San Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei, solía decir una frase densa que tiene mucho contenido: “Los pies en el suelo y la cabeza en el Cielo”. A él no le gustaban las “milagrerías”, es decir, que buscáramos milagros para resolver los asuntos de esta tierra. Decía: “No necesito milagros: me sobra con los que hay en la Escritura. —En cambio, me hace falta tu cumplimiento del deber, tu correspondencia a la gracia” (Camino 362). Por otra parte, encarecía mucho que tuviéramos “la cabeza en el Cielo”, porque si no vivimos una fe operativa, que se manifieste en toda nuestra vida, no haremos nunca nada que tenga verdadero valor.
A la mayoría de
nuestros contemporáneos les da “alergia”
todo lo que pueda ser “extraordinario”: apariciones, visiones, revelaciones... De entrada, sospechamos que aquello es falso o raro. Quizá esta
manera de pensar se deba a la mentalidad
secularizada tan extendida, y a una manera de ver a Dios como Alguien muy lejano, que está más allá
de las estrellas y que no se ocupa de nuestras menudencias.
Por una parte, es
bueno “tener los pies en el suelo” y
ser personas prácticas que viven la vida real y están “en el mundo” poniendo
todo su empeño en encontrar a Dios en “lo
ordinario”: la familia, el trabajo, los afanes de esta tierra que Dios ha
creado buena y quiere que la llevemos a Él.
Por otra parte, sin
embargo, es imprescindible “tener la
cabeza en el Cielo”, y creer que Dios actúa constantemente en nuestra vida,
que no se ha retirado a un lugar lejano y que se ocupa hasta de lo más pequeño
de nuestras existencias. Y también, que Dios hace milagros, aunque ahora quizá
no sean tan frecuentes, al menos esos grandes milagros que vemos en los
evangelios. Pero, sobre todo, hemos de creer, de verdad, que Jesucristo ha resucitado y nos ha prometido que también
nosotros resucitaremos con Él, para a
vida eterna, si correspondemos a su Amor. “Si nuestra esperanza en Cristo se
redujera tan sólo a las cosas de esta vida, seríamos los más infelices de todos los hombres. Pero no es así,
porque Cristo resucitó, y resucitó como la primicia de todos los muertos” (1 Cor 15, 20). Algunas mujeres que seguían a Cristo “habían
sido libradas de espíritus malignos y curadas de varias enfermedades” (cfr. Lc 8, 1-13).
Todos los días, al celebrar la Eucaristía, creemos que Cristo Resucitado está ahí, y que recibimos su Cuerpo, su Sangre y Su alma, resucitados; y también su Divinidad. Que María, Madre de la Esperanza, nos ayude a comprender que toda nuestra vida se fundamenta en la fe en la Resurrección de su Hijo.
Todos los días, en todo el mundo, en muchos momentos del día se realiza uno de los mayores milagros de la historia, de unos pequeños y simples panes sin levadura, ante la repetición de unas pocas palabras de un sacerdote, estas secillas formas sin vida se transforman en el mismo Dios uno y trino, para el que quiera, pueda comerlo. A pesar de la poca fe y destrato de muchos comensales y sacerdotes.
ResponderEliminarMayor milagro esperamos!!