En una homilía
pronunciada por S.S. Benedicto XVI,
el 28 de noviembre de 2009, durante la celebración de las Primeras Vísperas del
Primer Domingo de Adviento, el Papa explicaba los dos elementos fundamentales de este Tiempo Litúrgico que hemos
comenzado: la captación de la presencia
cercana del Señor, y la espera, que
es al mismo tiempo esperanza.
La lectura y
meditación detenida de esta homilía nos ayudará a vivir mejor el Adviento.
HOMILÍA
Basílica de San
Pedro, Sábado 28 de noviembre de 2009
Queridos hermanos y
hermanas:
Con esta
celebración vespertina entramos en el tiempo litúrgico del Adviento. En la
lectura bíblica que acabamos de escuchar, tomada de la primera carta a los
Tesalonicenses, el apóstol san Pablo nos invita a preparar la "venida
de nuestro Señor Jesucristo" (1Ts 5, 23) conservándonos sin
mancha, con la gracia de Dios. San Pablo usa precisamente la palabra
"venida", parousia, en
latín adventus, de donde viene el
término Adviento.
Reflexionemos
brevemente sobre el significado de esta palabra, que se puede traducir por
"presencia", "llegada", "venida". En el lenguaje
del mundo antiguo era un término técnico utilizado para indicar la llegada de
un funcionario, la visita del rey o del emperador a una provincia. Pero podía
indicar también la venida de la divinidad, que sale de su escondimiento para
manifestarse con fuerza, o que se celebra presente en el culto. Los cristianos adoptaron la palabra
"Adviento" para expresar su relación con Jesucristo: Jesús es el
Rey, que ha entrado en esta pobre "provincia" denominada tierra para
visitar a todos; invita a participar en la fiesta de su Adviento a todos los
que creen en él, a todos los que creen en su presencia en la asamblea litúrgica.
Con la palabra adventus se quería
decir substancialmente: Dios está aquí, no se ha retirado del mundo, no nos ha
dejado solos. Aunque no podamos verlo o tocarlo, como sucede con las realidades
sensibles, él está aquí y viene a visitarnos de múltiples maneras.
Por lo tanto, el
significado de la expresión "Adviento" comprende también el de visitatio, que simplemente quiere decir
"visita"; en este caso se trata de una visita de Dios: él entra en mi
vida y quiere dirigirse a mí. En la vida
cotidiana todos experimentamos que tenemos poco tiempo para el Señor y también
poco tiempo para nosotros. Acabamos dejándonos absorber por el
"hacer". ¿No es verdad que con frecuencia es precisamente la
actividad lo que nos domina, la sociedad con sus múltiples intereses lo que
monopoliza nuestra atención? ¿No es verdad que se dedica mucho tiempo al ocio y
a todo tipo de diversiones? A veces las cosas nos "arrollan".
El Adviento, este tiempo litúrgico fuerte que
estamos comenzando, nos invita a detenernos, en silencio, para captar una
presencia. Es una invitación a
comprender que los acontecimientos de cada día son gestos que Dios nos dirige,
signos de su atención por cada uno de nosotros. ¡Cuán a menudo nos hace
percibir Dios un poco de su amor! Escribir –por decirlo así– un "diario
interior" de este amor sería una tarea hermosa y saludable para nuestra
vida. El Adviento nos invita y nos
estimula a contemplar al Señor presente. La certeza de su presencia, ¿no
debería ayudarnos a ver el mundo de otra manera? ¿No debería ayudarnos a
considerar toda nuestra existencia como "visita", como un modo en que
él puede venir a nosotros y estar cerca de nosotros, en cualquier situación?
Otro elemento fundamental del Adviento es la
espera, una espera que es al mismo tiempo esperanza. El Adviento nos impulsa a entender el sentido
del tiempo y de la historia como "kairós", como ocasión propicia para
nuestra salvación. Jesús explicó esta realidad misteriosa en muchas parábolas:
en la narración de los siervos invitados a esperar el regreso de su dueño; en
la parábola de las vírgenes que esperan al esposo; o en las de la siembra y la
siega. En la vida, el hombre está constantemente a la espera: cuando es niño
quiere crecer; cuando es adulto busca la realización y el éxito; cuando es de
edad avanzada aspira al merecido descanso. Pero llega el momento en que
descubre que ha esperado demasiado poco si, fuera de la profesión o de la
posición social, no le queda nada más que esperar. La esperanza marca el camino de la humanidad, pero para los cristianos
está animada por una certeza: el Señor está presente a lo largo de nuestra
vida, nos acompaña y un día enjugará también nuestras lágrimas. Un día, no
lejano, todo encontrará su cumplimiento en el reino de Dios, reino de justicia
y de paz.
Existen maneras muy
distintas de esperar. Si el tiempo no está lleno de un presente cargado de
sentido, la espera puede resultar insoportable; si se espera algo, pero en este
momento no hay nada, es decir, si el presente está vacío, cada instante que pasa
parece exageradamente largo, y la espera se transforma en un peso demasiado
grande, porque el futuro es del todo incierto. En cambio, cuando el tiempo está cargado de sentido, y en cada instante percibimos
algo específico y positivo, entonces la alegría de la espera hace más valioso
el presente. Queridos hermanos y hermanas, vivamos intensamente el
presente, donde ya nos alcanzan los dones del Señor, vivámoslo proyectados
hacia el futuro, un futuro lleno de esperanza. De este modo, el Adviento cristiano es una ocasión para
despertar de nuevo en nosotros el sentido verdadero de la espera, volviendo al
corazón de nuestra fe, que es el misterio de Cristo, el Mesías esperado durante
muchos siglos y que nació en la pobreza de Belén. Al venir entre nosotros,
nos trajo y sigue ofreciéndonos el don de su amor y de su salvación. Presente
entre nosotros, nos habla de muchas maneras: en la Sagrada Escritura, en el año
litúrgico, en los santos, en los acontecimientos de la vida cotidiana, en toda
la creación, que cambia de aspecto si detrás de ella se encuentra él o si está
ofuscada por la niebla de un origen y un futuro inciertos.
Nosotros podemos dirigirle la palabra,
presentarle los sufrimientos que nos entristecen, la impaciencia y las
preguntas que brotan de nuestro corazón. Estamos seguros de que nos escucha
siempre. Y si Jesús está
presente, ya no existe un tiempo sin sentido y vacío. Si él está presente,
podemos seguir esperando incluso cuando los demás ya no pueden asegurarnos
ningún apoyo, incluso cuando el presente está lleno de dificultades.
Queridos amigos, el Adviento es el tiempo de la presencia y
de la espera de lo eterno. Precisamente por esta razón es, de modo
especial, el tiempo de la alegría,
de una alegría interiorizada, que ningún sufrimiento puede eliminar. La alegría
por el hecho de que Dios se ha hecho niño. Esta alegría, invisiblemente
presente en nosotros, nos alienta a caminar confiados. La Virgen María, por medio de la cual nos ha sido dado el Niño Jesús,
es modelo y sostén de este íntimo gozo. Que ella, discípula fiel de su
Hijo, nos obtenga la gracia de vivir este tiempo litúrgico vigilantes y activos
en la espera. Amén.
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