En el Segundo
Domingo de Adviento, la Iglesia, a través de la Liturgia de la Palabra, nos invita a plantearnos seriamente la necesidad de la
conversión personal. El Adviento es un tiempo de penitencia. Es tiempo de
preparar nuestra alma para recibir al Señor.
Los textos de la
Sagrada Escritura que meditamos en este día son los siguientes:
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Is 11, 1-10: Aquel día, brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz
florecerá un vástago.
·
Salmo 71: Que en sus días florezca la justicia, y la paz abunde eternamente.
·
Rm 15, 4-9: En una palabra, acogeos mutuamente, como Cristo os acogió para gloria
de Dios.
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Aleluya: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos.
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Mt 3, 1-12: Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.
1ª
Lectura y Salmo
El profeta Isaías nos anuncia la venida del Mesías, que procederá de la Casa de David
(vástago de Jesé, padre de David).
El
Mesías viene para salvarnos del pecado, de la muerte…, y para abrirnos las
puertas de la Nueva Jerusalén, Ciudad Santa en la que no habrá más dolor, ni
llanto, ni pecado, ni injusticias. Todo será orden y armonía: “Habitará el lobo con el cordero, la
pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos”. El
Amor y la Paz de Dios reinará en plenitud.
¿Por qué reinan el Amor y la Paz en el
Reino de los Cielos? “Porque está lleno el país de ciencia del Señor, como las
aguas colman el mar”.
La
ciencia del Señor, la lógica de Dios, es lo que impera. En la medida en que
nosotros aquí en la tierra asimilemos, en nuestra vida la lógica de Dios,
iremos colaborando con la instauración del Reino de Dios.
2ª
Lectura
San Pablo insta a los romanos a estar unidos: primer con Dios, y luego entre
sí. Y, para lograrlo, hay que pedírselo
a Dios, que es “fuente de toda paciencia y consuelo”. Si todos estamos
unidos a Dios, mediante la alabanza y la adoración, también estaremos unidos
entre nosotros.
El
secreto está en imitar a Cristo en su manera de tratar a las personas que se le
acercaban. Siempre los acogía, siempre veía lo que había en el alma de cada
uno. Su misericordia es infinita. El Señor recibía a todos, judíos y gentiles,
por igual. Recibía a los pobres y a los ricos, a los hombres rectos y a los
pecadores.
San Pablo también nos anima a buscar el consuelo y la esperanza en la Sagrada Escritura,
que se escribió para enseñanza nuestra.
Durante los días del Adviento, tenemos
un tesoro riquísimo en las oraciones y lecturas
de la Santa Misa. La Liturgia del Adviento, cada día, nos abre panoramas
maravillosos de amor de Dios y es fuente para nuestra oración diaria.
Aleluya
y Evangelio
La figura de San Juan Bautista es central durante el Adviento. Es quien nos
invita a preparar los caminos del Señor; a allanar las colinas y llenar los valles;
a enderezar los caminos torcidos. En definitiva, nos invita a la conversión personal.
Él
mismo daba ejemplo, con su vida austera, desprendido de las riquezas,
practicando la humildad, siendo un servidor bueno y fiel y cumpliendo su misión
profética a cabalidad.
San Juan Bautista dice: “Convertíos,
porque está cerca el reino de los cielos”. No es tiempo de dormir, “ya
toca el hacha la base de los árboles, y el árbol que no da buen fruto será
talado y echado al fuego”.
Sus palabras
son incisivas, claras, apremiantes. También ahora necesitamos una
predicación así, antes la indiferencia y tibieza del mundo.
No
queda mucho para que el Señor reúna su trigo en el granero y queme la paja en
una hoguera que no se apaga. Por eso, pidamos a Jesús, por intercesión de
Nuestra Madre, la Virgen del Adviento, que nos conceda un espacio de verdadera penitencia y la gracia de la conversión, para
nosotros y para todos nuestros hermanos.
Un medio privilegiado para convertirnos es el Sacramento de la Penitencia. Jesucristo nos lo ha dejado, en la Iglesia, para facilitarnos -mediante el arrepentimiento de nuestros pecados, la confesión de ellos y el propósito de enmienda- que alcancemos la conversión profunda de nuestras vidas.
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