Es muy conocido el texto cristológico de la Carta a los Filipenses (2, 5-11): “Tengan los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, el cual, siendo Dios, no consideró que debía aferrarse a las prerrogativas de su condición divina, sino que, por el contrario, se anonadó a sí mismo tomando la condición de siervo, y se hizo semejante a los hombres. Así, hecho uno de ellos, se humilló a sí mismo y por obediencia aceptó incluso la muerte, y una muerte de cruz”.
Hoy podemos
fijarnos en la última frase. Tener los
mismos sentimientos de Cristo, según San Pablo, es buscar ser verdaderamente
humildes. ¿En qué consiste la humildad? Como decía Santa Teresa de Jesús: “la humildad es la verdad”. Hay una
relación íntima entre estas dos virtudes humanas: la sinceridad y la humildad. Es más humilde el que vive en la Verdad.
No es “su verdad”. Nuestra “verdad” subjetiva, necesita purificarse
continuamente. Una manera de hacerlo es acudir frecuentemente al Sacramento de la Penitencia. Poco a
poco, la gracia de Dios nos va ayudando a conocernos mejor y a reconocer que,
por nosotros mismo, somos poca cosa y, además, pecadores. También descubriremos
la acción de Dios en nuestra vida, para darle gracias por sus dones.
La palabra humildad deriva de “humus”, tierra. Somos polvo y ceniza. Jesucristo se hizo uno de nosotros y se
anonadó, tomando la forma de siervo. Pero, además, aceptó la muerte, y una muerte de cruz. Eso es tener los mismos
sentimientos de Cristo: aceptar la muerte, aceptar la cruz, para reparar por
nuestros pecados y por los pecados de toda la humanidad.
Estamos en el mes de noviembre
que la Iglesia dedica a ofrecer sufragios por los difuntos. La meditación sobre
la muerte nos hará mucho bien, como al poeta castellano Jorge Manrique, cuando compuso las Coplas a la muerte de su
padre: «Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte, contemplando, cómo se pasa la vida, como se viene la
muerte, tan callando. Cuán presto se va el placer, cómo, después de acordado da
dolor, cómo a nuestro parecer cualquier tiempo pasado fue mejor. Nuestras vidas
son los ríos que van a dar en el mar que es el morir. Allí van los señoríos
derechos a se acabar y consumir. Allí los ríos caudales, allí los otros
medianos y más chicos alegados son iguales los que viven por sus manos y los
ricos».
Recordemos también unas palabras de San John Henry Newman: "Únicamente la caridad os hará capaces de vivir bien y de morir bien”. Le pedimos a María que ruegue por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte.
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