Después de la multiplicación de los panes y
los peces, Jesús se retira a orar a
monte, mientras los discípulos se echan a la mar en la barca de Pedro (cfr.
Mt 14, 22-36). Era como la cuarta vigilia de la noche cuando una tormenta azota con sus olas la
barquichuela. Los apóstoles están llenos de temor. Saben que, si no pasa
algo inusual, la barca se puede ir a pique.
Cristo en la tempestad del mar de Galilea, de Jan Brueghel (1568-1625) |
Así
está la Iglesia, zarandeada por las olas: la ola negra
del laicismo, la ola roja del marxismo, en sus diversas formas, y la ola verde
y viscosa de la impureza. También ahora, como entonces, somos amenazados por la
tormenta, que se cierne sobre la barca de Pedro.
Hace tres años (15 de julio de 2017), durante
el funeral del Cardenal J. Meisner,
el arzobispo G. Gänswein, secretario del papa emérito Benedicto XVI, leía una
carta suya: “Cuando el miércoles pasado
me llegó por teléfono la noticia del fallecimiento del cardenal Meisner, mi
primera reacción fue de incredulidad, ya que el día anterior habíamos hablado
por teléfono (…).Lo que me impresionó especialmente en la última conversación
con el fallecido cardenal fue la
serenidad sosegada, la alegría interior y la confianza que él había encontrado.
Sabemos que para él, pastor y cura apasionado, fue difícil dejar su oficio,
justamente en una época en la Iglesia necesita en forma especialmente
apremiante pastores convincentes que
resistan la dictadura del espíritu de la época y vivan y piensen decididamente
la fe. Pero mucho más me conmovió percibir que en este último período de su
vida él había aprendido a soltarse y vivía cada vez más de la profunda certeza que el Señor no abandona a su Iglesia,
aunque a veces la barca está a punto de zozobrar”.
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