Hoy, todos los mexicanos celebramos la fiesta de nuestra Independencia. Es un día, por lo tanto, para rezar por nuestra Patria. El nacionalismo, es decir, el amor a la propia patria exclusivo y excluyente de las demás, no es agradable a Dios. Pero el amor recto a la patria, es parte del cuarto mandamiento de la Ley de Dios.
Recordemos lo que
dice, al respecto, el Catecismo de la
Iglesia Católica: “Deber de los ciudadanos es contribuir con la autoridad
civil al bien de la sociedad en un espíritu de verdad, justicia, solidaridad y
libertad. El amor y el servicio de la
patria forman parte del deber de gratitud y del orden de la caridad. La
sumisión a las autoridades legítimas y el servicio del bien común exigen de los
ciudadanos que cumplan con su responsabilidad en la vida de la comunidad
política” (n. 2239).
Toda la doctrina social de la Iglesia siempre
nos ha recordado estos principios, de una manera u otra. Por ejemplo, San Pio X los enseñaba con las siguientes
palabras: “Si el Catolicismo fuera un enemigo de la Patria, no sería una
religión divina. La Patria es un nombre
que trae a nuestra memoria los recuerdos más queridos, y bien sea porque
llevamos la misma sangre que aquellos nacidos en nuestro propio suelo, o bien
debido a la aún más noble semejanza de afectos y tradiciones, nuestra Patria es no sólo digna de amor,
sino de predilección. Sentimos, pues, veneración por la Patria, que en
suave unión con la Iglesia contribuye al verdadero bienestar de la Humanidad. Y
ésta es la razón porqué los auténticos caudillos, campeones y salvadores de un
país han surgido siempre de entre las filas de los mejores católicos” (San
Pío X, Discurso, 20 de Abril de 1909).
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