A lo largo del Año Litúrgico celebramos las solemnidades, fiestas y memorias del Señor, Nuestra Madre y de muchos santos y santas. Uno de los que ha tenido gran devoción en el pueblo cristiano es San Martín de Tours (11 de noviembre). De hecho, por ejemplo, en España, durante la Edad Media, era uno de los nombres que más se utilizaba para bautizar a los niños, después de Pedro y Juan. Yo le tengo especial devoción porque, antes del siglo XVIII, mi apellido completo era Martín Cano. Un antepasado mío, que vivió en la primera mitad de ese sigo, decidió quedarse sólo con el “Cano”. Aunque San Martín es un santo francés, tuvo gran devoción en toda Europa.
Nació en Hungría hacia el año 316. Sus padres lo llevaron a Italia siendo niño. Ahí ingresó en el Ejército
Romano cuando tenía 15 años de edad, y fue destinado a Las Galias. En Amiens
tuvo lugar el famoso episodio de su vida en el que se encontró con un pobre que
no tenía con qué cubrirse y Martín, partió su capa en dos y le dio la mitad a
aquel hombre. Esa noche tuvo una visión de Jesús que le decía: “Martín,
hoy me cubriste con tu manto”. Este suceso le llevó a dar el paso de su
bautismo, pues ya era catecúmeno desde hacía tiempo. Además, se presentó ante
su general y le dijo: "Hasta ahora te he servido como soldado.
Déjame de ahora en adelante servir a Jesucristo propagando su santa religión".
Y, desde entonces decidió dar prioridad a la salvación de su alma llevando una
vida retirada del mundo. Fue discípulo de San Hilario de Poitiers y fundó el
primer convento que hubo en Francia, con
algunos amigos que le siguieron. "Fui soldado por obligación y por deber,
y monje por inclinación y para salvar mi alma", solía decir.
En el año 371 fue invitado a la ciudad de Tours y ahí fue aclamado obispo por elección popular. Algo parecido a lo que
le sucedió a San Agustín, en Hipona, un poco más tarde. En Tous fundó otro
convento que pronto tuvo ya 80 monjes. Además, recorrió todo el territorio de
su diócesis dejando un sacerdote en cada pueblo. Él fue el fundador de las
parroquias rurales en Francia.
Uno de sus rasgos más notables era su amabilidad. Se le aplicaban a la perfección las palabras de San Pablo a Tito: “Recuérdales a todos que deben someterse a los gobernantes y a las autoridades, que sean obedientes, que estén dispuestos para toda clase de obras buenas, que no insulten a nadie, que eviten los pleitos, que sean sencillos y traten a todos con amabilidad”. Son famosas su palabras en el lecho de muerte (397): "Señor, si en algo puedo ser útil todavía, no rehúso ni rechazo cualquier trabajo y ocupación que me quieras mandar".
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