jueves, 27 de agosto de 2020

Vigilar y orar

Mateo desarrolla el llamado “discurso escatológico” del Señor en Mt 24, 1 - Mt 25, 46. Además de referir las palabras de Jesús sobre los sucesos que ocurrirán:  la destrucción del templo (24, 1-2), el comienzo del fin (24, 3-14), la gran tribulación (24, 15-28), la venida del Hijo del hombre (24, 29-31) y la certeza y cercanía del fin (24, 32-35); también hace un relato de los consejos que nos da el Señor: estar atentos (24, 36-44) como un criado fiel y prudente (24, 45-51), como las jóvenes previsoras (25, 1-13) o como los siervos que ponen a producir los talentos recibidos (25, 14-40) porque, al final, llegará el juicio definitivo (25, 31-46).

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Santa Mónica, vigila y ora

Hoy vamos a fijarnos en el consejo de estar atentos. ¿Qué significa? ¿Qué quiere decirnos Jesús con estas palabras: “Velen, porque no saben qué día vendrá su Señor” (Mt 24, 42)? ¿Por qué nos las dice?

Ante los sucesos históricos, como los que estamos viviendo actualmente en el mundo, una manera de reaccionar es la angustia y la preocupación. ¿Por qué Dios ha permitido está pandemia? ¿Cuál es su origen? ¿Hasta cuándo durará? ¿Qué va a ser del futuro del mundo, de mi país, de mi familia? Otra manera de ver las cosas es la que espera el Señor de sus discípulos: la vigilancia. “Velen y oren para no caer en tentación; el espíritu está pronto, pero la carne es débil” (Mt 26, 41). Velar es permanecer en oración, en diálogo confiado de amigos, tratando muchas veces a solas, con quien sabemos nos ama (cfr. Santa Teresa).

Buscar continuamente la presencia de Dios; darle gracias por todo, porque todo es bueno; hacer examen personal y acudir muchas veces a su misericordia para pedirle perdón por nuestros pecados y los pecados del mundo; acudir al Espíritu Santo y a Nuestra Señora para rogar que nos iluminen el entendimiento, fortalezcan nuestro corazón e inflamen nuestra voluntad para ser buenos y fieles. Todo esto es “estar en vela”. “Custos, quid de nocte?” (Is 21, 11). “Centinela, alerta”. En la noche en que vivimos, los cristianos hemos de ser puntos de luz en los que se pueda apoyar la palanca del poder de Dios para cambiar el mundo.     

El Año Litúrgico nos ofrece, todos los días, ejemplos vivos de hombres y mujeres que han sabido vigilar hasta el fin. Santa Mónica (27 de agosto), con su paciencia y su vida de oración dedicada a la conversión de su marido y de su hijo, nos enseña cómo hemos de vigilar sin perder la esperanza. “No se perderá el hijo de tantas lágrimas” le dijo con razón un santo obispo para consolarla. 

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