Al comienzo del
Adviento del año 2007, Benedicto XVI publicó su primera Encíclica: “Spe Salvi”.
Es un escrito profundo y sugestivo. El Papa nos explica por qué podemos estar
llenos de confianza en este mundo, aunque estamos rodeados de oscuridad y
tribulación, si echamos en nuestra vida el ancla de la esperanza.
Vale la pena repasar
toda el riquísimo contenido de esa encíclica, especialmente ahora, que esperamos
la Venida de Jesús. El 2 de diciembre de 2007, Benedicto XVI dirigió unas
palabras a los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro para el Ángelus.
También ahora nos podrán ayudar a vivir mejor la Navidad ya cercana (las negritas son nuestras).
ALOCUCIÓN DEL PAPA
BENEDICTO XVI
durante el rezo del Ángelus
en el primer domingo de Adviento
Domingo 2 de diciembre de 2007
Queridos hermanos y
hermanas:
Con este primer
domingo de Adviento comienza un nuevo año litúrgico: el pueblo de Dios vuelve a
ponerse en camino para vivir el misterio de Cristo en la historia. Cristo es el
mismo ayer, hoy y siempre (cf. Hb 13, 8); en cambio, la historia cambia y necesita
ser evangelizada constantemente; necesita renovarse desde dentro, y la única
verdadera novedad es Cristo: él es su realización plena, el futuro luminoso del
hombre y del mundo. Jesús, resucitado de
entre los muertos, es el Señor al que Dios someterá todos sus enemigos,
incluida la misma muerte (cf. 1Co 15, 25-28).
Por tanto, el Adviento
es el tiempo propicio para reavivar en nuestro corazón la espera de Aquel
"que es, que era y que va a venir" (Ap 1, 8). El Hijo de Dios ya vino
en Belén hace veinte siglos, viene en cada momento al alma y a la comunidad
dispuestas a recibirlo, y de nuevo vendrá al final de los tiempos para
"juzgar a vivos y muertos". Por eso, el creyente está siempre
vigilante, animado por la íntima esperanza de encontrar al Señor, como dice el
Salmo: "Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra; mi alma aguarda
al Señor, más que el centinela a la aurora" (Sal 130, 5-6).
Por consiguiente, este
domingo es un día muy adecuado para ofrecer a la Iglesia entera y a todos los
hombres de buena voluntad mi segunda encíclica, que quise dedicar precisamente
al tema de la esperanza cristiana. Se titula Spe salvi, porque comienza con la
expresión de san Pablo: "Spe salvi factum sumus", "en esperanza
fuimos salvados" (Rm 8, 24). En este, como en otros pasajes del Nuevo
Testamento, la palabra "esperanza" está íntimamente relacionada con
la palabra "fe". Es un don que cambia la vida de quien lo recibe,
como lo muestra la experiencia de tantos santos y santas.
¿En qué consiste esta
esperanza, tan grande y tan "fiable" que nos hace decir que en ella
encontramos la "salvación"? Esencialmente, consiste en el
conocimiento de Dios, en el descubrimiento de su corazón de Padre bueno y
misericordioso. Jesús, con su muerte en la cruz y su resurrección, nos reveló
su rostro, el rostro de un Dios con un amor tan grande que comunica una
esperanza inquebrantable, que ni siquiera la muerte puede destruir, porque la
vida de quien se pone en manos de este Padre se abre a la perspectiva de la
bienaventuranza eterna.
El desarrollo de la
ciencia moderna ha marginado cada vez más la fe y la esperanza en la esfera
privada y personal, hasta el punto de que hoy se percibe de modo evidente, y a
veces dramático, que el hombre y el mundo necesitan a Dios -¡al verdadero
Dios!-; de lo contrario, no tienen esperanza.
No cabe duda de que la
ciencia contribuye en gran medida al bien de la humanidad, pero no es capaz de
redimirla. El hombre es redimido por el amor, que hace buena y hermosa la vida
personal y social. Por eso la gran esperanza, la esperanza plena y definitiva,
es garantizada por Dios que es amor, por Dios que en Jesús nos visitó y nos dio
la vida, y en él volverá al final de los tiempos.
En Cristo esperamos;
es a él a quien aguardamos. Con María, su Madre, la Iglesia va al encuentro del
Esposo: lo hace con las obra de caridad, porque la esperanza, como la fe, se
manifiesta en el amor. ¡Buen Adviento a todos!
No hay comentarios:
Publicar un comentario