viernes, 24 de julio de 2020

Formación de la conciencia

El profeta Jeremías habla de parte de Yahvé. Dirige sus palabras a los israelitas que vivían en Jerusalén durante los años de las deportaciones a Babilonia (597-587 a. C.) y les alienta a la conversión: “Vuélvanse a mí, hijos rebeldes, porque yo soy su dueño, dice el Señor: Iré tomando conmigo a uno de cada ciudad, a dos de cada familia y los traeré a Sión; les daré pastores según mi corazón, que los apacienten con sabiduría y prudencia” (cfr. Jer 3, 14-17).

Bartolomé Estéban Murillo (1617-1682). San Pedro penitente.

En primer lugar, que somos “hijos rebeldes”, es decir, que somos pecadores. La auténtica conversión siempre comienza por un examen sincero de nuestra alma que nos lleva al reconocimiento de ser pecadores. “Reconozco mis culpas, tengo siempre presentes mis pecados” (Salmo 50), decía el rey David. Sin esa oración sincera no puede haber conversión.

Pero la sinceridad que Dios nos pide debe llegar a reconocer pecados concretos. No basta asegurar que somos pecadores. Hace falta hacer examen y repasar nuestra vida pidiendo al Espíritu Santo que ilumine nuestro corazón y nos haga ver la realidad de nuestra vida, cada uno en las circunstancias en la que está.

En este sentido es necesaria la formación de la conciencia que hoy está tan descuidada en la Iglesia por diferentes motivos. Cada uno somos responsables de que tan bien o mal formada está nuestra conciencia. El hombre tiene, naturalmente, deseos de verdad. Además, la gracia nos impulsa a conocer cuál es la voluntad de Dios para nosotros. Sin embargo, todos necesitamos una dirección espiritual: alguien que nos guíe, hermano que nos ayude a ir por el camino correcto. Ese hermano, o hermana, es un pastor, para nosotros: “les daré pastores según mi corazón, que los apacienten con sabiduría y prudencia”.

Todos podemos ser buenos pastores de los demás. No solamente son pastores los sacerdotes. También los laicos pueden ejercitar el “oficio de pastor” y colaborar en la misión pastoral de Cristo y de la Iglesia (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica nn. 908-913). María es un ejemplo de solicitud pastoral por todos.

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