jueves, 24 de septiembre de 2020

María y el Qohélet

La palabra “qohélet” significa, en hebrero, “la que congrega” (en femenino). En seguida, nos sugiere a una mujer que, por ejemplo en el mercado, reúne a sus amigas para comentarles algo. Ese nombre tomó el autor del libro del Eclesiastés, escrito en el siglo III antes de Cristo. Israel estaba bajo el influjo del helenismo, a través de la dinastía lágida, que gobernaba Egipto. El autor hebreo buscar reunir a sus hermanos y ponerlos en guardia, para que no se dejen  seducir por las “sabidurías humanas” que son “vanidad de vanidades y todo vanidad” (cfr. Qo 1, 2-11).

El autor del Qohélet, no tenía del todo claro la existencia de una vida ultraterrena (habrá que esperar al Libro de Daniel y al 2° Libro de los Macabeos). Sus consejos están dirigido a hacer feliz al hombre aquí en la tierra, cumpliendo los mandamientos de Dios. Por otra parte, no conocía la cercanía de un Dios que es Padre y cuida en todo a sus hijos (como, en cambio, aparece claro en las enseñanzas del Señor). Sin embargo, las palabras inspiradas del Qohélet no pueden dejar indiferente a nadie que las medite con calma. “No existe un hombre sobre la tierra que no pueda hacer suyas esas palabras” (cfr. Juan Pablo II, Laborem exercens, 27, comentario a Qo 2, 11).

La verdadera sabiduría, según el Qohélet, es el temor de Dios, es decir, el vivir según la voluntad de Dios en todo. Lo que verdaderamente hace feliz al hombre es trabajar bien, tratar bien a los demás, no robar, comportarse en todo con sinceridad, dar culto a Dios en el Templo… Lo demás es vanidad de vanidades y apacentarse de viento. Todo lo humano es valioso, pero si no olvidamos que ha sido creado por Dios para que lo sepamos usar bien.

Las palabras de Jesús toman en cuenta la sabiduría del Qohélet y de todo el Antiguo Testamento, pero la sobrepasan. Por eso la gente decía que era Juan Bautista, que había resucitado, o Elías o algún antiguo profeta vuelto a la vida. Y, ante la fama del Señor, que iba creciendo, Herodes se preguntaba quién era  “y tenía ganas de verlo” (cfr. Lc 9, 7-9). Finalmente tendrá una ocasión de estar con Jesús, el viernes santo. Pero Jesús, antes sus preguntas frívolas y mundanas, se queda en silencio.

Hoy celebramos a Santa María de la Merced. No olvidemos que un religioso mercedario, Fray Bartolomé de Olmedo, fue uno de los dos primeros sacerdotes que celebraron la Eucaristía en México. Acudamos a la Virgen para pedirle que sea Ella la que nos reúna en torno a su Hijo, la Verdadera Sabiduría. 

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