viernes, 6 de diciembre de 2013

Segundo Domingo de Adviento

En el Segundo Domingo de Adviento, la Iglesia, a través de la  Liturgia de la Palabra, nos invita a plantearnos seriamente la necesidad de la conversión personal. El Adviento es un tiempo de penitencia. Es tiempo de preparar nuestra alma para recibir al Señor.


Los textos de la Sagrada Escritura que meditamos en este día son los siguientes:

·        Is 11, 1-10: Aquel día, brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago.
·        Salmo 71: Que en sus días florezca la justicia, y la paz abunde eternamente.
·        Rm 15, 4-9: En una palabra, acogeos mutuamente, como Cristo os acogió para gloria de Dios.
·        Aleluya: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos.
·        Mt 3, 1-12: Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.

1ª Lectura y Salmo

        El profeta Isaías nos anuncia la venida del Mesías, que procederá de la Casa de David (vástago de Jesé, padre de David).

        El Mesías viene para salvarnos del pecado, de la muerte…, y para abrirnos las puertas de la Nueva Jerusalén, Ciudad Santa en la que no habrá más dolor, ni llanto, ni pecado, ni injusticias. Todo será orden y armonía: “Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos”. El Amor y la Paz de Dios reinará en plenitud.

        ¿Por qué reinan el Amor y la Paz en el Reino de los Cielos? “Porque está lleno el país de ciencia del Señor, como las aguas colman el mar”.

        La ciencia del Señor, la lógica de Dios, es lo que impera. En la medida en que nosotros aquí en la tierra asimilemos, en nuestra vida la lógica de Dios, iremos colaborando con la instauración del Reino de Dios.    

2ª Lectura

        San Pablo insta a los romanos a estar unidos: primer con Dios, y luego entre sí. Y, para lograrlo, hay que pedírselo a Dios, que es “fuente de toda paciencia y consuelo”. Si todos estamos unidos a Dios, mediante la alabanza y la adoración, también estaremos unidos entre nosotros.

        El secreto está en imitar a Cristo en su manera de tratar a las personas que se le acercaban. Siempre los acogía, siempre veía lo que había en el alma de cada uno. Su misericordia es infinita. El Señor recibía a todos, judíos y gentiles, por igual. Recibía a los pobres y a los ricos, a los hombres rectos y a los pecadores.

        San Pablo también nos anima a buscar el consuelo y la esperanza en la Sagrada Escritura, que se escribió para enseñanza nuestra.

        Durante los días del Adviento, tenemos un tesoro riquísimo en las oraciones y lecturas de la Santa Misa. La Liturgia del Adviento, cada día, nos abre panoramas maravillosos de amor de Dios y es fuente para nuestra oración diaria.

Aleluya y Evangelio

        La figura de San Juan Bautista es central durante el Adviento. Es quien nos invita a preparar los caminos del Señor; a allanar las colinas y llenar los valles; a enderezar los caminos torcidos. En definitiva, nos invita a la conversión personal.

        Él mismo daba ejemplo, con su vida austera, desprendido de las riquezas, practicando la humildad, siendo un servidor bueno y fiel y cumpliendo su misión profética a cabalidad.

        San Juan Bautista dice: “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos”. No es tiempo de dormir, “ya toca el hacha la base de los árboles, y el árbol que no da buen fruto será talado y echado al fuego”.

        Sus palabras son incisivas, claras, apremiantes. También ahora necesitamos una predicación así, antes la indiferencia y tibieza del mundo.

        No queda mucho para que el Señor reúna su trigo en el granero y queme la paja en una hoguera que no se apaga. Por eso, pidamos a Jesús, por intercesión de Nuestra Madre, la Virgen del Adviento, que nos conceda un espacio de verdadera penitencia y la gracia de la conversión, para nosotros y para todos nuestros hermanos.

        Un medio privilegiado para convertirnos es el Sacramento de la Penitencia. Jesucristo nos lo ha dejado, en la Iglesia, para facilitarnos -mediante el arrepentimiento de nuestros pecados, la confesión de ellos y el propósito de enmienda- que alcancemos la conversión profunda de nuestras vidas.   

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