En el capítulo
13° de San Mateo, leemos cómo el Señor enseñaba a la multitud que se reunía
en torno a Él. Y lo hacía mediante
parábolas. Entre los versículos 44 a 52, se relatan cuatro parábolas muy
cortas pero llenas de contenido.
Govert Teunisz Flinck, Parábola del tesoro escondido (Budapest, c.1635) |
Cada una de ellas comienza con la
introducción: “El Reino de los cielos (o Reino de Dios) se parece, o es semejante a”.
Se han escrito muchos tratados exegéticos sobre lo que quería decir Jesús con
esa expresión.
Joseph
Ratzinger, en el tomo II de Jesús de Nazaret, dice: “el
Reino de Dios llega en la persona de Cristo. En la medida en que las parábolas
hacen alusión al reino, señalan a Cristo como a la auténtica forma del reino”.
Es la interpretación cristológica, es decir, centrada en Cristo. Tanto en el
Sermón de la Montaña como en el Padrenuestro, “el tema más profundo del anuncio de Jesús era su propio misterio, el
misterio del Hijo, en el que Dios está entre nosotros y cumple fielmente su
promesa”. El Reino de los cielos que estaba por venir, ha llegado en la
persona de Jesús.
Con este preámbulo, podemos pasar a tratar de
buscar algo, de cada una de las cuatro
parábolas, que nos pueda ayudar.
La primera es la del tesoro escondido. Quien encuentra el tesoro “lleno de alegría, vende cuanto tiene” para adquirir el tesoro. El Tesoro es Jesús. Siempre será poco
lo que hagamos para buscarlo, conocerlo
y amarlo. Vale la pena dejar todo lo que tenemos para seguirlo. El
encuentro con Jesús, por la fe, es el inicio de la vida cristiana.
Sigue la parábola de la perla preciosa, que es similar a la anterior, y podemos sacar la
misma conclusión. Luego, continúa la parábola de la red barredera, muy parecida a la del trigo y la cizaña. La red
acoge a todo género de peces, pero Jesús, como Juez, al final de los tiempos
separará los peces buenos de los malos. Es una invitación a decidirnos por Cristo, que es Amor. “A la tarde, te examinarán sobre el Amor”,
dice San Juan de la Cruz.
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