida ella misma por
el Hijo, en la "morada" que nos ha preparado con su muerte y
resurrección (cf. Jn 14, 2-3).
Corazón dulcísimo de María, prepáranos un camino seguro. Que por la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, tengamos buen viaje; qué es Señor esté en nuestro camino y que sus ángeles nos acompañen.
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