En nuestra época están muy mal vistos los “radicales”,
es decir, las personas que se van a los
extremos y no suelen escuchar ni tener capacidad de diálogo. La mayoría de
las cuestiones que tratamos los hombres suelen ser “opinables”, es decir, no
son ni totalmente blancas ni totalmente negras. Manejar los distintos tonos de gris, suele ser una buena cualidad. Muchas
veces hay que escuchar a los demás y matizar nuestros juicios, sin pretender
que sean absolutos.Rostro de Cristo, Rembrandt (1606-1669)
Sin embargo, este
juicio negativo hacia lo que es “radical” habría que matizarlo cuando se trata
de defender verdades que no son
“opinables”. Hay algunas ocasiones en las que nos encontramos con verdades
absolutas, que proceden de la razón
natural (por ejemplo, los primeros principios) o de la revelación divina. Todo lo que Dios ha revelado lo podemos creer
todos, fácilmente, con certeza y sin mezcla de error, porque Él no puede ni engañarse ni engañarnos.
Es el radicalismo cristiano, por el que
los mártires están dispuestos a dar su vida. Y el de San Francisco de Así
que decía que había que leer el Evangelio “sine
glosa”, de modo directo y sin interpretarlo con una visión meramente humana,
ideológica.
En la Carta a los
Filipenses, San Pablo se muestra como un
hombre “radical” cuando habla de Jesucristo. “Ponemos nuestra gloria en Cristo
Jesús y no confiamos en motivos humanos (…). Todo lo que era valioso para mí,
lo consideré sin valor a causa de Cristo. Más aún, pienso que nada vale la pena
en comparación con el bien supremo, que consiste en conocer a Cristo Jesús, mi
Señor, por cuyo amor he renunciado a todo, y todo lo considero como basura, con
tal de ganar a Cristo” (cfr. Fil
3, 3-8).
Cuando se trata de Jesucristo, no
hay términos medios. Para un
discípulo de Jesús, el Señor es lo primero. Todo lo demás es basura en
comparación con el fin de nuestra vida que dar
gloria a Dios: conocer, amar y unirnos estrechamente a Jesucristo, que es
el Camino, la Verdad y la Vida.
Cada día tendríamos que preguntarnos: ¿En este día que comienza, estoy decidido a buscar a Cristo, a encontrarlo, a tener un trato de amistad con Él, a amarlo con todo mi corazón? ¿Deseo vivir en Cristo y llevarlo a mis hermanas y hermanos con mis palabras y obras? ¿Vivo de esta fe en Cristo? ¿Puedo decir, con San Pablo, “Para mí, el vivir es Cristo, y la muerte una ganancia”? Y Cristo nos enseña a amar, por ejemplo, en las parábolas de la misericordia: de la oveja perdida, de la dracma perdida, del hijo pródigo (cfr. Lc 15). Que Nuestra Madre nos ayude a ser fuertes y “radicales” en nuestra entrega a Jesucristo.
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