Las tres lecturas del Domingo 18° del tiempo ordinario nos invitan a reflexionar sobre los dones de Dios, que "no reparte según una medida", como decían los Padres de la Iglesia, sino con profusión divina.
El Salvador con la Eucaristía, Juan de Juanes (1503-1579) |
La primera lectura (Is 55, 1-3) nos hace
ver que las cosas más valiosas de la vida son dones gratuitos de Dios, que
forman parte de la creación material ―el agua, el sol, la luz, la belleza de la
creación― o espiritual: la amistad, la bondad, la verdad… En la segunda lectura, san Pablo (Rom 8,
35.37-39) se dirige a los romanos para confirmarlos en la fe de que nada ―ni
las tribulaciones, ni las angustias, ni la persecución, ni el hambre…― nos
puede apartar del don más valioso: el amor que nos ha manifestado Dios en Cristo
Jesús. Finalmente, en el evangelio,
san Mateo (Mt 14, 13-21) nos presenta la multiplicación de los cinco panes y los
dos peces. En este texto damos un paso más: ahora de lo que se trata es de
colaborar con Cristo para llevar sus dones a los demás: “Denles ustedes de comer”, dice Cristo a sus discípulos. Así los prepara para llevar el anuncio del
Evangelio a todas las naciones. Dios es Amor. Todo lo que ha creado es
bueno. Lo ha hecho para nosotros, sus hijos. Nos ha dado bienes materiales y,
sobre todo, espirituales. Nos ha dado a su Hijo y, con Él, nos lo ha dado todo.
Nos ha enviado su Espíritu para llevarnos a la verdad completa y llenarnos de
su Amor, a través de Cristo, en la Eucaristía.
Al final, nos dice san Mateo, “todos comieron hasta saciarse, y con los
pedazos que habían sobrado, se llenaron doce canastos”. Se repite lo que es
algo constante en los milagros del Señor: la
ley de lo abundante, que nos hace ver nuestra insuficiencia y lo grande que
es el Amor de Dios. Y también nos ayuda a ser humildes y tratar de corresponder
lo mejor que podamos a los dones de Dios, sabiendo que nunca “estaremos en regla
con Él” y que, más bien, siempre somos
deudores agradecidos ante la abundancia de su amor por nosotros.
El Cardenal
Ratzinger nos lo explica de una manera muy clara: “Ser cristiano no
significa aceptar una determinada serie de deberes, ni tampoco superar los
límites de seguridad de la obligación para ser extraordinariamente perfecto;
cristiano es más bien quien sabe que
sólo y siempre vive del don recibido; por eso la justicia sólo puede
consistir en ser donante, como el mendigo que, agradecido por lo que le han
dado, lo reparte benévolamente” (Introducción
al cristianismo, Ed. Sígueme, Salamanca 1994, p. 225).
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