miércoles, 2 de septiembre de 2020

Somos colaboradores de Cristo

Uno de los grandes empeños de San Pablo en su anuncio de Cristo, es tratar de elevar la mira de sus discípulos y de las comunidades a las que se dirige. Busca hacerles ver que, aunque vivamos en el mundo, no podemos enredarnos en las cosas de esta vida y olvidarnos de lo principal: que somos colaboradores de Cristo para que, a través nuestro, Él manifieste su poder salvífico. Esto es lo que da sentido a todo. Si no se ven las cosas terrenales con una perspectiva eterna, no valen la pena.

LA IGLESIA EN CORINTIO, RUPTURA CON EL PAGANISMO | DESDE OTRA PERSPECTIVA
La Iglesia de Corinto (siglo I)

En la Primera Carta que escribe a los fieles de Corinto, les anima a no ser carnales, sino espirituales (cfr. 1 Cor 3, 1-9). ¿Qué significa esto. Llama “carnales” a quienes se complican con envidias, rencillas, recelos y disputas humanas, formando partidos ―“yo soy de Apolo, yo de Cefas, yo de Pablo…”― y creando la división, en lugar de buscar ocultarse y desaparecer ―sin afán de protagonismo―, para sólo mostrar a Cristo, con todo el esplendor de la verdad sencilla y pura. Es bueno trabajar en el apostolado ―plantar, regar…―, pero sin olvidar que Cristo es quien pone el incremento. Cristo, a través de su Espíritu, es quien hace crecer y nos lleva a la plenitud de la madurez cristiana. Siempre necesitaremos la “leche espiritual”, de las enseñanzas elementales y básicas de nuestra fe: los mandamientos, las prácticas sencillas de piedad…, pero Dios nos quiere llevar a una mayor altura y profundidad en el conocimiento de su Hijo, en la práctica de las virtudes, en la vida contemplativa y de entrega a los demás. Todo esto es un don de Dios, y para apreciarlo y corresponder a él, necesitamos ser más espirituales, menos carnales: morir a nosotros mismos para dejar actuar al Espíritu Santo en nuestras vidas.

Es el ejemplo que vemos en el Señor desde el principio de su ministerio público: predica la palabra, impone sus manos sobre los niños y los enfermos, expulsa demonios, cura todo tipo de enfermedades, resucita muertos…, pero también se aparta a lugares desiertos y pide a sus discípulos que sean discretos, que no hagan alarde ni levanten la voz diciendo que Él es el Mesías (cfr. Lc 4, 38-44). Jesús quiere enseñarles que su misión es otra: ser colaboradores del Espíritu en las almas; dejarle actuar; no ponerle obstáculos; ser transparentes para que Él los utilice como mejor convenga; estar disponibles para seguir sus mociones. No se trata de “hacer muchas cosas” con un activismo desenfrenado, sino de “ser” muy de Dios: hombres y mujeres que saben estar en su lugar y santificarse en la misión, quizá oculta y sencilla, que Dios les ha confiado. María, que colabora mejor que ningún otro en la obra de salvación de su Hijo, nos enseñará a ser buenos colaboradores del Señor. 

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