«En aquel tiempo, se acercó a Jesús un Joven
y le preguntó: “Maestro, ¿qué cosas buenas tengo que hacer para conseguir la
vida eterna?”» (cfr. Mt 19, 16-22). Sabemos que Jesús recibió con gran
simpatía la pregunta de este joven: «fijó
en él su mirada y lo amó» (cfr. Mc 10, 21). Aquel muchacho había oído hablar
del Señor y lo busca para preguntarle lo
que todo hombre lleva en su corazón: la
pregunta sobre la vida eterna. «El
deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido
creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y
sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar»
(Catecismo de la Iglesia Católica, n.
27).
Cristo y el joven rico, de Heinrich Hofmann (1889) |
Jesús le responde lo esencial: «Si quieres entrar en la vida, cumple los
mandamientos» (v.17). El joven los había guardado desde la infancia, y le
hace una nueva pregunta al Señor: «¿Qué más
me falta?» (v.20). El Señor le responde: «“Si quieres ser perfecto, ve a vender todo lo que tienes, dales el
dinero a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme»
(v.21). Pero, «al oír estas palabras, el
joven se fue entristecido, porque era muy rico» (v.22).
¿Qué es lo que
quería decir Jesús a este joven? ¿Por qué el muchacho se marchó triste? El
Señor, una vez que le ha hablado de los mandamientos, quiere elevar la mirada del joven, para que no se quede en un mero
cumplimiento (“cumplo” y “miento”) de las normas de la ley. Evidentemente, en
ellos se expresa la Ley eterna de Dios. Pero se pueden cumplir como letra
muerta, o pueden amarse como un camino
de identificación con Jesucristo, con su estilo de vida. Esto es lo que
desea comunicar Jesús al muchacho. No basta quedarse con lo “mínimo”. Hay que aspirar a más. Hay que
desprenderse de todo: de uno mismo, y seguir al Señor; escuchar su voz y estar
dispuesto a cumplir su voluntad en la vocación que Dios da a cada uno. La Ley de Cristo es una Ley de Amor y
Libertad.
«Quien “vive según la carne” siente la ley de Dios como un peso, más aún, como una negación (…) de la propia libertad. En cambio, quien está movido por el amor y “vive según el Espíritu” (Gal 5, 16), y desea servir a los demás, encuentra en la ley de Dios el camino fundamental y necesario para practicar el amor libremente elegido y vivido (…). Esta vocación al amor perfecto no está reservada de modo exclusivo a una élite de personas (…), es la nueva forma concreta del mandamiento del amor a Dios» (San Juan Pablo II, Veritatis splendor, 18).
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