En el Evangelio del Domingo XVI del Tiempo Ordinario, leemos tres parábolas de Jesús: la del trigo y la cizaña, la de la
levadura y la del grano de mostaza. Las tres están en el Evangelio de San Mateo
(cfr. Mt 13, 24-43). Meditemos en algún aspecto de cada una de ellas.
Árbol de mostaza
En la parábola
del trigo y la cizaña podemos fijarnos en una frase, aparentemente
secundaria pero, a mi parecer, central: “mientras
los trabajadores dormían, llegó un enemigo del dueño, sembró cizaña entre el
trigo y se marchó”. Muchas veces Jesús anima a sus discípulos a estar
vigilantes y en oración. El mal, el pecado, viene cuando los hombres nos dormimos y permitimos que el enemigo
siembre la cizaña. “No den oportunidad (lugar)
al diablo” (Ef 4, 27), dice san Pablo a los Efesios. Es difícil detectar el
mal. Por eso es necesario el frecuente
examen de conciencia, para apartarnos de las ocasiones de pecado y de los
hábitos malos que, poco a poco, son como las raposas que destruyen la viña (cfr. Cant 2, 15).
La parábola
de la semilla de mostaza –que
siendo pequeña se convierte en un árbol grande, que acoge a numerosos pájaros
que anidan en sus ramas–, nos recuerda a
la Iglesia, que comenzó por ser muy pequeña y se ha extendido por toda la
tierra. Es como un gran árbol en la que habitan toda clase de aves. Muy pronto inició
ese crecimiento asombroso; desde Pentecostés:
“Partos, medos,
elamitas (…), les oímos hablar en nuestras propias lenguas las grandezas de
Dios” (Hch 2, 9-11). Es una “Iglesia
en salida”, como desea el Papa Francisco. ¡Ven Espíritu Santo y renueva tu Iglesia y la faz de la tierra!
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