sábado, 26 de septiembre de 2020

Los sentimientos de Cristo

 Las lecturas del Domingo XXVI del Tiempo Ordinario se centran en la importancia del arrepentimiento (1ª Lectura y Evangelio), que implica aprender a humillarse, siguiendo el ejemplo del Señor (2ª Lectura).

"Cristo con la Cruz a cuestas", de Tiziano (1565-1560)

«Cuando el pecador se arrepiente del mal que hizo y practica la rectitud y la justicia, él mismo salva su vida» (cfr. Ez 18, 25-28). Dios es misericordioso, lento para la ira y rico en perdón; pero es necesario el arrepentimiento del pecador. Es lo único que nos pide: que nos arrepintamos de modo sincero. ¿Qué es el arrepentimiento? Se suele utilizar la palabra “contrición” para indicar un arrepentimiento auténtico, con dolor de los pecados, por amor; es decir, con la conciencia de que hemos ofendido al Amor y deseamos reparar nuestro desamor con un acto de amor sincero. La contrición se define, en latín, como “compunctio cordis”. Es como si “puncionáramos” nuestro corazón para manifestar así cuánto nos duele haber pecado.

La parábola de los dos hijos, que nos presenta san Mateo en su evangelio, también nos habla del arrepentimiento; en este caso del hijo menor que, cuando es llamado por su padre a trabajar en la viña, «le respondió: ‘No quiero ir’, pero se arrepintió y fue» (cfr. Mt 21, 28-32). El Papa Francisco dijo en una de sus audiencias: «Una vez oí una bella frase: 'No hay santo sin pasado ni pecador sin futuro'. (...). El poder salvador de Dios no conoce enfermedades que no puedan ser curadas» (13 de abril de 2016). San Josemaría Escrivá solía decir que no hay ningún santo que no pueda convertirse en pecador, ni ningún pecador que pueda convertirse un gran santo. No bastan las buenas intenciones, como le sucedía al hijo mayor de la parábola. Hay que perseverar en el bien o, si estamos en el pecado, arrepentirse. En realidad, todos somos pecadores. Como decía el mismo san Josemaría: “soy un pecador que ama con locura a Jesucristo”.

El arrepentimiento auténtico supone el deseo sincero de conversión; lo que llamamos “propósito de enmienda”: decidirse a no volver a pecar: «me levantaré, e iré a mi Padre, y le diré: padre he pecado contra el cielo y contra ti» (Lc 15 18). Los “sentimientos de Cristo” de los que habla san Pablo a los Filipenses, son de humildad, de aceptación de la voluntad de Dios, de amor a la Cruz, de disposición de morir por los hermanos… (cfr. Fil 2, 1-11). Así imitamos a Cristo, con un corazón contrito y humillado que Dios nunca desprecia (cfr. Salmo 51), como el de María, la Inmaculada, que llora por los pecados de sus hijos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario