Ayer leíamos en la
Liturgia de las Horas una lectura de San
Bernardo sobre los dos grados de contemplación, que corresponden 1°) al
temor de Dios y 2°) a la sabiduría. En el primero deseamos cumplir la Voluntad
de Dios quitando de nuestra alma todo lo que estorbe. En el segundo, nos unimos
plenamente al querer de Dios en sí mismo y vivimos
continuamente en su Voluntad.
Con el Salmo 138 podemos pedirle al Señor: “Tú me conoces,
Señor, profundamente: tú conoces cuándo me siento y me levanto, desde lejos
sabes mis pensamientos, tú observas mi camino y mi descanso, todas mis sendas
te son familiares (…). Examíname, Dios mío, para conocer mi corazón, ponme a prueba para conocer mis
sentimientos, y si mi camino se desvía, no dejes que me pierda”.
La verdadera sabiduría está
relacionada con la delicadeza de conciencia, que nos lleva a ser “luz que
ilumine a todos los de la casa” (Mt 5, 16), y no “piedra de tropiezo” (1 Cor 8, 9) que haga caer a nuestros hermanos.
Queremos edificar a los demás con
nuestras palabras y obras. El
Espíritu Santo es el Constructor, pero nosotros podemos colaborar con Él, como
buenos arquitectos de la casa de Dios (cfr. 1 Cor 3, 10).
Se suele decir de una persona que es “edificante” o “ejemplar” en su
conducta, cuando se comporta de modo que aporta
muchos elementos positivos a la convivencia familiar, profesional o social.
Jesús pedía a sus discípulos ser así, para que los demás vieran sus buenas obras y glorificaran a su Padre que está en los
cielos (cfr. Mt 5, 16). Evidentemente no se trata de buscar “quedar bien”
con falta de rectitud. Al dar buen ejemplo a los demás tratamos de agradar a Dios. No lo hacemos para que los demás nos alaben.
Hay un dicho que se aplica a lo que estamos meditando: “el mejor predicador es Fray Ejemplo”.
Jesús comenzó a “hacer” y luego a “enseñar” (cfr. Hech 1, 1). Sólo nuestras
obras avalarán nuestras palabras. El Señor da a sus discípulos pautas claras sobre
qué significa comportarse bien y dar
ejemplo a los demás (cfr. Lc 6, 27-38): amar a los enemigos, hacer el bien
a todos, ser generosos para dar, ser misericordiosos, no juzgar… Todo esto requiere esforzarnos por vivir los
pequeños detalles de educación humana, ser modestos, sencillos, naturales,
vivir con moderación, ser prudentes y oportunos… En definitiva, pensar un poco
en qué es lo que los demás esperan de mí,
para llevarles a todos la luz de Cristo.
Invoquemos el dulce nombre de “María” para aprender de Ella a ser luz que ilumina y comportarnos siempre como buenos hijos de Dios.
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