martes, 31 de diciembre de 2013

Tempus cadit: el tiempo pasa

El último día del año se nos despierta la conciencia del tiempo, que pasa (“tempus cadit”, como decían los romanos), que se acaba. La historia tiene un principio y un fin. El tiempo de Dios, la eternidad, no.


Mañana, 1° de enero de 2014, los cristianos celebraremos la Maternidad Divina de María: que Cristo, el Hijo eterno del Padre, nos ha visitado, y más que eso, ha venido a los suyos, al mundo creado por Él y para Él, a su casa, naciendo de María. No “a través” de Ella, sino “de Ella”, porque Jesús es plenamente hombre desde dentro, desde lo más profundo de la humanidad.

Vino en la “plenitud de los tiempos”, nacido de una mujer. El tiempo de su primera venida es el más importante de toda la historia: su Centro.

Vino a los suyos y los suyos no le recibieron. Permanecen en el mundo las sombras y las tinieblas, la oscuridad; pero debajo, ya está la Gran Luz, la Gran Esperanza.

Porque Él, que es eterno, nos acompaña en el tiempo. La historia continúa, y se dirige hacia su fin, hacia el Día en que Él regresará en su segunda y definitiva venida, cuando la Luz escondida de Belén se transforme en la Gran Luz que iluminará el universo y desterrará todas las sombras, tinieblas y oscuridades.  

Jesús ya está entre nosotros, no nos deja; podemos vivir en Él. Su presencia eucarística es signo permanente y realidad presente de su Amor por los hombres. Además, con el Padre y el Espíritu Santo está presente en el hombre que vive en la gracia de Dios, en los hijos e hijas de Dios, que esperan como peregrinos en este mundo, el encuentro definitivo en Él.

La espera de la parusía, de su venida al fin de los tiempos, es un elemento esencial de la vida cristiana. Nuestros primeros hermanos en la fe la tenían muy presente. Era como un potente faro que daba sentido a toda su vida. ¡Ven Señor Jesús! ¡Tengo deseos de ver tu rostro!

Pero, ¿qué podemos hacer ahora para preparar el Día del Señor? Id y predicad a todas las gentes, nos dice Jesús. Esa es nuestra misión en este mundo: ir y anunciar el Evangelio, la Buena Noticia, por toda la tierra. La Buena Nueva de que Cristo ha venido al mundo. Y llevar la gracia de Cristo, por medio de los Sacramentos (Bautismo, Penitencia, Eucaristía….) a todos los hombres, para que conozcan y amen a Dios, y vivan la vida de Cristo.

Continúan las sombras de la muerte rodeándonos por todas partes, pero la Luz de Cristo llegará a todos los elegidos. A los hombres de buena voluntad, que aman al Señor, llegará su Paz.

Les llevaremos la Gran Esperanza, que salva.

Todos los días, hasta el último de la historia, algún sacerdote celebrará el Sacrificio de la Misa, que hace presente el único Sacrificio de Cristo, en la Cruz, mediante el cual recibimos, sobreabundantemente, toda la Gracia redentora de Cristo. Su Preciosa Sangre nos cubre por completo, nos purifica, nos enciende y nos comunica todo el Amor de Dios.

El tiempo pasa. Nos acercamos al final de la historia. El Día del Aviso está acercándose. Todas las profecías referentes a los signos de los tiempos, están cumpliéndose (cfr. MDM, 22 dic 2013, 15:19).   

“Por el milagro de la Iluminación de la Conciencia, Él, Mi Hijo —nos dice María— traerá alegría, amor y esperanza al mundo” (MDM, 22 dic 2013, 15:19).

El Día del Aviso, terminará lo que quede de nuestra soledad y separación de Dios. Ese día el Señor enjugará nuestras lágrimas, perdonará nuestros pecados y nos bendecirá (cfr. MDM, 22 dic 2130, 15:56).

“La tierra será completamente transformada y todos vivirán felices” (Apelos, 24 dic 2013).

“Habrá una gran crisis de fe y pocos hombres permanecerán en la verdad” (Apelos, 25 dic 2013).

“Caminad en silencio y rezad. Os he ungido con el óleo de la alegría” (Jabez, 29 dic 2013).

Es tiempo de sombras, tiempo de caminar hacia la Patria, tiempo de espera gozosa, porque se acerca del Día del Señor, tiempo de alegría y acción de gracias por el Amor de Dios que se ha derramado sobre los hombres. Es tiempo de recomenzar nuestra peregrinación en la fe, unidos estrechamente a Nuestra Madre, la Madre de Dios. 

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